Prólogo: Matheus Idígoras

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El atardecer yacía en el horizonte, con su resplandeciente color naranja con tonos azules. Un caballero solitario galopaba a ritmo constante en lo alto del Monte Lapte. Suspiró con un tono pesado, quizá por agotamiento, o quizá por felicidad. Se quitó el casco, que ya lo estaba hostigando después de un largo rato. Pudo avistar las murallas de su hogar, al fin, después de siete años de larga espera. Miró de arriba hacia abajo, recorriendo con su mirada los lugares más destacados dentro del reino. Todos esos años habían afectado al caballero. Ya no era aquel joven en sus tempranos veintes que se marchó con la misión de firmar la paz. Se había vuelto un hombre formado, con una mirada seria y desafiante, y que imponía con su simple presencia.  Lleno de nuevas cicatrices, sabía que ahora que la paz con Karazeb estaba sellada, su reino podría prosperar con mayor facilidad, con nuevos aliados, para mantener la zona costera a salvo de posibles invasores. Aliviado, sabía que lo único que restaba ahora era descansar. Planeaba informar de lo ocurrido al rey (aunque ya lo había hecho por medio de cartas), y luego, tomarse un merecido descanso. 

Su llegada ya había sido avistada por los guardias que custodiaban las murallas. Cuando llegó frente al inmenso puesto de vigilancia cercano a la entrada, saludó con el gesto típico de los Caballeros de Letronia. Lo dejaron pasar, y con una sonrisa, asintió y continúo a pie, dejando al corcel a manos de los guardias que estaban cerca del establo. Analizó las viejas e imponentes murallas, que sin embargo se mantenían bien cuidadas, como si el tiempo que estuvo afuera no hubiese pasado en el reino. Se preguntaba si de la misma forma, todos sus conocidos y amigos se mantuvieron en el tiempo. Un pesado sonido de cadenas lo hizo espabilar. Se percató de que desde lo alto de las torres, le indicaban entrar. Los soldados se colocaron en filas horizontales, reverenciando al recién llegado.

-¡SEÑOR IDÍGORAS, SEA BIENVENIDO!

Lentamente, el puente bajó en dirección a él, hasta alcanzar la plataforma, permitiendo el acceso al reino. Con el rabillo del ojo consiguió avistar en las cercanías a una figura encapuchada. El sol de aquella tarde, alumbrando a duras penas, iluminaba a la persona que lo observaba desde la lejanía. Matheus ordenó a los hombres que lo recibían aguardar un momento, manteniendo la guarda en alto. Se acercó cautelosamente con dos guardias a su lado. Cuando estuvo a una distancia media, su aguda vista pudo distinguir a la persona que se encontraba bajo la capucha. Mirando por sobre su hombro, habló con el guardia que estaba a su derecha. Con una voz relajada, dijo:

-Vuelvan con el resto y avisen a Arath que ya he vuelto. Pronto me reuniré con él.'

Una vez que se marcharon los guardias, caminó en dirección a la persona encapuchada, con una expresión seria en su rostro. Habló en voz alta, esbozando una leve sonrisa.

-No importa que tanto tiempo pase, eres igual de predecible, pimentón.

La otra persona comenzó a reírse, mientras se quitaba la capucha. Un joven apuesto pelirrojo se dejó entrever. Era un poco más bajo que Idígoras, y aparentaba su misma edad.

-Parece ser que tu vista no ha empeorado, pimienta. ¿Cómo has estado?

Ambos hombres rieron, y se abrazaron eufóricos. Prika, el pelirrojo, era un amigo de la infancia de Idígoras. Se conocían desde muy pequeños, y además, él era el hermano menor del rey al que servía el caballero. Comenzaron a hablar largo y tendido. Su reencuentro alegró mucho a Idígoras. Por fin, después de años, una cara amigable. 

-¿Son ciertas las noticias, Math? ¿Realmente Karazeb accedió a firmar la paz? -preguntó curioso Prika-.

-En efecto, viejo amigo. La Nación de la Costa Noroeste concedió finalmente una alianza con nuestra patria. Finalmente podremos prosperar en paz. -dijo Matheus con una sonrisa, mientras tomaba con confianza el hombro de su amigo-

Matheus IdígorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora