El problema y la solución

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— Jongin, deja en paz al pobre chico.


Sehun se encontraba parado en el umbral de la puerta con los brazos cruzados, asesinando con la mirada a quien, por mucha vergüenza que le diera a ratos, era su mejor amigo de la infancia. El sujeto en cuestión se encontraba con un vestido turquesa entre las manos, sujetándolo fuertemente por encima de la cabeza de cierto pequeño editor que no sólo parecía tener temperamento y paciencia –a veces– sino también una fuerza incomprensible. Y cuando el más alto lo había visto llegar a la casa de su amigo, hacía dos meses atrás, de inmediato supo que ese chico no era lo que aparentaba ser –una especie de hobbit tierno y abrazable– y que, como mucho, no sólo acabaría domando al terco de su amigo sino también le daría una dolorosa lección. Lo había visto hacerlo una vez, hace unas tres semanas atrás, cuando el idiota de Jongin había intentado ponerle una falda por primera vez en uno de sus delirios de inspiración y había terminado con un ojo morado y dolor en el estómago.


— Necesito a un modelo.

— Y yo tu maldito trabajo. ¡Suéltame! —con un empujón, el más bajo se quitó de encima al moreno y se sacudió las ropas con disgusto mal fingido—. La fecha límite, idiota, es en dos semanas y tú no tienes ni la mitad del trabajo hecho.

— Cómo... Jongin, ¿no tienes ni la mitad? —Sehun, que había estado convenientemente callado durante unos buenos diez minutos, frunció el ceño al oír aquello—. Ya hablamos de ésto antes.


El aludido, que había decidido rendirse momentáneamente con sus intentos de ponerle aunque sea un vestido al más pequeño y había preferido dejarse caer cómodamente en su –más que evidente– acolchonado sofá, puso los ojos en blanco y no tardó en encender un cigarro. Cuando Sehun se dio cuenta de aquella postura desinteresada que había tomado el dibujante de pronto, no pudo evitar tirarle un almohadón a la cara y gruñir con histeria.


— Estoy hablándote a ti, payaso. ¡Por lo menos cierra las piernas cuando te sientes!

— ¿Qué tiene de malo? Así se sienta un hombre.

— ¿Que qué tiene de malo? ¡Tienes vestido, imbécil!

— ¿Y?


Kyungsoo, que ya se había comenzado a hartar de la terquedad y estupidez del historietista, se quitó el zapato con rapidez y se lo lanzó a la cabeza.


— ¡Nadie quiere ver tus pelotas, eso es lo que pasa!


El aludido se rió a carcajadas al oír aquello y Sehun le fulminó con la mirada, decidiéndose a darle un zape en la nuca. Kyungsoo los veía pelear desde donde estaba y se preguntó cómo llegó allí; cómo iba a conseguir hacer un buen trabajo con un idiota al que no le importaba nada y otro idiota que prefería seguirle el juego que comportarse como el adulto que era. Y recordó ese día en el café, en la primera vez que había visto a Kim Jongin en persona y había tenido una especie de mal presentimiento, un algo que le había dicho que lidiar con él le supondría un enorme problema y una fastidiosa prueba a su inexistente paciencia. Sin embargo, había querido ser optimista y pensar, como siempre lo había hecho y como le había enseñado desde pequeño su madre, que iba a obtener el éxito si se esforzaba mucho.


Sólo cuando se hubo dado cuenta del tamaño que tenía realmente ese problema y de cuán diferente era a lo que había estado esperando enfrentar, sintió que le tiraban un balde de agua fría en el medio del rostro.

¡Ponte en mis zapatos! (OS/Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora