1, Samantha

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1. Samantha

“Miedo.

Soledad.

Recuerdos.

Pesadillas.

Monstruos tan reales que puedes tocarlos.”

Encerrada en mi despacho intento ordenar el caos de papeles que inunda la mesa. Es el único que puedo ordenar, pues el que está en mi interior es imposible ordenarlo, y mucho menos aplacarlo. Todo me recuerda a aquella pesadilla. Tal vez debería destruirlos, sería un recuerdo menos. Aun así quedarán las cicatrices para recordarme aquel gran error, aquel fallo, aquellos fatídicos días de los cuales me acuerdo cada segundo de mi vida y que revivo cada noche en mis pesadillas.

Y están esos ojos azules, mi rescatador que se convierte en verdugo. Noches de insomnio, madrugadas en las que despierto bañada de sudor, un sudor frío que me recorre el cuerpo y que por más que me ducho todo da igual. Está en mi interior, ese frío que rompió mi alma en diminutos trozos como si se tratase de un cristal al cual le han golpeado con una piedra. Intento concentrarme en la música que sale de mi ordenador, la uso para curar mi alma, para recomponerme, para ser más fuerte.

«La sangre nubla mis pensamientos. Veo sangre, estoy en la mazmorra, sus ojos azules me miran con maldad y sadismo.»

—¡Samantha, no tengo ni idea de dónde esta Sheyna! —grita Margareth entrando en mi despacho de golpe—. Hace más de quince días que no sé nada de ella.

Me ha sacado de mis pensamientos, estaba soñando despierta. Soñando quien dice soñando… Era más bien una pesadilla.

—Pasa, Margareth, y ponte cómoda —respondo exasperada pero agradecida por su interrupción.

No hay cosa que más me moleste que el hecho de que entren en mi despacho sin tocar y gritando. ¡Por Dios! No pueden dejarme tranquila.

—No te enfades y escúchame —dice con cara de niña buena.

—Cuéntame, ¿qué sucede? —respondo acomodándome en mi sillón.

Presiono el botón de pausa en el reproductor, pues ya sé que esto va para largo, y es mejor dejar que hable tranquila.

—Como te estaba diciendo, Sheyna ha desaparecido.

—¿Estás segura? Mira que, como bien sabes, ella está obsesionada con ser actriz, y ese loco sueño la lleva a desaparecer durante largos periodos de tiempo.

—Pero siempre lleva el móvil encima —responde indignada—. He estado en su casa, parece que no ha pasado en semanas.

—Margareth, ¿ahora te dedicas a entrar en casas ajenas? —digo alzando las cejas.

—No me jodas, Samantha —dice enfadada—. Además, el móvil lleva días apagado. La última vez que hablé con ella fue hace quince días y me dijo que se iba con un tal Matt. Que le había dicho que sería una actriz fantástica. Estoy segura de que le ha pasado algo.

—Igual está muy entretenida con su amiguito.

—Samantha, sabes que de normal no me equivoco.

—Vale, tienes razón. Es un poco extraño, lo miraremos.

—Gracias —dice más tranquila—. ¿En qué estabas trabajando cuando he entrado?

—Estaba revisando el caso de la familia Martínez

—Uff… Ese caso es mejor no recordarlo… Todo salió mal.

Un año antes…

Llegamos a Madrid con el encargo de encontrar y recuperar a Juan Martínez, el cual supuestamente trabaja para la familia Montenegro, una de las más importantes de la mafia argentina. Cuando logramos encontrar a Juan no está exactamente trabajando para ellos, sino que es usado cruelmente como esclavo. Lo drogan para que obedezca cualquier orden. Durante meses estamos observando los pasos que siguen. Vemos numerosas vejaciones, violaciones, golpes y mil y una perrerías.

Amor en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora