El inicio del juicio.
La sala tiene aire acondicionado, muy diferente al cuarto al que he sido recluido todo este tiempo. También hay más iluminación, la oscuridad de antes no me deja apreciar el rostro de los demás. Puedo verlos sentados detrás de un semimuro hecho de madera oscura. Todos visten formal, todos lucen como millonarios, personas con clase que han venido a ver un espectáculo. No me gusta ser el centro de atención.
Pero hoy es inevitable. Hoy soy la entretención de todos en la sala.
Me guían hasta una mesa y me obligan a tomar asiento. Tengo a dos personas custodiando en cada lado, izquierda y derecha. Hay otras cinco de pie, erguidos y con expresiones serias. No se inmutan en ningún momento. Tampoco parecen pestañear.
Los murmullos se alzan acoplándose a la serenidad anterior, al entrar a la sala, y no cesan hasta que otra puerta se abre. De ella, un hombre de cabello cano, muy arrugado, con gafas gruesas y vistiendo una toga negra, camina hasta el podio más alto. Obligatoriamente, todos debemos ponernos de pie.
Yo no quiero hacerlo, pero el sujeto que me custodia a la izquierda me fuerza a hacerlo. Una vez sentado, el hombre golpea un martillo contra el podio.
Todos volvemos a sentarnos.
"Se da inicio al juicio contra Malak Ivanov; acusado del asesinato de ocho personas, tres mujeres y cinco hombres".
Un hombre de smoking gris y corbata roja me habla. Susurra cosas que no pretendo escuchar. Me es inevitable pensar en ella, en su fragancia, en su sonrisa, en sus manos, en sus labios... en ese momento tan particular que me llevó a conocerla.
El flujo de sangre descendió desde mi nariz lentamente hasta mi labio. El calor se alojó en mis mejillas y perduró allí por mucho tiempo más. La respiración me era entre cortada y el peso sobre mi pecho no dejaba hacerlo con normalidad. La presión cada vez era más intensa, hasta el punto en que todo mi cuerpo pretendía ceder al amargo infierno oscuro que detoné al cerrar los ojos. La hinchazón en mi labio palpitaba al mismo ritmo que mi corazón. Saboreé la sangre dentro de mi boca, queriendo escupir el sabor a oxido. Volví a respirar, buscando una bocanada de aire que me faltaba para sobrevivir a mi siguiente acto. Y en cuanto lo hice, abrí mis ojos viendo el rostro furioso de mi contrincante, mofándose con satisfacción de mi deplorable estado.
Él sabía que estaba ganando. Él sabía que yo no daría para más.
Sin embargo, no contaba con ese instinto humano que yace en lo más profundo de todos nosotros. Ese instinto que nos mantiene vivos.
Fue como un milagro. Apenas logro congeniar cómo lo hice, pero ocurrió.
Elevé mis manos y lo agarré por el pie, arrastrándolo sobre mi pecho hasta que él se desequilibró. Cayó al suelo sin poder sostenerse, o usar sus manos de apoyo. Su frente dio contra el pavimento ensangrentado y perdió la consciencia.
Otra bocanada de aire.
Un grito provino de su cómplice. Fue gracias a su áspera exclamación que logré reaccionar y rodar hacia el lado para esquivar el punzante cuchillo que ya me había sido enterrado al costado del vientre.
Con fuerza, jadeando y al borde del colapso mental, me levanté del piso. Presioné el tajo. A través de la ropa podía sentir la sangre expulsándose de la herida, el desnivel de ésta y el calor de la zona. Volví a jadear comenzando a sentir dolor. El sujeto con el cuchillo alargó el brazo intentado otra vez golpearme con su arma. Di un paso hacia atrás y luego le lancé una patada que lo desequilibró. El dolor se realzó entre la adrenalina, pero el instinto de supervivencia me colmó otra vez.
Agarré mis cosas y comencé a correr. Pero un tercer hombre me agarró por la espalda.
"Mocoso ladrón"
Intenté patalear, librarme de su agarre. Era como una serpiente envolviendo a su víctima, cuestión que me descolocó. Si no podía salvarme de ello, entonces mi muerte era segura.
Todo para saciar la hambruna de unos cuantos.
Había tenido la brillante idea de robarle pan a Los Reznov, una familia que residía a cuatro calles. Entre la pobreza que a todos afligía, ellos eran los que mejor la sobrellevan. Dormían en una buena casa, se rumoreaba que tenían hasta colchones y mesas donde comer. Muy diferente a nosotros, que dormíamos en mantas, abrigándonos entre nosotros, contagiándonos de lo que fuese, sin actas de nacimiento. Un orfanato de mala muerte que pedía cuotas por tenerte allí. Si no dabas algo a cambio, podías despedirte de tu vida.
Yo no quería despedirme de la mía, quería entregar mi cuota.
Sin embargo, todo lucía al contrario.
La vida siempre da segundas oportunidades. Lo sé. Soy el ejemplo vivo de aquello. Puedo confirmarlo con hechos y palabras. Ocurrió de niño, y ocurrió por segunda vez cuando conocí a Emily.
Con un tenedor salvó mi vida. Uno que enterró en el muslo del tercer hombre. Recuerdo que al verme libre, tomó mi mano y ambos corrimos por las calles hasta vernos a salvo. Fuimos a las afueras de la ciudad, El Bosque de Los Corazones Rotos. Nos refugiamos en una cabaña, y en ella se presentó.
"Soy Emily", dijo. "Esos sujetos viven fastidiando a los niños. ¿Qué hiciste para que quisieran matarte?"
Le faltaba un diente delantero, tenía el cabello revuelto y de un rubio como la paja. Vestía un vestido rojo, sucio y con puntos blancos. Una cinta roja rodeaba su cintura y la marcaba. Era delgada. Era muy diferente a mí.
Hasta su sonrisa era perfecta. En ese primer instante me enamoré de ella.
Ella también era huérfana, pero no vivía en un orfanato. A ella la adoptó una mujer y su marido, junto a otros niños. Me dijo que no podía volver a mi orfanato, que los Reznov me encontrarían y salvarme sería en vano. Me llevó con ella a su casa y habló con su madre adoptiva. Todos los residentes de allí pensaron como ella. En un par de días mi vida tornó un giro.
Con cada día que pasaba más me gustaba, más la quería para mí, pero ella no me correspondía. Ella era una marea inquieta y muchos deseaban navegarla.
Una noche dijo que podía corresponderme si hacía algo a cambio. Que debía esforzarme y que me amaría eternamente si lo hacía.
El precio de tenerla se pagaba con sangre...
Y yo estaba dispuesto a dársela.
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Cómo enamorar a Emily
عاطفيةEl perturbado deseo de un Don Nadie, porque el amor puede más que la razón. Ella lo dijo: si quería ganar su corazón, debía cumplir a todo lo que pidiera.