TOC

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Hola, Soy Charles. Ya saben, el típico chico de esta clase de historias cuya vida es un desastre, adolescente de 19 años que odia su vida porque sus padres no lo comprenden, esa clase de cosas. Pero hay algo en mi que me hace diferente al resto de personajes de historias de este tipo. Me detectaron el trastorno obsesivo-compulsivo a los diez años. Imagínenme a esa edad con el impulso de lavarme las manos más de veinte veces y aún verlas sucias, u organizar mi habitación y, hata no dejar de verle imperfección alguna a la sabana, no dejar el lugar. Nueve años con este problema, nueve años creyendo que mi obsesión me hacía menos interesante, eso y que además no era aquél chico guapo al que todas deseaban. Ni siquiera pensaba en que alguna chica podía sentirse atraida hacia el chico que daba dos pasos y se agachaba a limpiar sus zapatos con tal de verlos relucientes. Claro que todo eso era solo lo que yo creía, y es que la vida se encarga siempre de demostrarte que estás equivocado. Aunque no me arrepiento.

Cuando la vi a ella sentada en aquella banca de ese parque que quedaba a doscientos treinta y siete pasos de mi casa mi enfermedad no tardó en jugarme en contra, aunque en realidad a cualquiera pudo pasarle lo mismo. Pensé quince veces lo que le diría antes de acercarme y aún así, estando sentado a su lado, no supe que decirle. Le pedí la hora cada tres minutos y le dije que era hermosa exactamente dieciocho veces. Llegó un momento en que se aburrió tanto que dijo que si lo que quería era invitarla a salir lo hiciera de inmediato porque debía irse. Hice lo que me pidió, veintitres veces para ser exactos, y durante una hora estuve confirmando que los números que conformaban los de su teléfono estuvieran correctamente escritos en aquél papel que ella depositó en el bolsillo de mi camisa.

Nuestra primera cita fue un desastre, al menos yo lo consideré así. La llevé al restaurante donde siempre iba con mis padres. Cuando el mesero tomó nuestra orden lo retuve durante cuarenta minutos para asegurarme de que todo estuviera en orden, él ya me tenía paciencia pero ella no. Al parecer empezaba a disgustarle, eso decía su expresión.
Poco a poco la amistad fue avanzando hasta convertirse en noviazgo, jamás pensé llegar tan lejos, pero ella lo confirmó, treinta y ocho veces. Hasta que dijo que si no paraba se arrepentiría. El sexo fue de las mejores cosas que tuvo la relación. Treinta y cinco lunares, puedo decirlo sin temor a equivocarme ya que todas las noches los revisaba para asegurarme de que todos estuvieran en su lugar. Me decía que con nadie se había sentido tan segura ya que no había visto a nadie más levantarse cuarenta y cinco veces a echarle seguro a la puerta, o que era un ahorrador de luz ya que esa misma catidad de veces revisaba si las luces estaban apagadas. De alguna forma eso que yo veía como un defecto a ella le había atraido.

No logran imaginarse el día que le pedí matrimonio. Estaba tan alegre que ese día logré controlarme un poco y solo fueron ventiseis las veces que se lo pedí. Dijo que estaba orgullosa. Increiblemente solo me tomó veinte minutos elegir el anillo. Lo malo es que se lo mencioné trenta. El día de la boda tuve en cuenta cada detalle, y gracias a dios no permiten ver a la novia con el vestido puesto, de lo contrario ya se hubiera arrepentido de casarse conmigo.

Correjí al sacerdote en catorce ocasiones, ella me miraba mal pero no podía evitarlo. Estaba impaciente por que llegara el momento de ese beso especial, único, ese beso con el que la haría mi esposa. Dijo que no. Cuando el sacerdote le preguntó dijo que no. No lo entendía, aunque era ilógico preguntarme que había hecho mal. No quiero lastimarte, mereces a alguien mejor. Fueron sus palabras y sentí que la vida se me iba en un suspiro. ¿Alguien mejor?, ¿Cómo que alguien mejor?, te aseguro que a nadie más le revisaría sus lunares cada anochecer, con nadie más me aseguraría que su sonrisa estuviera igual de radiante que el día anterior. ¿Cómo me mandas a buscar a alguien mejor?

Me aburrí de ti, dijo esta vez sin temor a lastimar. Al principio me parecías adorable, pero, me aburrí. Pude escuchar a mi corazón partirse en mil pedazos, y como era de esperarse debido a mi enfermedad no fue solo una vez. La única mujer que me entendía, la única que me había aceptado como era hoy me dice que está aburrida. Era de esperarse, ¿qué más podía pedir? Estaría pidiendo demasiado si me atreviera a soñar con que ella estaría a mi lado para toda la vida. Además lei que puede ser hereditario y no quiero que mis hijos sean unos anormales. Ahí está de nuevo, ese sonido de cristal cuando cae. Sé que no debería atreverme a imaginarla conmigo, pero tampoco debo permitir que me humille.
Sin embargo mis principios no me permiten insultar a una mujer.

Todo acabó ese día, volví a casa con el alma abatida. Pasé por el parque donde la conocí y juré verla allí sentada, pero eso es imposible, no pudo llegar primero que yo. Ahora entiendo lo que mamá decía cuando papá la dejó. Sientes que la vida no tiene sentido y que cualquier cosa sería mejor que vivir sin esa persona. Empecé a dejar ciertas costumbres que tenía antes, costumbres que me recordaban a ella. La pensaba las venticuatro horas. Aún sentía su aroma, la calidez de sus manos y la suavidad de sus piernas. Me imaginaba recorriendo su cuerpo, me calmaba pensar en que sus lunares seguían en el mismo sitio, me mataba pensar en que alguien más está descubriendo los tres que quedan en sus zonas íntimas.

Sobra decir que desde que se fue ya nada es lo mismo, ahora mi obsesión es pensarla. Pensar en que su sonrisa sigue igual, que sus pestañas no han crecido, que sus piernas siguen depiladas. Sobra decir que desde que se fue ya no quiero sentirme seguro, que sueño todos los días con que regrese. Ya no cuento los pasos que camino ni me obsesiono con dejar impecable mi cama. Verla así, desordenada, me hace recordar las noches cuando acabábamos de tener sexo.

Ahora dejo las lucen encendidas, para, por si regresa sepa que la estoy esperando, ahora dejo la puerta sin seguro para que entre, se acueste en mi cama desordenada y me susurre al oido.

No era cierto, eres todo para mí. Y sí, si acepto ser tu esposa. Y no, no necesito que un sacerdote me lo diga. Te amo y te amaré siempre.

N/A

Sé que tengo abandonado a Azael pero la Universidad me tiene mal. Hay un diluvio de talleres y trabajos y me tienen estresado.

Esta historia se me ocurrió y la escribí en 2 horas aproximadamente. Espero la disfruten y... no sé que más decir porque mi hermano no me deja concentrar. Se les quiere.

Hijo De Caín 🐃

No pregunten por qué el emoticón.

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