Me gustaba por la imposibilidad de tenerla, y no porque no la tuviera, sino porque la tuve y nadie pudo saber que fue así.
Me gustaba reflejarme en sus ojos, que aunque estuvieran a medias para mí y llenos para otro, podían sostenerme la mirada y hacer posible que nuestras sonrisas se encontraran por algunos segundos.
Me gustaba porque primero nos desnudamos y mucho después nos tomamos el trabajo de conocernos, generalmente las cosas al revés no salen tan bien, ni mejoran tan rápidamente.
Me gustaba porque desde que la besé mantuvo mi mente ocupada y cualquier motivo era una buena excusa para sonreír.
Me gustaba porque encajaba perfectamente en mi concepto de locura y porque aumentaba la mía.
Me gustaba porque todo lo que no me gustaba, de repente me gustaba con ella.
Me gustaba porque prolongabamos en nuestras bocas, besos que la distancia se encargó de separar.
Me gustaba porque noqueaba mi fuerza de voluntad y no se imaginaba ni siquiera un poquito, que nada era tan fácil teniéndola al lado.
Me gustaba porque un par de noches hablamos, y se convirtieron rápidamente en madrugadas.
Me gustaban también sus abrazos, y como sus manos conducían al beso.
me gustaba porque es más fácil pronunciarlo en pasado, que admitir que todavía me sigue gustando.
Me gustaba tanto que preferí poner un punto final, que tres seguidos en su boca, de lo contrario hubiesen sido mil puntos, mil besos y una loca.
Me gustaba tanto que cuesta creer que existía un pero en todo lo anterior: primero fuimos amigas, que pasión.
