Un paciente no es una persona. Un paciente no es un individuo. Un paciente es un sujeto.
Sabemos que los griegos, responsables de algunas de las manifestaciones más bellas e importantes del arte y la cultura de Occidente, tenían mucha estima por el teatro. Son famosas sus tragedias y comedias, y Sófocles y Aristófanes son hombres que todavía hoy resuenan con total pertinencia. También sabemos que por aquellos tiempos no existían los teatros tal cual hoy los conocemos. Las obras se representaban al aire libre, en grandes predios a los que concurrían muchísimos espectadores, y todos los actores llevaban puesta una máscara que amplificaba y distorsionaba sus voces a la vez que disimulaba sus identidades. Esa máscara, ese disfraz, llevaba un nombre que venía del latín y que etimológicamente significaba retumbar. Ese nombre era "persona".
Es decir, que hay en el origen mismo de la palabra persona algo que remite al ocultamiento, a lo que no es, a la actuación y al engaño. Un paciente, por el contrario, es alguien que llega al consultorio dispuesto a quitarse todas las caretas y a mostrar incluso hasta la más profunda de sus heridas. Para eso trabaja y se expone. Con generosidad y a un alto costo se adentra en un camino que tiene como punto de partida su dolor y que busca, como destino final, el develamiento de su verdad.
Y el analista se compromete a acompañarlo en esa travesía porque es, antes que nada, un enamorado de la verdad. Pero no de una verdad universal y trascendente: no hay que confundir a un analista con un filósofo, un sociólogo o un místico. No nos desvela Dios, tampoco El Hombre, sino única y exclusivamente ese hombre en particular que ha venido a pedir nuestra ayuda. Y esa verdad que nos interesa es única, pertenece a cada sujeto. Encuentra sus orígenes en la historia individual de cada paciente y recorre su sangre y su vida aunque él mismo se resista a reconocerla y aceptarla como propia.
La palabra individuo también proviene del latín y significa "imposible de ser divido". Nada más alejado de un paciente que eso. Por el contrario, el paciente está escindido, partido al medio por su sufrimiento ama y odia al mismo tiempo, quiere pero no quiere, anhela pero no puede, tiene miedo de algo pero no por eso deja de desearlo. Un individuo es alguien sin contradicciones, sin ambivalencias, sin culpa. Y no son así los pacientes que llegan a mi consultorio. Por el contrario, envueltos en una nube de confusión y angustia, hacen cosas que no quieren y traen síntomas que lo hacen sufrir y de los que parecen no saber nada. Y en parte esto es cierto. Porque al momento de comenzar el análisis, el paciente no sabe que sabe. ¿Cómo puede ser esto posible?Para responder a esta pregunta hay que aceptar que existe un saber no sabido, un saber que no es accesible a la conciencia: un saber inconsciente. Sin embargo ─y esto es decisivo para mí a la hora de aceptar el inicio de un tratamiento con alguien─, a pesar de esa sensación de extrañeza y desconocimiento, el sujeto debe sospechar que algo tiene que ver con eso que le pasa.
El hecho de habitar en un cuerpo puede generar la idea errónea de que un hombre es un individuo. Es cierto que el cuerpo es el escenario fundamental a partir del cual se desarrollará la construcción de un sujeto: el Yo es antes que nada un Yo corporal, decía Sigmund Freud. No hay sujeto sin cuerpo, pero no basta con que exista un cuerpo para que haya un sujeto. Es necesario que las miradas y los contactos de otros caigan sobre ese cuerpo.
Las caricias de los padres, el reconocimiento de ciertos rasgos y las palabras van atravesando el cuerpo del bebé y construyendo lo que poco a poco será su personalidad. Y van, además, redefiniendo algo en ese cuerpo que nada tiene que ver con la biología, sino con las palabras.
Prueba irrefutable de esto son, por ejemplo, los síntomas histéricos, en los cuales el cuerpo ve afectada algunas de las funciones sin que haya justificación orgánica alguna para que esto sea así, o los trastornos de la alimentación que demuestran que, como en el caso de la anorexia, una persona de una delgadez casi mortal puede verse obesa. Evidentemente, hay algo en el cuerpo subjetivo que va más allá de lo biológico.
Es decir que el cuerpo físico, atravesado por las marcas del discurso, de independiza de la biología y toma un lugar propio ligado a lo simbólico de manera indisoluble. De allí que cada sufrimiento emocional se va a ver reflejado en el cuerpo y que, recíprocamente, cada acto que se ejerza sobre este, ha de marcar ─para bien o para mal─, el modo de desear, de gozar o de sufrir de un sujeto.
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Palabras cruzadas.
RandomPalabras cruzadas. Esa es, en definitiva, otra manera de describir un proceso analítico: "Como una sucesión de palabras que se cruzan a partir del dolor de un paciente y que, con el deseo, la claridad y el valor necesario, pueden conducir al develam...