- Noviembre siempre triste y tu viniste proponiendo guerra, que cosas se te ocurren, tú siempre tan concreta. Y si vol...- la canción se le quedó atorada en la garganta cuando lo vio. Se abrazó a las cartulinas que llevaba en las manos y entró en la pequeña oficina de su jefa.Ahí estaba, asomándose por encima de los archiveros mientras la jefa buscaba entre ellos. El hombre que había protagonizado la mayoría de sus sueños húmedos en el último año.
Dejó caer los papeles en el escritorio y rezó internamente por no caer de culo al piso de nervios. La jefa encontró la hoja que estaba buscando y salió. Él, descaradamente, se sentó frente a ella en el escritorio y la estudió. Evitando el contacto visual, se ocupó de acomodar los papeles.
Se le antojaba una perfecta escena porno, donde él era el jefe y ella una mínima recadera atraída por su poder. Intentó no verlo. Pero se encontraba a si misma al pendiente de sus movimientos. Esto sólo pasa en los libros, pensó. Y en el porno.
Le preguntó cosas sin chiste. Y ella sentía su ego tocarla en aquellas partes que no están abiertas al público, su poderosa mirada recorriendola. Se le endurecieron los pezones y podía jurar que el se dio cuenta, su cara roja la delataba.
Terminó corriendo fuera de la oficina para no gritarle a la cara que no era lugar para que se la follara con la mirada. Para no hincarse y rogarle que la follara ahí mismo, en el escritorio.
Cuando volvió a la oficina, él ya no estaba.
Y así pasó. Acabó su turno y salió. Cuando cruzaba el estacionamiento sintió una mirada en su pequeño trasero. Luego un coche blanco con ventanas oscuras se le emparejó. Ella siguió caminando. Escuchó el vidrio bajarse.
- Hey, chula! - y ahí estaba él. Con esos lentes de aviador color cafés combinando perfectamente con sus pantalones claros y el saco azul marino de corte italiano que llevaba - sube - le invitó.
Ella como en automático se montó. No pensaba nada, la había envuelto con su mirada por encima de los lentes y su sonrisa ladeada.
En el camino nadie hablaba. Habían dejado la ciudad ya hacía una hora y él no parecía parar el auto.
En ningún momento cruzaron miradas. Daban las 6 de la tarde y ella recibe una llamada.
- No contestes - le ordenó.
- Pero...- su frase quedó a medias cuando él le quitó el teléfono de las manos, abrió la ventana y lo lanzó.
Ella simplemente le miró y él siguió manejando. Debería estar asustada, muerta de miedo. Pero no lo estaba. Parecía hechizada. Aquí el mandaba y ella, bueno ella se había convertido en su sumisa y ya lo estaba aceptando.
Entraron a un pueblo y pasearon por la calle principal. Se metieron por un camino de tierra y subieron una colina. Ella se encontraba maravillada por las casitas tan limpias y pintadas con colores vivos, decoradas con macetas de distintos Rosales.
Llegaron a lo alto y una casona blanca les hacía un guiño. Él presionó un botón del tablero y la reja se abrió con un sonido suave. La casa se veía cuidada pero sola.
Entraron y estacionó frente a la puerta. No podía moverse, tontamente esperaba que él le diese permiso para hacerlo. Cuando volteó a ver la casa de nuevo una mano se extendía frente a su rostro para ayudarle a bajar.
Le abrió la puerta de roble y la hizo pasar colocando posesivamente su mano en la espalda baja de ella. Se maravilló de lo espaciosa que era hasta que cayó en cuenta que no había muebles. Sintió la tensión de ella y le susurró.
- La cocina y unas mantas la hacen habitable. Tranquila - rió cuando la sintió tensarse aún más - si sabes que está noche te voy a comer, no? En la isla de la cocina, así que quítate el pantalón y siéntate ahí con las piernas abiertas - le ordenó y se fue caminando. Perdiéndose en los pasillos del fondo.
Ella se encontró a si misma desabrochando sus vaqueros y caminando nerviosamente a la cocina. Se limpió las manos húmedas de ansiedad en los pantalones antes de quitarselos. De una patada se sacó las botas y se impulsó para subirse a la mesada.
Pasados 20 minutos él seguía sin aparecer. Escuchó la puerta del frente abrirse y azotarse, el pasador encajando y el motor del auto. Se había ido.
Ella se desilusionó, en vez de llorar porque no tenía comunicación, su bolso seguía en el carro y ni siquiera sabía dónde estaba, se bajó de la isla y se puso los vaqueros de nuevo.
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Automático
Novela JuvenilQue haces cuando tu voluntad se pierde frente al hombre que ha protagonizado tus fantasías más perversas?