❧ Capítulo I.

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Tal y como lo había dejado, ahí estaba; después de lo que había parecido una eternidad, el oxidado y viejo barco que rescataron del fondo del mar seguía a flote al final del muelle, imponente como si fuese el barco fantasma de una película. Las algas que se habían formado mientras estuvo en el fondo marino aún se mecían al ritmo del viento, de forma suave y las gaviotas, atraídas por el aroma a mar, revoloteaban alrededor. Aquel barco había estado en los pensamientos de Jacob durante mucho tiempo, había saltado de bucle en bucle hasta dar con el más cercano a 1943, había pasado un año entero en la Marina... Y, por fin, lo tenía delante. Juraría que el tiempo se había detenido como en aquel instante antes del reinicio de un bucle, el corazón le latía con tal fuerza que hasta las olas del mar parecían haberse acompasado a él. Recorrió con la mirada el barco de proa a popa y vuelta, buscando cualquier signo de que sus amigos aún estaban allí, pero no había nadie. ¿Se había equivocado? ¿De verdad había llegado tarde y ya no estaban allí?

No podía negar que estaba desilusionado, encontrarlos había sido la razón por la que regresar a 1943 valdría la pena y ahora no sabría dónde volver a buscar. Poco a poco se fue acercando con la esperanza de chocarse con un Millard desnudo, como siempre, o con Bronwyn elevándolo unos palmos del suelo al abrazarlo... Pero nada ocurría. Llegó a la pasarela por la que seguramente habrían subido al atravesar el bucle y la mano le tembló antes de posarla en ella. Tantos años creyendo que no eran más que invenciones de su abuelo y, ahora, se rompería de nuevo si no los encontraba. El primer paso trajo a su memoria la primera vez que puso un pie en el orfanato derruido, cuando vio el reloj parado a la hora en que había caído la bomba, cuando entró a la habitación llena de tarros de cristal con órganos dentro... El segundo, le hizo recordar el primer té que compartió con Miss Peregrine, cuando Enoch dejó claro en una frase que no le quería por allí... Y así, a cada paso recordaba un momento vivido dentro del bucle y, sin que fuese consciente de ello, había una persona entre todos los niños que aparecía en todos y cada uno de aquellos recuerdos. Y no era precisamente la que Jacob esperaba.

El silencio se hizo cuando dejó atrás la pasarela y llegó a la cubierta, todavía sin rastro alguno de que allí viviese alguien. Negándose a perder aún la esperanza, comenzó a caminar de un lado a otro, llamando a gritos a sus amigos y esperando una respuesta que no llegaba. Se recorrió la cubierta de proa a popa, de babor a estribor, y siguió sin encontrar a alguien. Había pasado un rato buscando sin éxito y terminó por apoyarse contra una puerta, con lágrimas de frustración en los ojos, las cuales no tardaron en rodar por sus mejillas. Abrazó sus rodillas y escondió el rostro contra las mismas, lamentándose por no haber llegado antes de que se perdiesen en algún momento del pasado en el que no podría volver a encontrarlos. Si tan sólo hubiese tenido el valor de cruzar el bucle y quedarse con ellos... Había preferido una vida normal en un mundo que le había dado la espalda antes que a su nueva familia, justo como años antes de nacer él había hecho su abuelo.

Arrullado por las olas del mar, Jacob fue acallando su ya de por sí silencioso llanto hasta que pudo volver a adoptar un ritmo de respiración normal. Su postura no varió, siguió con la espalda contra la puerta y la cabeza contra las rodillas hasta que algo hizo que alzase la acuosa mirada azul hasta posarla en sus pies. Lo que allí encontró lo sorprendió de tal modo que pegó un bote. Picando con concentración su zapato, un muñeco híbrido entre una gallina, un buey de mar y un juguete se dedicaba a enredarse con los cordones bajo su incrédula mirada. Al extender la mano hacia él con la intención de cogerlo, el muñeco dio un paso atrás, alzando la cabeza para mostrar el rostro al que le faltaba uno de sus ojos y lanzó hacia delante la pinza que tenía por brazo con la intención de atacarlo. Por acto reflejo, Jacob apartó la mano justo a tiempo, aunque la sonrisa en sus labios no pudo borrarse. No había duda, era uno de los homunculi de Enoch. Podría haber pensado que el chico se lo habría dejado olvidado, pero no, la esperanza volvía a latir en él de tal forma que no notó en qué momento una silueta se había interpuesto entre él y el sol hasta que hizo el amago de levantarse.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2016 ⏰

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