Capítulo 1 - Ese Primer día.

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Algo pequeño y frío cayó sobre mi labio, dos segundos más tarde otro sobre la mejilla, mi frente y entonces sobre el parpado de mi ojo.

Me desperté en un enorme desorden, tanto exterior como interior, al medio de la calle.

No recordaba nada de lo que había pasado, no recordaba quien era, no recordaba nada. Tenía un esguince en el tobillo, pero mi estado de shock en ver el paisaje de desolación que me rodeaba hizo que no sintiera el dolor del esguince. Lo empecé a sentir cuando me levanté y apoyé todo mi cuerpo pesado en las extremidades inferiores. Grité.
Tampoco recordaba como andar, pero el instinto humano supongo que se conservó, así que supe avanzar torpemente colocando una pierna detrás de la otra sobre el suelo húmedo, tantas veces seguidas cómo mi equilibrio me lo permitía.

Avancé unas pocas pasas más, el tobillo me dolía demasiado. Entré en una casa a la que le faltaba el techo. Miré lo que había. Todo era nuevo para mí ya que no recordaba que era cada objeto. Tampoco me cuestioné si había alguien, porqué tampoco recorvada lo que era un humano, un ser vivo. Salí de la casa, no había nada comestible ni agua. Mi garganta estaba seca e irritada. Me llevé un libro. El papel era orgánico, aunque la tinta no tenía muy buen gusto.

Continué avanzando agarrándome la pierna para levantarla cada vez que daba un paso, era duro, era doloroso. Llegado un punto, en ese primer día en que el dolor se hacía habitual en mi cuerpo, paré de andar. Me senté en la hierba. La toqué. Unas gotas de rocío que aún no se habían evaporado de la planta me rozaron el dedo, lo aparte inmediatamente. Era frío, mojado. De repente sentí algo dentro de mí que me hundía, algo malo. Creo que era ese sentimiento de soledad y... miedo. No lo había sentido nunca, o no lo recordaba.

Empezó a oscurecer y me quedé allí, mirando cómo se movía todo por el viento. El viento frío, pero más bien parecido a una brisa refrescante. Me había pasado todo el día, desde mi llegada, estirado en la hierba observando la hierba de cerca. Cómo su movimiento semejante al de un dulce baile se producía cuando el viento arrastraba su cuerpo y se volvía cuando la tranquilidad regresaba y así sucesivamente hasta que mis oídos oyeron algo. Un ruido que me inquietó. Me levanté de golpe. Miré a mi alrededor, nada. No había sido nada. Pero que significa nada exactamente. ¿Nada es algo que no importa? ¿Algo irrelevante, como el ruido de una piedra al moverse? No pensé que era nada. Por eso fui a ver que era. No tuve que hacerlo. Aunque eso ahora ya no importa, ya no es nada.

Mis ojos ya se habían acostumbrado a la oscuridad, entonces vi un cuerpo en el suelo, inmóvil, vacío. Lo toqué, estaba frío, como la gota de rocío pero la frialdad de esa figura me alteró mucho más. Porque algo dentro de mi sabía que aquello ya no tenía vida. Entonces pensé a qué había podido haber sucedido, que habría matado a ese ser. ¿A caso me podría matar a mí también?

Prácticamente no dormí ese día. Busqué algo que pudiera ayudarme a andar sin sufrir. Entré en una casa. Escogí esa. Esa casa que delimitaba toda una ciudad destrozada y el casi nada, solo un suelo gris que parecía no terminarse y unos cuantos árboles. Entré, rebusqué entre pilas de cosas que no supe identificar por la falta de luz. Encontré otros libros, pero solo cogí uno. Uno de literatura con cubierta de cuero y hojas espesas. A su lado había un trozo de tela, lo cogí y me hice una especie de bolso para poner el libro y los otros objetos que iba encontrando. Al atarlo a mi hombro me paré a pensar cómo se me había ocurrido esa idea, nunca había visto ese material, nunca había visto un bolso, nunca. Parpadeé y me volví a incorporar. Miré a mi alrededor, latas vacías, botellas rotas. Entré en una sala pequeña dentro de la casa, un platillo de ducha, un retrete. Levanté la cabeza y entonces me encontré cara a cara con mi reflejo. Me examiné. Tampoco nunca me había visto, en ese momento recordé el cuerpo sin vida que había visto unas horas antes. Me asusté y di un paso hacia atrás. Vi que él también, así que la curiosidad hizo que me acercara. Él también lo hizo, lo toqué. Al igual que el ser sin vida, estaba frío. Entonces me toqué la cara, mirando como mi reflejo hacía exactamente el mismo movimiento. Aparté la mirada de mi cara y me fijé en una caja blanca al lado del reflejo. Toqué su reflejo, inmediatamente me giré y allí estaba la caja. La abrí, dentro había un rollo de cinta, papeles y productos embotellados, uno era rojo, el otro transparente. Cogí todo y me largué de allí, pero antes de cerrar la puerta de esa habitación observé por última vez mi reflejo, pensé que no lo volvería a ver durante un tiempo. Cerré la puerta. Me dirigí hacia la puerta de la entrada de la casa y cuando la abrí un rayo de luz me cegó brutalmente, ya había amanecido.

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