CONTINUACIÓN

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Fue un rayo el que me despertó. La lluvia se había desatado y ya no había voces en la casa.

-¿Señor Ophenbach?- nadie contestaba.

Subí hasta su cuarto para ver si se había dormido, pero no había nadie. Desde su ventana pude ver a mi pobre flor. La había olvidado. Cubriéndome con un piloto fui con una pala de jardinero y una maseta. Bajo la lluvia la transplanté y me la llevé a la casa. La puse en un rincón donde le diese mucha luz, era todo lo que podía hacer por el momento. Él me estaba observando.

-Señor, no sabía que estaba aquí.

-La lluvia es molesta, donde más podría estar ¿Qué hace aquí? Hoy no es viernes.

-No, pero pensé que necesitaría de la compañía de alguien ahora que todos sus sirvientes se han retirado. Por cierto ¿no me quiere decir por qué se han retirado?

Guardó silencio, sabía que no me lo diría y él sabía que yo lo sabía. Nos conocíamos demasiado.

-La cena es a las veinte horas. En la cocina tiene todo lo necesario. Hasta entonces procure no molestarme, estaré ocupado en mi estudio.

Cuando comenzó a subir por la escalera se detuvo al quinto escalón, como quien recuerda algo importante o advierte que han pronunciado su nombre.

-¿Está todo bien Señor?

Ignoró mi pregunta y continuó hasta encerrarse en su estudio.

Yo dediqué el resto de la tarde a leer el pequeño libro que había adquirido, no muy concentrado sinceramente. Mi mente cada tanto se escapaba bajo la lluvia y conseguía reencontrarse con aquella mujer del pasado renuente a partir. Estefanía tenía razón, mi mundo se detendría si ella reapareciese en mi vida. Observaba la flor, parecía haber recobrado parte de su vitalidad.  Incluso si me acercaba notaba que desarrollaba una postura elegante, seductora. La lluvia fue amenguando al igual que mis ánimos. Llegué a pensar que nunca existiría un vínculo verdadero entre él y yo. Y de pronto comencé a prestarle atención a las anotaciones escritas en los márgenes del libro de Barlocq. Hablaba de una persecución ideológica durante los años oscuros de la dictadura, de una verdad disfrazada, del robo de identidad. Todo un conjunto de frases propias de un paranoico pero inteligente cerebro. Hasta que punto era verdad aquello imposible saberlo, no obstante me llevaba a seguir leyéndolo. J. Barlocq hablaba de los otros, aquellos que ponían en peligro su vida, que le perseguían y censuraban. Él aseguraba que más tarde o más temprano golpearían a su puerta como lo habían hecho con sus amigos. Entonces las ideas quedarían flotando sobre el aire como la fría niebla, esperando ser rescatadas por la persona indicada. Y todos los personajes verían abruptamente interrumpidas sus vidas, ya no tendrían palabras por decir, habrían olvidado qué hacer porque todo su mundo se habría quedado sin un mañana. Sin el creador no existe el mundo, así de cruel es la muerte.

Alguien había estado golpeando a la puerta desde hacía unos minutos. Al abrir vi que era Estefanía.

-¿Pero qué estás haciendo aquí?

-Necesitaba verte.

-Bueno, el señor no acostumbra recibir invitados pero pasa, te estás mojando.

-Ya no llueve tanto.

-¿Por qué tenías que verme?

Y una voz ronca retumbó en toda la casa, sonaba furiosa, enérgica. Gritaba que se fueran todos, que no iban a doblegarlo con amenazas. Corrí hasta el estudio y lo encontré observando hacia un rincón, muy enojado en sus ademanes.

-Diles que se vayan ya.

-Tranquilícese.

-No podrán someterme a sus extorsiones.

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