1

18 2 0
                                    

En alguna parte de la casa un reloj estaba dando la hora. Primero fue uno, luego tres, hasta cinco veces el número de pitidos que dio, hasta que alguien lo apagó con un gran crujido y no se escuchó nada más. Todo volvió a quedarse en completo silencio y ni si quiera el viento meciendo las hojas de los árboles en el exterior rompió con el sosiego. No había respiraciones de las personas habitando ahí y si las había, estás eran tan suaves que nadie podría decir que alguien de los presentes estuviera realmente vivo.

Yo no me sentía viva. Tampoco sentía nada, para empezar. Mis sentimientos iban de la sed a algo parecido al hambre y vuelta a empezar. También podía sentir furia, o emoción, pero en ese momento la nada absoluta estaba instalada en mí. Y no me importaba. Era como una cáscara de nuez y su interior se encontraba vacío.

Nuestra naturaleza nunca fue cálida o al menos, así era en lo que nos habíamos convertido. Vivíamos apartados de la humanidad en colinas, donde teníamos una visión periférica y privilegiada de todos los pueblos a nuestro alrededor. Siempre imaginé que nosotros nos alzábamos ante los demás como mismísimos reyes, bien protegidos en nuestra colina mientras los demás seres que habitaban en el mundo trabajaban para nosotros. Nunca había estado tan equivocada hasta que crecí y vi como realmente eran las cosas. Lo único que había de grandioso en nosotros era la casa en la que vivíamos.

Muchas veces me preguntaba a qué se debía tanto poder. ¿Por qué vivíamos en un palacete? ¿Por qué nos considerábamos superiores al resto de los seres vivos? Nuestro padre, un padre ficticio puesto que no era nuestro padre biológico, había cerrado el debate poniendo punto y final a una pregunta que nos hacía retornar a nuestra humanidad perdida: los humanos son comida y con la comida no se juega.

Era fácil decirlo, pero había que tener en cuenta unas cuantas cosas antes de seguir el protocolo a rajatabla: por ejemplo, nuestro padre se había olvidado que, es al jugar con la comida cuando más placer se generaba al hincar los dientes a una víctima. Y no todos los vampiros estaban a favor de cazar de forma tan pacífica.

Al menos, no en mi caso.

Si embargo, había quienes en la familia intentaban llevar una vida más o menos normal, negando la naturaleza de su ser, intentando ignorar en lo que se habían convertido. Se mentían a sí mismos asistiendo al instituto, yendo a comprar a los centros comerciales, comiendo en restaurantes y conviviendo con humanos. Y padre, que sé que no lo aprobaba, tampoco lo impedía. Quizás por eso, lo consideraba un traidor más y quizás por eso, no soportaba a nadie de esta familia.

Consideraba que era en vano negar nuestra propia naturaleza. Era doloroso resistirnos a la sed e intentar ser parte de un mundo que nos había quedado obsoleto, convirtiéndonos en monstruos que, aunque poderosos, seguíamos siendo fieras descontroladas, alejadas de la mano de dios. Sobre todo, cada vez que veíamos una gota de sangre o sentíamos la esencia humana de un corazón que late.

Chorradas, pensé, mientras miraba por la ventana la oscuridad en la que se había sumido un día soleado. Viviendo como vivimos, nunca encontrarán más paz que la de matar a un débil humano.

—Violet, han vuelvo de caza.

Marcus había abierto la puerta como una exhalación, a penas imperceptible para el oído humano, pero lo había escuchado perfectamente mientras me giraba para mirarlo. Su pelo rubio me dio la bienvenida al igual que su figura esbelta que apenas cabía en el marco de la puerta. Su vestimenta de época como la mía, era una mezcla de azul turquesa y beis, que realzaba su palidez. Suponía que en otro tiempo hubiera tenido ojos como el mar, pero ahora solo había dos esferas negras observándome.

—Lo sé. —contesté y torcí mi cara para mirar por la ventana de nuevo.

Había escuchado las pisadas y el barro siendo salpicado por los caballos al trotar por el camino principal, volviendo a casa después de una semana a la intemperie. Había escuchado la risa de mis hermanas y las bromas de mis hermanos, pero, sobre todo, escuchaba latir un corazón que poco a poco, emanaba su esencia, apagándose. Los escuchaba desde que habían entrado en los dominios del palacete.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 02, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

No mires atrásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora