Comienzos

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- Entonces, ¿puedes empezar mañana?

- Dile que sí.

- Claro, sin problema.

La mujer sonrió, probablemente su sonrisa más radiante. Era tan fácil hacerlas sonreír de esa forma.

- Entonces nos veremos mañana -esa era su muletilla, entonces -. Ya verás que disfrutas estar con nosotros.

Le sonrió. Era una sonrisa amable y poco comprometedora, no decía nada especial. Sin embargo ella pareció entender mucho, como todas las mujeres hacían con esa sonrisa.

- Vale, deténte. No debí enseñarte eso.

Le hizo una mueca mental mientras se levantaba y le daba la mano a la mujer frente a él. Su nueva jefa. El solo concepto era algo extraño, llevaba suficiente tiempo en el campo como para no acostumbrarse a tener una persona en un cargo directamente por encima del suyo, alguien para darle órdenes. Pero había hecho un trato y pensaba cumplir.

Suspiró.

La mujer detrás de él malinterpretó su suspiro y se sonrojó. Lo acompañó de forma atolondrada a la puerta de la oficina, y a punto estuvo de acompañarlo a la salida del edificio si su asistente no la hubiera llamado al salir de la oficina. La pobre ya había recorrido medio camino hacia el elevador. Lo miró una sola vez antes de desandar el camino y meterse en su oficina detrás de la asistente. Sabía que hablarían de él ahí dentro, como también sabía lo que dirían.

- Quizá tienes demasiada seguridad en ti mismo.

- Dime una cosa -respondió él -, ¿alguna vez nos hemos equivocado en eso?

- Touché.

Él soltó una risita de suficiencia mientras bajaba por el ascensor. Afuera, sabía, le esperaba un día luminoso y ajetreado. Tenía demasiadas cosas que arreglar ahora que había decidido tomar un trabajo fijo. Un apartamento, esa era una de las primeras cosas que necesitaría; ya estaba bien de vivir en su jeep. Casi soltó un gemido frustrado, eso iba a ser toda una aventura.

- Me rehuso a vivir en una pocilga.

Lo había intuido.

- ¡Tú ni siquiera tienes que poner un pie en el!

- Pero tengo que verlo. Eso basta.

Se mordió la lengua para no responder, las puertas del elevador acababan de abrirse y sería muy extraño que lo vieran discutiendo consigo mismo por el estado de un apartamento hipotético.

Sintió como ella levantaba una ceja.

- Claro que es hipotético -pensó en respuesta-, ni siquiera sé si podamos encontrar algo a estas alturas.

- Creo que todavía no entiendes bien las ventajas que te doy -se burló ella.

La luz del sol brillaba en los cristales del edificio, incluso a través del polarizado se veía un día brillante. Claro, la recepcionista no miraba hacia afuera: lo miraba a él. Y él detestaba esa parte. Era, quizá, una de las pocas cosas que desearía haber podido cambiar en su situación; ella atraía a los mamíferos inferiores, por ende, él atraía a la gran mayoría de mujeres y hombres con los que se encontraba.

Se puso los lentes mientras salía, de forma que la luz no lo lastimara, y giró a la derecha. Siempre a la derecha, pensó con una sonrisa.

Mientras caminaba se dedicó a observar los edificios y las tiendas que llenaban la calle. Si alguna vez había sido una calle residencial, ya no lo era.

- Todo cambia, incluso nosotros.

Eso, pensó, era debatible, pero lo dejó pasar. Había sido un día suficientemente bueno, no hacía falta forzar la suerte y enfurecerla.

Ella sonrió. Siempre sonreía cuando sus pensamientos iban por ese rumbo, le encantaba ganar.

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