Querido Diario de una idiota

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12/11/94

Ésa soy yo, Elizabeth Beech, estudiante de instituto, de dieciséis años, que ha hecho algo tan estúpido que detesta escribirlo (aunque en realidad parece que lo necesita. Por eso te ha comprado).
   Lo que tengo que decir desde el principio es que la meta de lo vida es llegar a ser escritora. Esto no es lo que me hace idiota, pues creo que tengo talento. Me porté como una idiota cuando mi profesora, la señora Reeves, me pidió que enviara lo que escribo a un editor -—una editora de verdad de una editorial de verdad-— y lo hice. Envíe un capítulo de muestra de un libro que estoy escribiendo. Entonces, querido Diario, al editor le gustó lo que leyó. Me escribió una carta y me dijo ¡que quería leer más! Buenas noticias, ¿verdad? Mentira. Porque yo sólo tenía ese capítulo, y no puedo escribir el resto. Sí, creo que «idiota» es la palabra apropiada.
    Lo que estoy escribiendo es un libro que parece una novela pero que en realidad es una autobiografía. Me había propuesto saber si puedo contar mi vida con mis padres, que están locos y son unos retorcidos. Pensaba que si la vida de mis padres no tenía sentido en la vida real, al menos podría quedar más clara en el papel. Pero en cuanto metí ese capítulo en el buzón, comencé a sentir que era una especie de traición. ¿Te lo puedes creer? Mis padres están actuando de manera egoísta y odiosa, sin preocuparse de mí ni una pizca, y soy yo la que se siente culpable. He tenido que explicar todo esto a un editor. Y resulta humillante.
    También resulta triste esta situación porque el libro es importante para mí. Cuando estaba escribiendo ese capítulo, me sentí escritora por primera vez. Las palabras surgían de mí tan asombrosamente y con tanta naturalidad que parecía que el mundo estuviera nevando palabras y yo sólo tuviera que, ¡zas!, recogerlas con mi pala-lápiz antes de que se derritieran. Esto nunca me había ocurrido. Era maravilloso pero a la vez me daba miedo, y me hizo ver que mis otros textos eran demasiado imperfectos como para pensar en enviarlos. El editor me dijo que tengo «sensibilidad poética, que es menos frecuente que el don de las palabras » (!!!). No estoy muy segura de lo que es eso, querido Diario, pero yo la creo. Aunque ¿de qué me sirve si no me siento libre para escribir?
   Esto, querido Diario, es lo que necesitaba decirte. A lo mejor preferirías ser el diario de alguien como Kelly, mi amiga desde la infancia, que escribía sobre vestidos y chicos y apuntaría quien ha dormido con quién. O de mi madre, que tendría tantas neurosis interesantes de que hablar. Te podría utilizar para hacer una lista de todos los objetos que ha tirado y roto recientemente o para notar los reproches que dirige a mi padre, ¡como si mi padre pudiera dejar de estar ido el tiempo suficiente para siquiera concebir en qué consisten esas cosas! Bueno, intentaré realizar un milagro y hacer al menos una cosa interesante este curso escolar. Quizá entregar un trabajo de clase, aunque sea tarde.
   

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