Cuenta el poeta que en la Arcadia había un bosque lozano y de un verdor incomparable, cuyo suelo se extendía como un fértil vergel con las hierbas más suaves y aromáticas de toda la Hélade. Allí se reunían un montón de ninfas a bañarse en las aguas del río Peneo, su padre. Cuán cristalina era la superficie que espejaba la hermosura de los árboles, el cielo azulado y orlado con un montón de nubes pulcras y tímidas en paso errante, las hojas que danzaban lánguidamente ante la acción de la brisa de Céfiro...
Chapoteaban las muchachas en aquel claro con júbilo inocente, y se reían como debían de reírse las más altas diosas cuando disfrutaban de la ambrosía. De entre todas aquellas dríades una destacaba por su belleza y castidad. Su nombre era Dafne.
Peneo llevaba ya mucho tiempo detrás de que la muchacha dejara su vida despreocupada y deleitosa para encontrar un amante y sentar la cabeza. No fueron pocos los que intentaron obtener el favor de tal preciosa criatura, pero todos eran rechazados, pues ella no quería casarse por ahora.
Un día, mientras Dafne reposaba en la orilla de su padre, deleitándose con el sonido que producía el viento al agitar las ramas de los árboles, éste volvió a sacar el tema.
─Oh, Dafne, hija mía, la más bella y la más obstinada. ¿Cuándo podré llamar yerno a algún muchacho, o cuando podré deleitarme con la lustrosa piel de un pequeño al que pueda llamar nieto bañándose en mis aguas?
─Padre─respondió ella sin la menor alteración─, sabes que no es mi deseo casarme. Al menos de momento. Lo único que anhelo ahora es retozar con mis hermanas, explorar las maravillas de este precioso bosque, y cazar las criaturas que los dioses me ofrecen. ¿Quién sabe si dentro de un año querré casarme, o dentro de cinco? Pero ¿y si nunca siento necesidad por ello? ¿Acaso es un crimen? ¿Debo casarme sí o sí? ¿No hay otra opción? Dime, oh, padre, ¿no es cierto que Ártemis se mantiene virgen y que jamás ha sentido el menor impulso de conocer varón? Déjame agraciarla siguiendo su ejemplo.
El padre suspiró decepcionado por la respuesta de su hija, pero las aguas siguieron en paz. No podía irritarse con tan bella joven. Sus ojos castaños, que aún guardaban la hermosura con la que llegaron al mundo, tenían tal efecto en él, que le era imposible no cumplir todos sus caprichos. Dafne, debido al silencio de su padre, se inclinó y enjuagó su cabello en el río para lavárselo, frotando con celo su delicada melena de color pardo.
Esto para Peneo era como una caricia, era como cuando una niña pequeña coge de la mano a su padre, o cuando le cubre las mejillas con un tímido beso. "¿Por qué el amor", elevó su pensamiento a los dioses, "merma la capacidad de un padre para cumplir su deber? Yo sólo quiero su bien, pero importunarla para mí es tan duro, que no puedo más que cumplir sus caprichos". Aun así, continuó:
─Querida mía, eres tan hermosa, que sería un auténtico desperdicio que te quedaras sola. La belleza, si no tiene a quien la admire, no tiene razón de ser. Naciste para deleitar, para ser admirada. Por favor, no malgastes tu vida, porque igual algún día, cuando ya esté cerca que las Moiras corten el hilo, te arrepentirás de tu juventud desperdiciada.
La dríade calló mirando la faz de Peneo con condescendiente mirada. El río sabía que sólo tenía que exigirle que se casara y ella lo haría. Así de obediente era para su padre. Pero tampoco podía ni quería hacer eso. Él no deseaba tan sólo que ella se casara, sino también que ella deseara casarse. ¿Pero cómo hacer cambiar a una persona de parecer? Claro, siempre estaba la opción de pedírselo a Eros, pero eso tampoco era lo que quería.
Se quedaron ambos en silencio de nuevo, y el río, ya sin saber qué era lo que anhelaba exactamente de su hija, le dijo que dejaría que pasara el tiempo, y que luego ya verían. Dafne sonrió y besó el agua agradecida. Por esa sonrisa merecía la pena seguir preocupado. Después, la muchacha se fue, y el Dios-río se martirizó porque todas las veces que intentaba hablar con su hija de eso, acababa la conversación de la misma manera.
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Apolo y Dafne... y Dionisio
Short StoryEn un bosque de la Arcadia, el dios Apolo y la dríade Dafne se encuentran. A pesar de que Apolo se enamora perdidamente de la joven, ésta lo desprecia profundamente. ¿Es obra de Eros, o de alguien más?