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Cuando se terminaron las clases, mi piel estaba en costante tensión.
Intenté ir rápido hacia el coche que me esperaba, de mi madre.
Pero un chico de rostro desconocido para mí, me dejó inconsciente.
-Qué pasa?-dije con un tono de borracho.
-Lo que pasa es que te debo una paliza, pingajín.-dijo agresivo, pero a la vez bromista.
-Recuerda tío palizas no.-se escuchó a lo lejos.
-Vete!
-Por?
-Nos vas a causar problemas! Eres el típico tío que intenta ayudar al acusado, y al final quedamos como pardillos.
-Te prometo que no tendré piedad.
-Eso espero-dijo un poco más calmado.

Yo no me estaba enterando de nada en ese instante.
Estaba muy mareado.
-Levantadle!-dijo Alberto
-Ya habeis oído chicos, cogedle.

Me cogieron de los hombros, me pusieron de pie e intenté sostenerme.
-Pingajin!Estás bien?-dijo Alberto
-Joder pues no, soltadme y os haré felices- dije yo intentando caer bien.
-Si es graciosillo y todo. Que pase por la fila.

La fila, como su nombre dice, era una especie de línea en la que se ponían los chicos, y uno, el que perdía, tenía que pasar por ahí mientras te atozaban con palos gordos.

Me dieron por todas partes, iba a llorar.
Cuando me miraron se quedaron con una cara sorprendida por la lágrima que se me estaba deslizando suavemente por mi cara.

Al llegar a casa, mi madre me preguntó que qué me había pasado.
Yo le respondí
-Me he caído mamá.
-Estás bien cariño?
-Sí..., sí, tranquila.
-No te puedo dejar solo nunca!-dijo preucupada.
-Qué pesada-dije en bajo.
-Castigado una semana sin salir!

-Porqué-me dije.-Porqué me tiene que pasar esto a mi?
Me fui al cuarto y volví a ver las carpetas.
Estaba pensando en utilizarlas.

AloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora