Uno

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Odio los días lluviosos.

- Deberías estar acostumbrado.

Ignoró la voz que le respondía y siguió leyendo su libro. En ocasiones deseaba no escucharla, estar solo en su interior; pero ya lo había hecho y, después de Elka, no era lo mismo.
Quizá tenía algo que ver con su constante conversación, nunca se callaba excepto cuando estaba furiosa, o con su divertida manera de ver el mundo, o con la magia que la envolvía. En ocasiones deseaba no escucharla pero daría cualquier cosa por no perderla.

- Eso es muy considerado de tu parte.

Reprimió una maldición. No, a ella nunca le importaría si él quería privacidad.

- Creo que acabas de entender que realmente no tenías idea de a qué le decías que sí.

- Jajajaja - no pudo reprimir la carcajada-. Lo sabía a la perfección.

La había encontrado hacía ya tanto que en ocasiones no recordaba la vida sin ella. Había estado ahí en la muerte de su madre, durante la universidad, cuando empezó a trabajar y se dio cuenta de las ventajas que tenía, incluso estuvo presente, aunque fingiendo sordera y demencia, en muchas de sus primeras veces.

- Ugh, no me lo recuerdes. Ustedes son tan poco estéticos...

- Es cuestión de perspectiva, cariño.

Sí, era todo una cuestión de perspectiva ¿Quién había salvado a quién? No lo sabían. Elka era tan parte de su vida como él lo era de su existencia. Y, por mucho que quisieran, era una de esas relaciones sin secretos... Por lo menos de su parte.

Elka rió silenciosamente. No era su culpa, claro, era cuestión de la magia. Pero él lo odiaba, y ella disfrutaba verlo sentir algo.

- ¿Recuerdas cómo era antes?

Claro que lo recordaba.

Se vio a sí mismo sentado en una habitación llena de espejos, que en realidad eran más que espejos. Sabía que alguien lo miraba desde detrás de uno de esos espejos, podía sentir su mirada, pero se negaba a mirar. Le habían dicho que esperaría solo, no debería haber nadie mirándole. Quizá era parte del motivo por el que estaba ahí. Por escucharla. Tenía una amiga, una mujer que hablaba dentro de su cabeza y respondía sus preguntas cuando nadie más lo hacía. Sin embargo nadie le creía. Sus padres decían que era una amiga imaginaria, y era cierto, era su amiga, pero no era imaginaria. Lo sabía, del mismo modo que sabía que los monstruos debajo de la cama no lo tocarían si ella estaba ahí. Si realmente fuese imaginaria no le habría mostrado las cosas que le mostraba.

No era imaginaria, y él no era el problema. Eso lo supo después. En ese momento lo único que veía era un niño en una habitación espejada y sola, triste y asustado. Se veía a sí mismo durante todos esos años de terapia cara y poco efectiva, durante tantos castigos y regaños,y durante el oscuro período que siguió a aquello.

Sus padres nunca habían entendido que su hijo no estuviese mintiendo al hablar de su amiga imaginaria, que fuese más que simple invención suya. Y tampoco pudieron superar ese golpe. El matrimonio, que ya estaba teniendo problemas antes de ese momento, se vio sometido a una presión mayor a la que estaban dispuestos a soportar. Lo enviaron a una escuela lejana, usando siempre como excusa que querían su bienestar, y se desentedieron de él todo lo posible. Cuando fue lo suficientemente mayor, él hizo lo mismo.

Durante todo ese tiempo Elka fue su compañía, ella le escuchaba y le consolaba por las noches, le contaba historias maravillosas de tierras lejanas y guerras con garras y fuego, le hablaba de armaduras negras como la noche y ojos brillantes como el sol. Elka había sido su madre cuando necesitó una, y luego su amiga cuando ya no le hacía falta una madre. Era mucho lo que le debía para ser una amiga imaginaria.

- No eres el único con deudas.

Claro que no lo era, pensó, pero sentía que la suya era mucho mayor. Elka le había dado el valor para salir al mundo después, le debía la vida.

- Cariño, de no haberte encontrado, jamás habría salido de esa cueva. Estamos a mano.

Él no lo creía, por supuesto, pero era mejor no contradecirla. Elka tendía a ser vengativa cuando le llevaban la contraria, y no era fácil vencerla. Sin embargo era una de las mejores cosas que le habían pasado.

- Estas algo nostálgico.

- Solo pensaba, supongo, en las otras posibilidades.

Ahora era ella quien estaba pensando. Él podía observar sus pensamientos como si fueran propios, las imágenes y los sonidos le veían de forma natural; incluso sus emociones iniciales eran las de ella, algo a lo que le había tomado tiempo acostumbrarse.

Elka pensaba en la cueva, en el día en que lo conoció, y en su vida antes de él. Lo normal era que ella no pensara mucho en su pasado ni en lo que había sido la cueva, eran recuerdos dolorosos y algo inquietantes para él, Elka tenía una visión del tiempo y de la vida distinta, particular. Pero estaba pensando en la cueva y él podía sentir sus emociones fluyendo sin mucho control. Ella había odiado esa cueva con todas sus fuerzas, se había recluido en ella a morir, mas no había muerto, y luego había sido atrapada por su propia magia en una trampa eterna y casi ineludible. ¿Cuántos siglos habrían pasado? La última vez, la humanidad usaba trajes de hierro y caballos para transportarse, temían la magia y al fuego, y adoraban todo lo que tuviese brillo. Se mantuvo en un estado de duermevela constante durante largo tiempo, sin poder alimentarse a menos que algún incauto animal entrara a la cueva. Un día lo que entró fue un niño, un niño humano demasiado parecido a los que ella había visto siempre, y demasiado diferente.

- No me habrías devorado nunca - le dijo, quería distraerla, que no pensara más en aquella cueva.

- Oh, lo habría hecho. Eras sólo otro niño de muchos ¿Por qué iba a tener piedad?

- No, no lo habrías hecho.

Estaba convencido de eso. Elka nunca lo habría devorado, pero no era por piedad; la razón era más sencilla. Elka había visto que él tenía tan pocas ganas de vivir como ella, había querido que él sufriera tanto como ella sufría su inmortalidad. Lo había entendido en la cueva, al escucharla atraerlo y luego amenazarlo, y había fingido no saberlo, seguía fingiendo, tratando de no pensar mucho en ello para que ella no se sintiera mal. Pero esa era la verdad, y no habría podido odiarla por eso.

ElkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora