Reto Diciembre 2016

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Al asilo llego "el encargado de pagar mis regalos y cada una de las comidas extras y lujitos" nada merecidos que a otros de mis vecinos no les daban, dejo a sus tres pequeños hijos: Michell, Buzz y Megan para que me hicieran compañía y de paso les alegrara un buen rato a otros viejos. No me quejo, realmente cumplían su cometido, eran un trío de hermosos niños tiernos y juguetones y llegue a tomarles un cariño desmedido. Tanto que me convencí de que eran mis nietos, y ellos me llamaban abuelita Christine. Pero junto con los niños, la experimentada enfermera Lolly y la joven novata Angel, eran un publico extraño y por un momento estuve a punto de meterme en la solitaria burbuja en la que por tantos años estuve presa. 

Michell el más grande de los niños comento que en su casa, cuando sus abuelitos "verdaderos" llegaban a visitarlos solían contarles anécdotas de su vida. Les encantaba, según dijo, escuchar como es que los abuelos se habían conocido y hasta podían soportar que les contaran sobre los primeros besos, así que el niño sugirió que la abuelita Chstine les diera una charla sobre su vida. Los niños no suelen esperar un no, de inmediato se colocaron frente a mi silla, en la alfombra con las caras recargadas en sus pequeñas manos y los pies subiendo y bajando al compás, estaban ya dispuestos a escucharme. 

-No creo que sea buena idea niños. Mi vida es muy aburrida-les dije fingiendo diversión. Debo decir que falle estrepitosamente. Sone fría y casi malhumorada. Pero ellos eran muy inocentes como para percibirlo. 

-A veces mi tío Buzz suele decir que las historias de mis abuelos son aburridas también, pero igual se queda en la sala con nosotros a escucharla. Es un poco cínico según papá, pero suele decir que veces algo aburrido también es algo interesante-dijo Megan. 

-¡Cierto!-gritaron Michelle y Buzz al mismo tiempo asintiendo con sus caras pegadas a sus manos. 

 -Si la señora no quiere contar nada deberían dejarla niños. Tal vez puedan mejor jugar con el señor Jonhson, esta ahorita jugando al bingo-les dijo Lolly. 

 -Creo que es buena idea dejar descansar a la abuela Christine-dijo Angel resaltando su capacidad para siempre estar de acuerdo con sus colegas. 

-El señor Jonhson siempre nos deja ganar-dijo Michell enojado- siempre dice que somos muy buenos pero cuando llegamos a casa y jugamos con padre siempre perdemos. Lo que nosotros queremos es conocer a abuelita Christine.

Los tres niños me miraron. Tenían sus ojos brillantes en la suplica. Sus sonrisas eran un remanso de dulzura, frescura, travesura. 

El grito resonó por toda mi habitación cuando acepte y salió incluso por el pasillo. Tanto que Lolly tuvo que cerrar la puerta y reñir un poco a los niños por tan fuerte muestra de alegría. 

Y si, Lolly y Angel no salieron, se quedaron en mi cuarto. No las podía culpar, era la oportunidad perfecta de conocer a la misteriosa Christine. Ellas solo conocían mi nombre, siquiera sabían cual era mi comida favorita ni en que lugar había nacido. Solo sabían que enfermedades me aquejaban y que medicinas me daban alergia. Quince años tenia con ellas y eso solo sabían. Así que me ahogue las ganas de señalarles la puerta para que se fueran.  Mínimo fueron un poco...no tan obvias y fingieron que hacían cosas importantes por aquí y por allá. Sonreí, eran un par de sinvergüenzas, pero la verdad hasta yo hubiera deseado conocer a alguien como yo. Que moldeo su propio misterio.

-Yo no soy de aquí. Nueva York esta muy lejos del lugar en donde nací. Soy de Texas, al sur, de un pueblito llamado Jourdanton. Siempre fui una niña alegre, amable y muy social. Aprendí a caminar a la misma vez que apretar las manos de las personas. Siempre les tenia una sonrisa vivaracha y me amaban por eso. Hacía travesuras y tenia amiguitos por todos lados. Los mismos crecieron conmigo y me convertí en una muchachita un tanto rebelde, pero que irradiaba felicidad. Casi a los 12 años comencé a labrarme mis gustos. Llegue a ser fanática de la música Rock and Roll y de la ropa colorida y alocada. Era mi personalidad. Y así crecí. Puede que suene a que tengo el ego muy alto pero por como era conseguí muchos amigos. Ya más grande comencé a querer ser independiente, con unos amigos fundamos una banda de garaje y para costear los instrumentos que usábamos tuve que buscar trabajo. Recuerdo que en la otra punta de mi pequeño pueblo había una jugueteria que iba creciendo cada vez más, no era bastante grande para que buscaran cien ayudantes, pero si lo suficiente para que la ancianita dueña necesitara dos ayudantes más. Así que un día puso un letrero en donde solicitaba a alguien que atendiera la tienda y yo vi el anuncio, entre y la mujer me contrato casi al instante...debo decir que el hecho de que ya me conociera ayudo bastante. Y como les digo...ella no estaba sola, detrás de una puerta estaba alguien más. A él, allí fue cuando lo conocí. 

