El mejor regalo

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Navidad...

Una de las celebraciones más especiales de todo el año. Un día en el cual, nuestros corazones se vuelven solidarios, se llenan de amor, de ternura, de hermandad. Somos felices y vemos la sonrisa de los que amamos frente a nosotros y entendemos que es ahí donde se encuentra la verdadera navidad.

De niña amaba los preparativos previos a esta fiesta, junto a mi padre, mi madre y mis hermanos, nos disponíamos a preparar la casa con los propios decorativos. Las comidas eran abundantes y deliciosas, de esas que solo se comen en estas fechas.

Mamá siempre me regalaba un vestido nuevo cada año, eran sencillos y muy bonitos. Sus ojos se llenaban de lágrimas cada vez que me veía con ellos, nunca entendía porque, pero me hacía sentir especial y única.

Todas nuestras navidades se caracterizaban por ser muy alegres, hogareñas y por tener muchos invitados. Mis tíos y mis primos, los abuelos, Susanita la vecina de la esquina que vivía con su perro salchicha. Eran días inigualables, donde no te cansabas de sonreír con el alma.

En mi navidad número diecisiete, luego de las doce de la noche cuando ya todos estaban comiendo pan dulce o turrones, tomando sidra y mientras los más pequeños abrían sus regalos repletos de emoción, sonó el timbre. Me dirigí rápidamente hasta la puerta, creyendo que eran mis abuelos ya que se habían retrasado más de lo normal. Pero grande fue mi sorpresa al encontrar unos enormes ojos azules como el cielo.

—¿Hola? —Saludé al muchacho que se encontraba frente a mí, éste sonrió y bajó la mirada, lo cual me descolocó por un momento, hasta que vi a dos personas acercarse hacia nosotros.

—¡Alai, querida! ¡Feliz navidad! —Una señora un poco robusta de cabellos negros y ojos grises se acercó con una gran sonrisa y me estrechó entre sus brazos.

—¿Tía, Lili? —pregunté con un hilo de voz. Tardé un poco en reconocerla, la última vez que la había visto tenía nueve años, pero esa voz dulce y melodiosa era inconfundible.

—Si preciosa, soy yo. —Nos miramos y ambas sonreímos.

—Feliz navidad tía, hace mucho que no te veía —dije rememorando las antiguas navidades donde ella siempre estaba presente.

—Es verdad, ¡ya estas hecha una señorita! ¡Mirate! ¡Estás hermosa! —A su lado, un hombre un poco mayor con algunas canas en su cabello negro y unos ojos azules intensos, me sonreía amablemente—. Preciosa, te presento a mi esposo, Luis.

—Feliz navidad Alai, tu tía me contó mucho sobre vos y tu familia. Es un gran placer conocerte —extendió su mano y estrechó la mía con suavidad y dulzura. Parecía un hombre muy sereno y emanaba una sensación de confianza y bienestar que me hizo sonreír.

—Muchas gracias Luis, feliz navidad para vos también. Espero que la tía te haya contado cosas buenas de nosotros, ¡ella puede ser un poco exagerada! —Ambos reíamos mientras los invitaba a pasar.

—Bien linda, te presento al último integrante de nuestra familia —tomó los hombros del muchacho cariñosamente y lo atrajo hacia ella—; él es Galo, el hijo de Luis.

Por un momento permanecí inmóvil mientras lo observaba detalladamente. Era alto, me sacaba poco más de una cabeza, su piel era blanca y parecía muy suave al tacto, sus cabellos negros envueltos en algunos rulos rebeldes que bailaban con el poco viento que había le daban un aire dulce y angelical. Pero, lo que más me intrigaba eran sus ojos, de un azul intenso como los de su padre pero de mirada suave y tímida, parecían invitarme a perderme en ellos.

—¡Lili, querida! —La voz de mi madre me sobresalto por un momento y me di cuenta que no había pronunciado palabra alguna desde quién sabe cuántos minutos. Sentí mucha vergüenza en ese momento y repentinamente mis mejillas ardían. Volví a posar mis ojos en el muchacho, le sonreí y pronuncié un "feliz navidad" en voz baja.

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