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Cuando despierto no sé si han pasado dos horas o dos días. Luego de unos segundos descubro la razón de mi despertar, escucho pasos y voces. Un grupo de agentes de la paz pasa por delante de mi escondite sin siquiera detenerse a mirar, pero luego paran a examinar la sangre seca de los mutos en el suelo. Cuando siguen caminando, decido seguirlos, de alguna manera tendrán que salir ellos de aquí. Espero que estén veinte pasos delante de mí y les sigo el ritmo sigilosamente, para que no me descubran. Me duele gran parte de mi cuerpo, pero si quiero sobrevivir, debo salir de aquí. Caminamos un buen rato, doblando varias veces por distintos túneles pero sin ver ninguna salida, hasta que delante de nosotros se presenta una pared con una escalera, sobre ella, una salida. Cuando comienza a subir el último de los agentes de la paz me acerco lentamente para no dejar que se cierre la salida. Cuando termina de subir estoy lo suficientemente lejos como para que no me vean al cerrar la puerta y lo suficientemente cerca como para impedir que la cierren del todo. Tomo una piedra del piso y la dejo en la puerta para que no se cierre. Cuento hasta veinte en el ritmo en que caminaban los agentes de la paz para que ya estén lejos cuando salga. Cuando llego a veinte, abro la compuerta y salgo, al llegar a la superficie, está haciéndose de noche y todo parece normal. Alguien me señala y grita a los agentes de la paz. En ese mismo momento, la garra de un aerodeslizador me levanta hasta él.

Finnick Odair long lifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora