La ciudad estaba iluminada con tantos adornos navideños que parecía que siempre era de día. Pasearse por aquellos escaparates llenos de juguetes y suéteres de punto hechos con tanto amor siempre había sido uno de sus pasatiempos favoritos. Luego, por desgracia, no compraba nada, o mucho menos de lo que en realidad quería. Tenía una carta llena de deseos que nunca se cumplirían.
Por desgracia, la magia de las navidades terminaba casi tras empezar.
Abandonó la calle principal en busca de alguna tienda más modesta, como las de antigüedades con objetos antiguos que guardaban hermosas historias. Siempre había deseado poder llevar una de esas tiendas, pero la vida sigue sus propias directrices, y parecía haberse quedado por el camino. Concretamente en un camino lleno de desempleo, desamor y falta de dinero. Además ahora era un camino frío, que olía a dulces que no podía permitirse y tenía la textura de los suéteres de algodón que solo podía acariciar en las tiendas.
Ojalá, aunque solo fuera por un día, pudiera vivir en el mundo de sus sueños.
Como caminaba perdida en sus pensamientos, no llegó a fijarse en que un bloque de nieve se había condensado y convertido en hielo y, al pisarlo, tropezó y empezó a deslizarse calle abajo. Si no hubiera sido porque un hombre con abrigo negro se cruzó en su camino, seguamente habría sido atropellada por un coche y, lo peor de todo, seguramente habría sobrevivido pero no se habría podido costear la operación, y estaría coja para siempre.
Y ahí acabo, tirada en el suelo encima de un hombre que, con su suerte, iría a denunciarla. Sin embargo no quiso levantarse, no de momento. Era cálido, y olía a chocolate caliente. Seguro que acababa de tomarse uno y lo tenía por encima. Esa idea hizo que se incorporara corriendo.
- ¡Lo siento! ¡Dios, lo siento muchísimo!- Murmuró, corriendo a tenderle la mano mientras lo inspeccionaba. No había rastro de manchas de chocolate caliente. Lo que si vio fueron unos ojos verdes como el árbol de navidad de su utópica casa, con unos hermosos cabellos negros que la nieve parecía adornar de manera premeditada. Y lo bien que le sentaban los vaqueros, entallados, con su jersey oscuro y aquel abrigo...
Seguro que iba a demandarla, pero al menos disfrutaría de las vistas en el juicio.
- No, no, tranquila, al menos he evitado tu muerte.- Sonrió él.- ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño?
No, aquello no entraba en sus planes, la gente no era buena con ella, la miraban por encima del hombro mientras vivían su vida feliz. Captaba el desdén cuando preguntaba el precio de un objeto, sabiendo que no podría permitírselo ni en un millón de años. Y ni siquiera era un vagabundo, a ellos, directamente, ni los miraban. Era ella, que tenía poco, la que compartía el resto con ella.
- ¿Te acabas de quedar muda?- Bromeó el joven.
- Lo siento, es que... me has sorprendido. Creí que te pondrías como una moto.
- ¿Por qué iba a hacerlo? Te has hecho más daño que yo.
- Pero si caí sobre ti...
- Digo en general.
Llevaba todo el rato mirando a sus pies, casi nerviosa de ver su propio reflejo en su mirada. Pero entonces alzó la vista, y vio la compasión en sus ojos. Se había acostumbrado tanto al desdén, que ese nuevo sentimiento la sorprendió más que el anterior.
- Yo no...
- Si hasta tenías miedo de que te denunciara, no mientas.
La sonrisa se atisbó en sus labios, sincera por primera vez. Aquel brote de amabilidad hacia su persona había conseguido que la semilla de la alegría empezara a crecer de nuevo.
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Un cambio en la suerte.
RomanceMara llevaba meses viviendo en la desgracia, la muerte de su padre había cortado la entrada de dinero en su hogar, y la pensión no era suficiente para mantener a una familia que subsistía como podía durante el invierno. Y era navidad... La suerte no...