Cartas a quien quiera que seas.

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Capitulo 1:

Mi nombre es Luz, solo Luz, mi apellido no es algo que me agrade, gracias a la repentina desaparición de mi padre, una noche que bebió de más, así que no puedo decir mi primer apellido sin que me den ganas de apuñalar a alguien mientras duerme. Mi nombre está registrado como Lucero, pero mi abuelo me decía Luz, porque contaba que el día que nací la luz era especialmente clara, que entraba en cualquier rincón de la casa y que si guardabas silencio por un momento se podía escuchar el aleteo de las mariposas... Claro que esto me lo contó cuando yo tenía la corta edad de 4 años, pero de todas formas me gusta más "Luz" que "Lucero".  Retomando el tema soy Luz, tengo 15 años y esta es la historia de cómo la vida misma me va a enseñar que es la vida. Se lo que están pensando “¿por qué leería la historia de una mocosa de 15 años?” Pues la verdad no sé porque lo harías, pero creo que una buena excusa sería que soy humana, la edad realmente no importa y la autora que inventa mi historia no tiene 15 años.

Necesito el teléfono para hablarle a mi abuela, pero mi madre no deja el aparato ni un solo segundo. Mi abuela dijo que necesitaba ayuda para escombrar un armario, porque ella no quería recordar a su asombroso e increíble marido que la dejó viuda, ya que ya había llorado lo suficiente por él. Yo me ofrecí para la tarea ya que yo quiero agregar un par de recuerdos a los pocos que me quedan de mi ya fallecido abuelito.

Mi madre al fin parece despedirse, pero ya es tarde así que voy a casa de mi abuela sin confirmar, se que mi abuelita me recibirá con gusto, siempre lo ha hecho. agarro mi mochila, me la cuelgo del hombro y me dirijo hacia la casa de la tierna viejecilla.

-¡Abuela! ¡Ya llegué!- Grito al tiempo que coloco mi mochila en el respaldo de una silla.

-¡Aquí estoy lucecita¡- Sí, bueno, podría decirse que cada quien me llama de una forma distinta. Subo las escaleras y me encuentro con mi abuela parándose de la cama.

-Hola, abuela, siéntate. ¿Qué querías que hiciera?

-Necesito que me ayudes a ver qué sirve y qué no de este viejo ropero. ¿lo harías por mí, querida?- dijo señalando un viejo ropero.

-Claro, abuela. Con gusto- Me dirijo hacia él y recuerdo que yo solía jugar a que al entrar ahí podía volver en el tiempo, pero no sabía que el tiempo nunca vuelve y que una vez que pasa es como oro, y nunca lo puedes recuperar.

Abro el armario y encuentro cajas y cajas llenas de recuerdos y memorias perdidas en el tiempo. Empiezo con una caja cubierta de estampillas, me llama la atención porque nunca había visto una estampilla en persona, aunque el correo todavía exista ya no se usa tanto. La caja está hasta el tope de cartas, agarro una carta con un sobres azul, me fijo en la persona que se la envío y desde donde; mi abuelo, desde lo que parecía ser la dirección de la casa de mi abuela, hacia la casa de mi abuela.

-Abuela ¿El abuelo te enviaba cartas desde su casa hacia su casa?

-¡Oh! ¡Sí! Tu abuelo era una persona muy romántica y cursi, solía hacer eso y yo le respondía de la misma manera, nuestras cartas no decían la gran cosa, solo cosas como "te amo" o "ten un lindo día”, cosas por el estilo.

-Y ¿Todas estas cartas son así?

-Sí, así es.

-pero, abuela ¿Te quieres deshacer  de todos esos recuerdos?

-no son recuerdos, querida, los recuerdos viven en la mente, en el corazón, y en esos sueños que sirven para revivir los momentos que queremos recordar, pero estos son pedazos de papel. Llevaré las palabras de tu abuelo en el corazón por el resto de mi vida.

Mi abuela tiene razón, pero no estoy segura de que deshacerse de todo esto sea buena idea. Me las llevare, cualquier cosa que tenga que ver con mi abuelo vale oro para mi y  siento que esta vale más que todo el oro del mundo.

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2014 ⏰

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