A mitad de la noche una canción resuena en medio de la oscuridad de la ciudad, dos lugares distintos, dos instrumentos, dos personas que buscan con anhelo ser amadas.
expresándose a través de un violín y un piano.
Un amor, a mitad de la noche.
...
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Miré el piano en la sala, solitario, cubierto por aquella tela negra que posiblemente llevaba polvo de varios días ya.
Era ridículo tener un piano de cola en medio del salón y no usarlo nunca. Mis manos conocían completamente ese instrumento, mis dedos habían tocado cada una de sus teclas con pasión y armonía como si de un cuerpo se tratase. Pero mi relación con ese piano negro había acabado desde el día en que ella partió. La mujer que me dio la vida y la música, completándola.
Hace dos años mi padre, instructor de música clásica murió en un accidente automovilístico, dejándonos una gran suma de dinero como herencia, la cual por más que deseara era incapaz de llenar el vacío que había dejado. Desde ese día mi madre y yo caímos en llanto, y el instrumento imponente se volvió en un vejestorio sin usar. Rodeado de un aura de soledad.
Igual que yo, pues después de un mes mi madre cayó en depresión y su mente y cuerpo no resistieron. Un día simplemente no despertó.
Tomé la gabardina negra del perchero, me abrigué con ella y salí de mi hogar. Grande y solitario, lujoso y deshabitado. Salí buscando un lugar donde cenar, y calmar los pensamientos que se acumulaban en mi mente y corazón, que pedía a gritos ser llenado, que pedía volver a sentir lo que sintió cuando tocaba esas teclas blancas y negras a un compás guardado en el fondo de mi alma.
