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El bajorrelieve era una tosca pieza rectangular de algo más de dos centímetros de grosor y con
una superficie de unos trece por quince; de origen evidentemente moderno. Por el contrario, su diseño
distaba mucho de resultar moderno en lo que se refiere al tema y a lo sugerido por la obra ya que, aunque
los caprichos del cubismo y el futurismo son muchos y descabellados, no suelen servir para reproducir la
enigmática regularidad que se esconde tras la escritura prehistórica y, ciertamente, el grueso de aquellos
diseños parecía ser algún tipo de escritura. Sin embargo, y a pesar de estar muy familiarizado con los
papeles y colecciones de mi tío, la memoria me fallaba al intentar identificar a qué tipo pertenecía, o
incluso al intentar recordar alguna pista de la más remota afinidad de aquella con otras escrituras.
Sobre esos presuntos jeroglíficos se encontraba una figura con evidente propósito pictórico,
aunque su ejecución impresionista impedía hacerse una idea clara de su naturaleza. Parecía tratarse de
algún tipo de monstruo, un símbolo que lo representase, o una forma que sólo una imaginación enfermiza
podría llegar a concebir. No estaría traicionando al espíritu de aquella cosa si digo que mi imaginación,
algo calenturienta de por sí, creía percibir en ella, de forma simultánea, las figuras de un pulpo, un
dragón, y una caricatura de ser humano. Una cabeza viscosa y cubierta de tentáculos destacaba sobre un
cuerpo grotesco y escamoso con unas alas rudimentarias; pero era el perfil general de toda ella lo que
resultaba más espantoso. Detrás de la figura quedaba insinuado un ciclópeo trasfondo arquitectónico.
Los escritos que acompañaban a aquella rareza, dejando a un lado un montón de recortes de
prensa, habían sido escritos hace poco de la mano del profesor Angell, y no había pretensión literaria
alguna en su estilo. Lo que parecía ser el documento principal se titulaba “CULTO DE CTHULHU” en
caracteres trazados concienzudamente para evitar una lectura equivocada de una palabra tan inaudita. El
manuscrito estaba dividido en dos secciones, estando titulada la primera “1925-Los sueños y trabajos
sobre los sueños de H.A. Wilcox, 7 Thomas St., Providence, Rhode Island”, y el segundo “Narración del
inspector John. R. Legrasse, 121 Bienville St., Nueva Orleans, La., 1908 A.A.S. Mtg. -Notas sobre los
mismos y sobre el relato del profesor Webb”. El resto de los papeles manuscritos eran notas breves,
algunas de ellas acerca de extraños sueños de personas diversas, y otras, menciones de libros y revistas
teosóficos (particularmente el Atlantis y el continente perdido de Lemuria de W. Scott Elliot). El resto
eran comentarios acerca de longevas sociedades secretas y cultos secretos, con referencias a varios
pasajes de fuentes mitológicas y antropológicas como puedan ser La rama de oro de Frazer y la Brujería
en la Europa occidental de la señorita Murray. Los recortes aludían a extrañas enfermedades mentales y a
una ola de locura o demencia colectiva que tuvo lugar en la primavera de 1925.
La primera mitad del manuscrito principal daba cuenta de un suceso bastante peculiar. Parece ser
que el 1 de Marzo de 1925, un hombre moreno y delgado, de aspecto neurótico y excitado, se presentó en
casa del profesor Angell llevando el singular bajorrelieve, todavía húmedo y fresco. En su tarjeta de visita
aparecía el nombre Henry Anthony Wilcox, y mi tío lo reconoció como el benjamín de una excelente
familia que le resultaba conocida. En los últimos tiempos el joven Wilcox había estado estudiando
escultura en la Escuela de Diseño de Rhode Island y viviendo solo en el edificio Fleur-de- Lys, cercano a
dicha institución. Wilcox era un joven precoz de genio reconocido pero de una gran excentricidad, y ya
desde la niñez había entusiasmado a gente con las extrañas historias y sueños que tenía por costumbre
relatar. Decía de sí mismo que era “'psíquicamente hipersensible”, pero la gente formal de aquella antigua
ciudad comercial le tomaba simplemente por un “tipo rarito”. Al no mezclarse demasiado con sus
compañeros de estudio se apartó gradualmente de la vida social, y en aquel momento sólo se relacionaba
con un grupo de estetas de otras ciudades. Incluso el Club de Arte de Providence, en su celo
conservacionista, lo dejó por imposible.
Con motivo de la visita, según se leía en el manuscrito del profesor, el escultor pidió
bruscamente la ayuda de mi tío para que, dados sus conocimientos arqueológicos, identificara los
jeroglíficos del bajorrelieve. Habló de una manera tan distraída y afectada, y que indicaba tal presunción,
que anulaba cualquier simpatía que pudiera sentirse por él. Mi tío le contestó con cierta brusquedad, ya
que la notable frescura de la tablilla implicaba parentesco con cualquier cosa excepto con la arqueología.
La réplica del joven Wilcox, que impresionó a mi tío hasta el punto de recordarla y anotarla al pie de la
letra, estuvo caracterizada por un matiz fantásticamente poético que debió marcar sin duda toda la
conversación, y que tal y como he podido comprobar más tarde, resultaba muy propio de él. Lo que dijo
fue: “¡Claro que es nueva! La hice la pasada noche en un sueño que tuve sobre extrañas ciudades; y los
sueños son más antiguos que la ensoñadora Tiro, la contemplativa Esfinge, o la misma Babilonia cercada
de jardines.”
Fue entonces cuando comenzó su inconexo relato, que de repente avivó un recuerdo aletargado
de mi tío, y se ganó su fervoroso interés. La noche anterior había tenido lugar un leve terremoto, el de
mayor intensidad de los últimos años en Nueva Inglaterra; y la imaginación del joven Wilcox había
resultado fuertemente afectada. Al irse a dormir tuvo éste un sueño sin precedentes sobre ciclópeas
ciudades de titánicos sillares de piedra y monolitos que alcanzaban el cielo, chorreando todo el conjunto

el llamado de cthulhu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora