Capítulo 0

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—Esos movimientos de recién fueron geniales.

Detuvo sus alas abruptamente al escuchar esa voz. Se giró sorprendido, descubriendo una sonrisa satisfecha en el rostro de su mejor amigo que lo observaba unos metros más abajo. Su compañero desde que había aparecido en el Reino de Dios, dispuesto a dar todo su cuerpo y voluntad para el Señor. Al nacer se había sentido muy desorientado, pero cálido cuando percibió que no estaba solo, después de todo Atsushi siempre había estado a su lado. Habían aprendido juntos las reglas del Cielo, sus obligaciones y sobre todo, el mayor por solo unos pocos meses le había enseñado la más grande de las libertades de un ángel.

Volar.

Ya no era novedad para los demás que Todomatsu pasara el tiempo arriba de sus cabezas, practicando piruetas, giros y aterrizajes que más de una vez casi terminan en choques. Por suerte nunca había herido a nadie, aunque si se había ganado varias advertencias por parte de sus superiores. Pero era uno de los más pequeños en el Cielo y solían dejárselas pasar.

—Atsushi, ¿desde cuándo estás ahí?—preguntó sonrojado, lleno de pena por haber sido descubierto justo por su "maestro" y confidente. Decidió bajar para luego posarse sobre las nubes que les permitían poder caminar sobre ellas.

—Diría que desde hace unos diez o quince minutos, como dicen los humanos—dijo, logrando que el de orbes rosados lo mirara con reproche. Rio por lo bajo—. ¿Por qué esa cara? No puedes culparme. Has perfeccionado los movimientos con tus alas. Estoy sorprendido.

—El alumno siempre supera al maestro, ¿verdad?—respondió gracioso, sonriéndole con suficiencia al recordar una de las tantas frases que el otro ángel le había comentado. Atsushi rodó los ojos.

—Debería dejar de enseñarte cosas sobre los humanos.

—¡Nooo! Es lo más interesante de lo que se puede hablar aquí, por favor no dejes de contarme sobre ellos—pidió, colocando una expresión a la que simplemente no podía decírsele que no. El mayor intentó resistirse a mirarla, pero terminó cayendo ante ella... como siempre. Suspiró, rascándose la nuca queriendo quitarle importancia al asunto.

—Si tanto te emociona el mundo humano... ¿Quieres que le pida permiso al Señor para poder ir al menos un rato a la Tierra? Estoy seguro de que te permitirá bajar si vienes conmigo—presumió, satisfecho de ser uno de los ángeles más cercanos y llenos de confianza. Todomatsu lo observó con una ceja levantada, sabiendo que se regocijaba por ello, aún sabiendo que eso no estaba bien. No tenían que ser orgullosos, después de todo.

—¿Estás seguro de que nos lo permitirá? Recuerda lo que sucedía con su hermano, él se la pasaba bajando y eso enfadaba a los demás... no sé si estaría bien...

—¿Confías en mí?

La pregunta lo tomó desprevenido. Dirigió sus ojos rosados a los amarronados, que le sostenían firmemente la mirada. Sintió algo extraño en el pecho, pero no le dio importancia. Tragó saliva y por fin relajó sus labios en una sonrisa.

—Claro que confío en ti, Atsushi.

Poco tiempo después, el ángel más experimentado salía del lugar que su Dios utilizaba como oficina; aquel espacio en donde cuidaba y revisaba a cada alma que llegaba al Cielo o que no debía pasar a éste mismo por sus acciones en la Tierra. Todomatsu esperaba afuera a su compañero, sentado al estilo indio sobre una de esas nubes esponjosas que más le agradaban.

—¿Y? ¿Podemos ir? ¿Dijo que sí?—Ni bien lo vio llegar a él se levantó y extendió sus alas blancas en un gesto que dejaba muy claro lo ansioso y emocionado que estaba. Quería volar. Atsushi sonrió, sin disimular en absoluto las miradas que le dedicaba a esas plumas que cubrían esa parte tan importante de su mejor amigo. Y es que, Todomatsu no era solo uno de los ángeles más bonitos del Paraíso, sino también que poseía esas maravillosas alas que no pasaban desapercibidas por nadie. Él estaba satisfecho con las suyas, pero no tenía vergüenza en admirar las ajenas.

Adiuva me AvolareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora