1. Las flores de nadie

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El cielo se había mantenido gris todo el día, las nubes amenazando con empapar la ciudad. El viento soplaba, removiendo suavemente su cabello naranja mientras él arrojaba piedras al arroyo, que rebotaban rozando el agua hasta hundirse. Llevaba tres horas sentado a la orilla del riachuelo, acompañado por el sonido del agua corriendo.


Escuchó las pisadas sobre la gravilla y suspiró sabiendo lo que se avecinaba.

—Quiero estar solo, Mam.

—¿Qué te hace creer que me importa? —Bufó su hermana, sentándose junto a él—. Papá va a darnos una golpiza.

—¿Darnos? —Levantó la mirada hacia ella y arqueó una ceja.

—Sí, darnos. Llevo todo el día buscándote, así que levántate y vamos a casa.

Se puso de pie antes de terminar de pronunciar las palabras y comenzó a caminar de vuelta por donde había llegado; dio cuatro pasos más y se detuvo al no escuchar que su hermano fuera tras ella.

—¿Acaso estás sordo, idiota?

Él permaneció dándole la espalda, sin inmutarse.

—Hey, Dalton... —suspiró suavizando su voz—. Tienes que dejar ir lo que sucedió, ha pasado ya una semana. La gente sigue adelante, y tú deberías hacer lo mismo.

—¿Y qué tal si no quiero seguir adelante? —Respondió alzando la voz y perdiendo el control de esta en las últimas sílabas— ¡Esas personas no merecían lo que sucedió, Mambo!

—¡Mejor ellos que nosotros! —Le gritó ella de regreso— Tú, yo, papá... ¡Estamos a salvo y es lo único que me importa!

—Oh, eso es lo que piensas ¿no? —Rodó los ojos— Vete al diablo, Mam.

—Dalton.

—¿Acaso alguna vez piensas en alguien que no seas tú? —Prosiguió sin hacerle caso— ¿Acaso alguna vez...

—¡Dalton!

—¿Qué, mujer? ¿Qué? —Exasperado, se volvió hacia ella y, cuando  vio la expresión de su cara, tartamudeó— ¿Q-Qué pasa, Mambo?

Ella corrió hasta él y, tomándole la mano, lo alejó de la orilla. Caminaron despacio hacia atrás, ambos en completo silencio mientras contemplaban el objeto que flotaba río abajo.

Se miraron con cautela y revisaron el área de un vistazo. Mambo se apartó el cabello rizado de la cara y asintió. Contaron hasta tres, sólo moviendo los labios y aún tomados de la mano, echaron a correr. La hierba les raspaba los tobillos conforme se iban abriendo paso entre ella. Subieron la colina que conducía al arroyo y atravesaron la zona baldía. Tropezando y respirando agitadamente, cinco minutos después estaban llegando a la calle W.

El pecho de Mambo subía y bajaba al ritmo que respiraba, y las manos de Dalton se habían empapado en sudor frío.

—¿Quién más sabía que vendrías? —Preguntó ella, dándole una mirada severa.

—Nadie... No se lo dije a nadie.

—Pues ellos se enteraron —Aguardó en silencio un momento y negó con la cabeza—. Busquemos a Chris.

Caminaron durante quince minutos, volteando siempre en todas las esquinas y hacia todos los lugares oscuros para asegurarse de que nadie los siguiera, hasta que por fin llegaron a la calle Q.

—¿Una gerbera, dices? —Chris, un chico castaño y delgado, tragó saliva con dificultad— ¿Pero cómo?

—Ya te lo dije, salió de la nada —Mambo miró nuevamente hacia las esquinas—. Estaba flotando en el río.

—¿En serio? —Miró a Dalton como si necesitara de él para creerlo. Él asintió— Mierda...

—Pensé que todo había terminado —susurró el otro—. Pero supongo que con ellos nada se termina tan fácil.

—Un momento... —interrumpió Chris— Dices que nadie sabía que estarías ahí, excepto Mambo, claro, que lo sabe todo —añadió con tono adulador sonriéndole a la muchacha, que respondió dándole un fuerte codazo en las costillas.

—No es el momento, Christen.

—Lo sé, lo siento —contestó con voz ahogada, intentando hacer menos notable que el aire se le había ido de los pulmones—. Bueno, nadie sabía. "Nadie" —añadió haciendo comillas con los dedos.

—Vamos, viejo. Al grano —le apremió Dalton.

—No, espera —interrumpió su hermana, poniéndole la mano sobre la boca—. Ellos lo sabían. Lo que quiere decir que también sabían que...

Cortó la frase con una mueca de susto y sin esperarlos partió a correr de nuevo. Le tomó un par de segundos más a su hermano procesar las cosas.

—¡Mi padre! —Gritó, jalando del brazo a su amigo— ¡Ellos sabían que estaría solo!

—¡Es lo que trataba de decir! —Exclamó irritado mientras intentaba seguirles el paso.

Mambo les llevaba una cuadra de ventaja, y de vez en cuando escuchaban el rechinar de las llantas y el sonido del claxon de algún auto que había estado a punto de arrollarla. La piel oscura de la chica comenzaba a perlarse de sudor y un dolor agudo y constante atacaba sus costillas.

—¡Mam, espera! —Gritaron los dos casi al unísono.

La perdieron de vista cuando dobló en la esquina que conducía a la calle K, donde los hermanos vivían. Treinta segundos después ellos también doblaron, justo en el momento en que un grito aguzado cortaba el aire. Christen tropezó desprevenido y cayó al suelo, raspándose la rodilla. Dalton se detuvo con intenciones de ayudarlo, pero tan pronto como éste había caído, se había levantado.

—¡Mambo! —Gritó asustado, cojeando hacia la casa.

—¡Cállate, imbécil! —Susurró Dalton, jalándolo nuevamente del brazo— No podemos sólo entrar y ya.

—Tienes razón, lo siento —murmuró apenado, pasándose una mano por el cabello—. Pero, Mam... 

Con un movimiento de cabeza, su amigo le indicó que lo siguiera y juntos se aproximaron a la entrada de la casa. Abrieron lentamente la puerta y asomaron las narices, intentando espiar en el interior para asegurarse de que no hubiera nadie cerca. La puerta se abrió de golpe y los dos cayeron de boca al suelo.

—¿Se tomaron cinco minutos para besarse entre ustedes? —Les espetó Mambo desde el otro lado de la puerta.

—¡Claro que no! —Exclamaron ofendidos.

—No es momento para una escena de celos, encanto —dijo Christen mientras se ponía de pie lo más orgullosamente posible.

—Cierra la boca —le cortó ella enseguida, dándole la mano a su hermano para levantarse.

—¿Por qué has gritado? —Preguntó éste— Te escuchamos.

—Miren ustedes mismos.

Los guió hasta la habitación de su padre, sin rastros de él, vacía casi por completo excepto por los muebles que contenían todas sus pertenencias, una mesita de noche, una cama, y sobre ella, una flor. Una gerbera.


    

La sociedad de las gerberasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora