Capítulo 3 - Tiros

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Saqué el objeto de mi mochila para comprobar si era la pistola. Cuando la saqué mi sangre ya se había evaporado. ¿Cómo podía estar allí? Recuerdo bien que la escondí. Era imposible, pensé que me estaba volviendo loco. Mi respiración iba a cien y no paraba de sudar. Tenía miedo. Durante todo este tiempo me habían pasado cosas muy extrañas, pero nunca ese tipo de suceso. No podía haberse teletransportado sola, y durante esos días saqué y metí cosas dentro de mi mochila y en ningún momento había notado o había visto el arma.

Cómo se me había curado el tobillo solo de un día para otro, se derrumbó toda una ciudad al mismo momento, no me podía extrañar que encontrara la pistola que había escondido. Pero de todas formas me parecía anormal. Dejé la pistola al suelo y me marché de allí.

Unos días después andando encontré una ciudad pequeña. Entré en ella, aunque no me sentía muy seguro. Entré únicamente porque ya no me quedaba mucha comida. No encontré nada. Las tiendas eran inaccesibles. Todo estaba derrumbado. Por la noche me marché. Me moría de hambre. Dormí sobre el suelo gris. Por la mañana caminé y encontré un pueblo, pero no encontré nada de comida. ¿Cómo podía ser eso? Tres días después aún no había comido y los huesos se me marcaban tanto que parecía no tener carne.

El tercer día me desperté y encontré la pistola al suelo, a mi lado. Me levanté de un salto. Miré el arma con desconfianza, miedo. No podía ser cierto. No podía estar pasando ¡la dejé en el suelo! Definitivamente me estaba volviendo loco y si no, ¿por qué tanto empeño a que tenga un arma? ¿Acaso no estaba solo? Acabé por llevarme la pistola. El día siguiente vi un animal en la cuneta del camino gris. Un animal majestuoso como el que hacía tiempo vi después de esconder la pistola, pero ese no tenía cuernos. Algo en mi mente perturbó la magnífica imagen, de repente ese animal me pareció... sabroso. La boca se me hacía agua. Recordé la pistola, la cogí de mi mochila. No sabía lo que hacía, pero disparé. El animal cayó al suelo, miré el arma, me asusté, me asustó lo que acababa de hacer. Había matado. Me acerqué al animal sin vida y esa culpabilidad se esfumó al igual que mi hambre esa misma noche. Antes de dormirme reflexioné en lo que había hecho, en lo que había significado el reencuentro constante con el arma. ¿Acaso me salvó, esa pistola, o me arrebató mi cordura? Puede que hubiera alguien que me quería ayudar, ¿pero por qué nunca se mostró? ¿Debía seguir alimentándome así, matando animales? Pero al matar ese animal la bala también atravesó parte de mi corazón, ¿cómo podía matar si después me sentía culpable? Supuse que desaparecería ese sentimiento. Decidí que por la mañana iría a una ciudad para intentar encontrar libros sobre mi existencia, saber la creación de este mundo. Saber, solo necesitaba saber.

A la mañana encontré una ciudad que por suerte no estaba muy destruida y tenía biblioteca. Entré en la biblioteca en busca de saber. Allí había bastantes libros de historia que, por cierto, me pareció extraño ya que días antes había buscado libros de historia pero no los había encontrado. ¿Todos estaban allí? Descubrí muchas cosas: que había, en teoría, otras personas como yo y que fueron ellos que escribieron los libros, que mi especie podía hablar, que no siempre el mundo estuvo así de destruido. Pensé mucho sobre todo eso. ¿Por qué todo había quedado destruido entonces? ¿Qué había pasado? Pero ningún libro lo explicaba. Después de dos días decidí salir de la biblioteca en la que me había encerrado. Busqué algo de comida. No encontré nada. Al llegar la noche mi desesperación empezó. No encontraba ni un mísero bote de comida y no quería quedarme allí. Me hice una promesa a mí mismo que respecté durante todo este tiempo: no dormir ni pasar la noche en una ciudad. Entonces pensé en la pistola. No, no podía ser. ¿Debía matar para comer? Debía matar para comer. ¿La comida se había acabado? Nunca lo supe, pero ya no encontré nunca más comida en bote o en bolsa como hacía antes.

En fin, los días pasaron y por supuesto ya había matado algunas veces para alimentarme, pero cómo había supuesto, la primera vez que maté a un animal, la culpabilidad ya era un simple recuerdo perturbador. El día 141 quise entrenarme a disparar porque para matar a un animal era dificultoso ya que se movía. Cogí algunas botellas de vidrio o latas y las metí sobre el suelo gris, entonces se empezaron a oír tiros. Después me paré a pensar un momento, porque ocurría una cosa muy curiosa: las balas de la pistola nunca se acababan. ¿Cómo podía ser eso? Por la mañana volvía a tener la pistola llena otra vez. Pensé que definitivamente no estaba solo, pero sí, estaba realmente solo. Durante una semana no visité más pueblos ni ciudades simplemente andaba por aburrimiento. Mis días se resumían en entrenarme a tirar, cazar, comer, buscar ríos y releer libros tirados en mi mochila. Hasta que supe tirar bien si fallar ni una lata, ni un animal. Era extraño porque aprendí muy rápido, o quizás recordé muy rápido. El día 159 por la noche un animal ruidoso cruzó el camino gris, lo dejé pasar porque detrás le seguían cuatro animales idénticos pero más pequeños, no sé porque pero intuí que no debía matarlos, me dormí otra vez. Por la mañana me dio pereza andar únicamente porque me desperté con una pregunta en mente: ¿Hacia dónde voy? Me estiré en el suelo gris y miré al cielo. ¿Quién era? ¿Quién soy? Pensé, solamente pensé en todo esto. ¿Dónde había nacido? ¿Quién eran mis padres? ¿Por qué me desperté el primer día? ¿Y por qué no estaba despierto ya, cuando pasó toda esa... catástrofe? Suspiré. ¿Por qué estaba solo y por qué no había más personas como las de aquella foto que encontré hacía días?

Al menos quedaban libros y cada vez sabía un poco más de todo gracias a ellos. Pasaron 21 días en los que no estuve bien, no tenía ganas de nada, no encontraba el sentido a vivir. No quería comer, no quería andar. Todo era negro. Me sentía...vacío, o como si hubieran pisoteado mi alma quinientas veces. El día 182 iba andando sin ilusión y vi algo a lo lejos. Una bola gris pequeñita pero que al acercarme se hacía más grande. A unos metros de ella, asombrado, me paré. No era una bola, era un animal, con mucho pelo, grandes orejas. No se movía, simplemente me observaba. Nunca había visto ese tipo de animal, me daban ganas de cogerlo y abrazarlo si es que se podía. Lo rodeé, no quería asustarlo. Él me siguió con la mirada. Di unas pasas y me giré para volver a ver ese animal, pero no lo vi. Lo busqué con la mirada, miré hacia bajo y allí estaba. ¿Me había seguido? No sabía que pensar de eso, no sabía si tener miedo de su presencia. Pero me siguió cuando volví a andar. 

P.365Donde viven las historias. Descúbrelo ahora