Carta 2

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Carta 2

Buenos días, tardes, o noches. No sé en qué momento del día estarás leyendo esta carta, pues seguramente, aunque llegue a tus manos temprano, no te decidas a abrirla hasta bastante tarde, cuando tu sentimiento de culpa de deje.

Aunque quizá ni siquiera sientas esa culpabilidad. Siempre fuiste una chica materialista, carente de sentimientos y con un corazón tan duro como una piedra.

Y no creo que te sorprendan esas palabras. Tú sabes muy bien a lo que me refiero cuando admito que no tienes corazón, que eres tan fría como el mismo hielo y que no te quieres ni a ti misma.

Recuerdo ese primer día en que nos encontramos. Era una mañana de invierno, el primer día de clases había comenzado y yo me encontraba sola en el patio, sin nadie con quién conversar. Acababa de salir del orfanato, y mis padres me habían inscrito en ese colegio acomodado, donde pensaban que iba a sentirme querida e iba a conocer personas nuevas que quisiesen convertirse en mis amigas.

Y, efectivamente, ahí encontré a una amiga. O eso fue lo que creí al principio...

Me encontraba sentada en uno de los bancos del patio. Y estaba sola, muy sola. El curso ya estaba empezado y ninguna de las chicas se había acercado a mí, en busca de una amistad. No hice nada ante eso, pues siempre fui una chica demasiado tímida y cohibida... por las cosas que tú ya sabes.

Porque desde ese momento que te acercaste a mí, preguntándome por mi nombre y la causa de mi soledad, no pude evitar sentirme acogida.

Sí, me sentí muy cálida contigo. Fuiste la primera persona que se acercó a mí en ese colegio, y no sabes lo agradecida que estuve contigo desde ese mismo instante. Porque creí que eras una buena persona. Incluso, aún sigo pensando que en esos momentos lo fuiste, que tus palabras fueron sinceras y que me ofreciste una verdadera amistad.

Una amistad que se deterioró con el paso del tiempo...

Estaba feliz contigo. Eras mi única y gran amiga en ese colegio al que me llevaron mis padres, en el cual estaba aprendiendo muchas cosas, y donde cada vez me sentía más suelta y confiada.

Porque al principio me sentí asustada. Muy asustada. Tenía una visión aterrorizante de los profesores con los que había convivido en el orfanato, y la verdad es que temía profundamente que la misma historia se fuera a repetir.

Pero no. Por suerte no fue así. Los profesores de ese centro me trataron fenomenal desde el primer día en que llegué. Fue por eso que pude adaptarme con mucha más facilidad a esa escuela, porque ellos me ayudaron mucho.

Incluso, le llegué a tomar un inmenso cariño a una de las profesoras. También sabes quién es, por supuesto, porque desde que te convertiste en mi amiga, no hubo ningún secreto entre nosotras.

Pero, bueno, para esa buena mujer también habrá una carta de despedida, así que no perderé el tiempo hablando de ella contigo.

Lo único que te quería decir, es que destrozaste mi vida de una manera sobrenatural. Y tú lo sabes, por supuesto que lo sabes. Ambas teníamos doce años cuando llegué al colegio. Nunca nos separamos desde que nos conocimos, nos hicimos tan íntimas que nos contábamos todo. Absolutamente todo.

Y quizá ese fue mi error. Contarte todo, creyendo que eras mi amiga incondicional y que nunca me ibas a fallar. Porque la verdad es que confié en ti ciegamente. Siempre estabas conmigo, eras mi compañera de pupitre en la clase, jamás nos separábamos en el patio, e incluso, te presenté a mis padres y venías constantemente a mi casa.

Estaba inmensamente feliz. Era la primera vez en mis doce años de edad que tenía una amiga. O una hermana, mejor dicho. Porque eso fuiste para mí. La hermana que nunca había tenido y que tanta falta me había hecho desde que nací.

Corazón DestrozadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora