Akari

La isla de Akari

Akari

Esta es la historia del nombre de la isla Akari, la pequeña isla situada en un lugar remoto del océano Índico.

En el antiguo Imperio Nipón, en una de las villas más ricas y pobladas, por no decir que era la que contaba con los paisajes más bellos jamás vistos por los seres humanos, nació en un hermoso día de verano una princesa, la heredera al trono de la familia imperial de los Kitayama, la princesa Akari (Akari-hime). Al nacer, un extraño aura cubrió el cuerpo de la hermosa princesa, un aura blanco y deslumbrante que transmitía paz y serenidad. Tanto el rey como las madronas del parto se quedaron anonadados al contemplar aquel acto, del cual no supieron descifrar su origen. El rey Hikaru se puso de inmediato de camino a la sala del trono, donde mandó llamar a los más sabios de todo el país, los cuales tardaron unos días en llegar a palacio. Tras mucho debatir el problema, una anciano de nombre Katô, contó una antigua profecía que se había pasado de generación en generación por su familia:

"La luz nos guiará a un futuro mejor. La niña de la luz nos traerá la paz que necesita este mundo".

Ante tal noticia, el rey Hikaru se sintió orgulloso de ser el padre de la salvadora.

Los años pasaron, y la princesa Akari se convirtió en una hermosa joven de cabellos albinos y dorados, ojos grises y una pequeña y tímida boca, en la cual siempre mostraba una bella sonrisa. Pero muchas cosas habían cambiado para ella en los últimos meses. Sus poderes, ocultos durante muchos años, habían vuelto a aparecer a sus 16 años. Su padre, y mayor apoyo, había muerto un año atrás, dejando en el trono a su hermano pequeño, el príncipe Kei, por lo que estaba sin ayudas. Todos huían de ella al verla por temer a que les pasara algo malo, incluso las personas que más la conocían, sus doncellas,salían huyendo de su cercanía, aunque sabían que se encontraban delante de las personas con mayor bondad que conocieran nunca. La princesa Akari se sentía destrozada, sin ganas de nada, apenas salía de sus aposentos y, si lo hacía, era para pasear en su enorme y hermoso jardín y quedarse mirando por horas las nubes del cielo, sin pensamiento concreto alguno. El rey Kei, aunque conocía perfectamente a su hermana mayor, siempre estuvo celoso de ella,puesto que él nunca llegó a ocupar un lugar en el corazón de su padre, mientras que ella era el centro de su mundo. Kei habló con Akari para advertirle de que los miembros de las cortes querían acabar con su vida, convenciéndola de que se marchara a la isla que le había regalado su padre para poder sobrevivir. La princesa Akari no dudo ni un momento y se marchó con las cosas necesarias para su supervivencia allí, dejando atrás todas las riquezas con las que había vivido todos esos años.

Tras unos meses en aquella isla, Akari se había convertido en auto suficiente y vivía en una pequeña casa de piedra en el centro de la isla, escondida de todo. Akari paseaba tranquilamente por la playa en busca de alimento,cuando vio acercarse un pequeño bote, en el que venían cinco hombres con armaduras y grandes armas. Akari se escondió entre la vegetación, un buen camuflaje que había aprendido al llegar a aquella isla, y estuvo siguiendo a los misteriosos hombres y escuchando sus conversaciones, hasta que llegó el momento de la verdad. Uno de aquellos guerreros empezó a hablar su principal misión, la de matar a la monstruosa princesa Akari por orden del rey Kei. La joven no pudo evitar derramar unas lágrimas al escuchar que era su propio hermano el que había dado aquella orden, cuando se supone que él había sido su salvador, o eso había creído. Corrió a su casa, a desahogar toda su rabia con lágrimas cristalinas que salía de sus ojos, pero no fue suficiente para ella, por lo que la oscuridad se apoderó de su corazón. Su pelo se volvió oscuro, de un negro azabache, al igual que sus ojos, en los que la oscuridad de su alma se reflejaba perfectamente, en ese negro del cual no se distinguía ni la pupila, y su boca curvaba una sonrisa maléfica.