-¿Fue tu primer amor?-interrumpió Megan entre risitas emocionadas. 

 -¡No interrumpas Megan!-dijeron al unisono sus hermanos. Provocando que saliera de mi boca una risa sincera. 

-Si querida, fue mi primer amor. El único a decir verdad.  Yo les digo que una de mis principales cualidades antes de entrar a esa jugueteria era de que no me fijaba en el físico de los muchachos. No, eran cosas vanas para mi. Prefería fijarme en los chicos que eran amables, que tuvieran voces sinceras, que contestaran a mis preguntas de formas ingeniosas, esa era la forma de ganarse mi corazón. Pero debo decir lastimosamente que con él caí en la frivolidad. Era casi un adonis para mi. Era la persona más hermosa que había visto. Tenia unos dientes blancos y derechitos, nariz pequeña, pestañas largas, ojos grandes y azules como el cielo, cejas espesas y mentón cuadrado. Los risos dorados le caían en rulos naturales, era delgado y fuerte. ¿Saben? a veces solemos ser un poco cínicos, como su tío Buzz. Si, todos. Solemos pensar que esas personas "guapas" merecen una confianza de primera, y aquellos que no se pueden dar por afortunadas son juzgados y tienes que tardar en confiar en ellas. Pues yo fui cínica esa vez. Había un chico en mi escuela. Era gordo, grande y de color. Solía el acercarse a mi, intentando que las pocas veces que estábamos frente a frente fueran divertidas para mi. Pero no le tenia confianza. Era ingenioso, bondadoso, pero su imagen no me gustaba, estaba ciega. Lo conocí por tres años y nunca le di oportunidad alguna. Y a él, con solo verlo, con su cabellera de oro, le di mi corazón al instante. 

>Crecimos en la tienda. Y trabajamos arduamente, nos hicimos novios a los tres años de conocernos. Luego duramos más años en la juguetería. Él se volvió un amante de los juguetes, hacía de todo tipo, hermosos de todos tamaños y para todos los gustos, los niños pronto lo conocieron como el mejor fabricante de juguetes de todo Texas. Bueno, de toda la parte de Texas que ocupaba Jourdanton.  Crecimos aún más, hasta que ya eramos jóvenes adultos. La dueña murió y la tienda cerró. Los hijos de la mujer vendieron el local y nosotros nos quedamos sin trabajo. Mis padres trataron de convencerme de que ahora que no estaba en la jugueteria me fuera a Austin a estudiar, como todas las personas de bien.  Según ellos me habían permitido vivir mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud como yo quisiera, pero ya era hora de asentarme. Así, que creí que eso era lo mejor. Y se lo dije.  Le dije que me iría a la capital a estudiar economía, dejaría a mi banda y a el con sus juguetes. En el fondo yo sentía que estaba haciendo bien, pero me sentía extrañamente vacía. Y él pareció aprovecharlo. Me endulzo el oído. Me dijo que vendríamos aquí a Nueva York, con los ahorros que tenia abriría un  pequeña jugueteria, su tío le había donado un local en Time Square.  Me invitaba a vivir su feliz vida. Y le hice caso.  

-Viví con el y pronto su jugueteria "Duncan" creció mientras nos haciamos viejos. Pero su amor por mi al contrario se esfumo. Sola en la fría ciudad de Nueva York yo también me volví menos alegre. Y eso a él no le gusto.  El alegre señor Duncan me cambio por alguien más alegre. Cuando me fui, no me retuvo. Solo dejo que saliera a la fría ciudad. Y perdí todo. Anduve y anduve y caí. Pronto encontré consuelo en la música de cámara y en las palomas del parque. Y ya no volví a sonreír. Hasta que un pequeño niño me dio esto.

Saque de mi bolsillo una tórtola mientras el padre de los niños entraba. Le sonreí. 

 -Que bueno es volver a verte. Mi querido Kevin. 

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