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A diferencia de JungKook - el chico que amaba muchas cosas -, YoonGi era el hombre que disgustaba de muchas otras. Le molestaba levantarse temprano, al igual que dormirse antes de las doce. Le disgustaba que su ropa se le pegase debido al sudor, razón por la cual tenía una motocicleta, y le disgustaba que el frío, junto al viento, jugaran con su cabello y que lo dejaran como un nido de pájaros de hebras delgadas.

Aquel día, en realidad, no le importaba mucho lo último. HoSeok le había dado la mañana libre y el decidió gastarla con Jeon, si es que este aceptaba, e ir a dejarlo al trabajo. Viajó en su motocicleta hasta el hogar del menor con una no común sonrisa en el rostro, pero considerando la situación, podría denominarse como normal. Bajó de esta dejando que cayera al piso, pero sujentandola para que no tuviera un feo golpe y una abolladura, si la mala suerte le acompañaba. Caminó hasta la puerta y tocó el timbre, el cual era de un color dorado opaco que combinaba de maravilla con la casa, la cual estaba completamente ambientada con colores pasteles. Bueno, eso era lo que el podía notar por fuera.

— ¡JungKook! — Le llamó luego de que al tercer timbre aún no saliera a abrirle.

Debido a la larga espera, volvió a mirar a su alrededor. Jeon mantenía muchas plantas en su jardín, las cuales reflejaban un buen cuidado y mucho amor. Reconoció un montón de flores, las cuales ni siquiera el sabía que conocía su nombre. Volvió a tocar el timbre, diciéndose que sería la última vez, y continuó observando. Detuvo su paseo incesable en unas hermosas y grandes flores que estaban a ambos lados de la puerta principal y que no había notado en un principio. Se acercó, para verlas mejor, y lo que se mostró frente a sus ojos lo dejó paralizado por un momento. Los pétalos de las flores se abrían y cerraban por obra propia en cortos periodos, y cuando esto sucedía, una pequeña cantidad de purpurina se desprendía al aire. YoonGi apenas podía creer lo que veía y, por inercia, se arrodillo y alzó su dedo con el objetivo de tocarlas. Su misión fue cancelada al momento en que JungKook abrió la puerta.

—  ¿YoonGi-hyung?

El nombrado levantó su rostro con lentitud y una tímida sonrisa se vio reflejada. Se sintió extraño consigo mismo, el no era el tipo de persona que le gustara explorar ni buscar los por qué de las cosas. Cuando estaba con JungKook todo se volvía extraño, diferente y, a veces, aterrador, razón por la que su curiosidad alcanzaba su límite y le hacía cometer actos como el reciente. 

Se levantó de su lugar y pudo mirar de mejor forma a JungKook a la cara. El menor traía las mejillas coloreadas, el cabello húmedo y la ropa mal puesta. Supuso que estaba en la ducha cuando había tocado por primera vez el timbre y todo el tiempo de espera se debió a que se tenía que alistar.

— ¿Quieres qué te lleve al trabajo? Tengo la mañana libre y quería estar contigo.

— ¿Qué les estabas haciendo a mis flores?

YoonGi sintió su rostro arder de un de repente y volvió a mirar las extrañas flores. Tragó saliva, ya no sabía como decir las cosas — o preguntarlas —  sin que JungKook se enojara con él o pensara que lo estaba reprimiendo. El estaba encantado con la forma de ser, con la personalidad de Jeon y no quería cambiarle en lo absoluto. Sólo que su curiosidad había reventado y necesitaba calmarla de alguna forma.

—  Están brillando... y se mueven. —  Se decidió finalmente por decir.

— Creo que es momento de que te explique. 

JungKook cerró la puerta de su casa y caminó, con normalidad, a la motocicleta de YoonGi, en la cual se sentó — dejandole un espacio al rubio adelante — y se puso el respectivo casco. El mayor lo siguió y se posó sobre su vehículo para ponerse en marcha a la biblioteca.    

galletas × sukookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora