Ya todo estaba dispuesto para que comenzara la ceremonia. El panorama era por demás pintoresco y había en la familia un aire alegre y festivo. Sentada a la cabecera de la mesa Pendejis advertía al detalle cuánto se habían esforzado sus chicos por crear el ambiente. Aunque, podía decirse, tenían unos gustos bastante particulares, o eso pensó al reparar en el enorme candelabro que decoraba el centro de la mesa, el cual estaba caracterizado como Lumiere de ''La Bella y la Bestia''. Hizo una mueca al verlo tan cerca de las fuentes de comida. ¿Habría algún objeto en aquella casa que sus hijos no intentaran colarse o sobre el que no proyectaran sus deseos sexuales? Bueno, sea como fuere, no estaba allí para juzgar. Sabía que al final las intenciones eran buenas. Estaba convencida de ello, aún cuando descansaba bajo una pancarta que rezaba ''Por otro año más cerca de la muerte, feliz cumpleaños mamá Pendejis''. Tenía su gracia.
Pero si ya la decoración era algo estrafalaria, ¿qué decir de los comensales?
Habían tantas rostros allí que ni siquiera alcanzaba a identificarlos a todos. Pero había otros bien conocidos, como Hoyuelos, aquel adolescente de rulos que por todo parecía ruborizarse. Y a su lado el muchacho que nunca se separaba de él. Ambos estaban en el extremo más lejano de la mesa e intercambiaban miradas de picardía mientras el menor reía nerviosamente, alzando la vista de tanto en tanto para corroborar que nadie los observaba, sin llegar a percatarse nunca de la mirada de Pendejis. De cualquier forma, la situación era muy obvia; las manos del otro joven perdidas bajo la mesa revelaban fácilmente el secreto, aunque el resto de los congregados estuvieran demasiado absortos en sus propias conversaciones como para fijarse en aquel poco disimulado manoseo. Así y todo ella los veía con cierta ternura, la atracción entre los dos era evidente. Pero recordar la diferencia de edad entre ellos la hacía cuestionarse que tan acertada era su postura al apoyar la relación. Apartó entonces la mirada, con la negación ciega de una madre.
La escena que se encontró al otro lado de la mesa la hizo fruncir el ceño, sintiéndose completamente confundida. Allí estaba Pelado, otro de sus queridos hijos, con una chica de cada lado. Él hablaba de forma distendida con ambas, riéndose a sus anchas, con sus brazos descansando sobre los hombros de ellas. Pero la verdadera sorpresa de Pendejis fue cuando se dio cuenta de que una de las muchachas estaba embarazada. ¿Qué significaba aquello? ¿Su hijo se había vuelto...? No. Solo con pensar en eso le daban nauseas. Quiso gritar. Sentía como la cólera le subía por las venas. ¿Por qué le estaba haciendo aquello? ¿Por qué, justo en el día de su cumpleaños? Muchas cosas rondaban en aquel momento por la mente de la matriarca, pero era una corta y terrible palabra la que predominaba en su cabeza y volvía borroso todo lo demás: paki. Continuó mirándolo con tal intensidad que en algún punto el joven se sintió observado y volteó a mirarla, con una sonrisa inmutable. Pendejis lo cuestionó con un gesto, pero no era necesario demasiado para que Pelado entendiera. Así y todo, su única respuesta fue un ademán. Rompió el abrazo que lo unía a las féminas para levantar ambas manos con las palmas hacia arriba, en una clara expresión de inocencia, como si pudiera desentenderse del tema. Sin embargo Pendejis no cedió. Cruzó los brazos con el ceño fruncido y se recostó contra el respaldo de la silla, como si su enojo fuera más grande que su decepción. El chico comprendió al instante que estaba en problemas, pero antes de que pudiera replicar de cualquier modo su madre dejó de mirarlo, descorazonada. No podía ser. Pelado siempre había sido su orgullo. ¿Dónde habían quedado los días del chico del tren? Sus alegrías más grandes se veían ahora truncadas. Era de quien menos habría esperado una cosa así. Esto la ponía terriblemente triste, pero no podía llorar. Se dijo a sí misma que no podía permitirse un arrebato así delante de todos sus hijos, pero la realidad era que estaba demasiado medicada como para hacerlo aunque se hubiera esforzado. Decidió entonces que intentaría distraerse, y vaya que había material para hacerlo en aquella mesa. Lo primero en lo que puso su atención fue en un frasco al que cada ciertos minutos y estratégicamente cambiaban de lugar. Entendió muy pronto de qué se trataba el juego: con mucho disimulo algunos se habían organizado para generarle distracciones al chico de la miel. Cuando esto por fin sucedía, movían el frasco aunque fuera unos centímetros. Se notaba que la victima de esta broma estaba realmente exasperado, pero hacía todo por controlar los nervios cuando constataba el cambio de ubicación de su amado tarro. La gota que colmó el vaso fue cuando colocaron la miel encima de una taza. Al pobre chico se le desencajó el rostro y para sorpresa de todos dando un grito histérico se puso de pie, agarró el recipiente, lo abrazó contra su pecho y salió corriendo del comedor, echando humo. Esta escena provocó la risa entre los involucrados y segundos después se convirtió en una carcajada general. Pendejis se mordió por no reír, sintiéndose algo culpable.
En otro sector de la mesa estaban jugando a las encuestas en honor a su madre. Se dispuso a escucharlos, manteniéndose al margen.
— ...y tenes que elegir entre hacerle un pete al cadáver de tu abuelo o salvar a tu perro.
Se generó un gran bullicio de opiniones en la sala.
— ¿Cuál es la correlación? —objetó uno.
— No la tiene, es la gracia.
— ¡Ay, yo obvio que salvo a mi perrito pero ni loca le hago un pete a mi abuelo muerto! —mencionó otra.
— ¡Concuerdo contigo, Mili! Falta la opción de agarrar a mi perro y salir corriendo —dicho esto, ambas chicas se pusieron a reír como tontas. Pendejis ya las conocía; Mili y Pili no eran muy queridas en la comunidad. Sus aportes hicieron que todos las miraran mal, se escuchó algún que otro insulto. Volaron en el aire pastelitos y servilletas en dirección a sus rubias cabelleras. También un choripán.
De pronto observó de soslayo un objeto verde que entraba a la habitación. Cuando miró hacia él vio que debajo era un cuerpo quien lo portaba, y aunque no le veía el rostro no le cabían dudas de quién era. Vestido de negro y sosteniendo una portátil mientras caminaba el muchacho se sentó cerca de la cabecera opuesta. Sobre su capucha se ubicaba un soporte de alambres, y arriba de éste un rudimentario rombo de cartón cubierto de pintura verde fluorescente. Pendejis sonrió y quiso saludarlo con la mano, era raro verlo fuera de su habitación, pero Chicosims no apartaba la mirada de la computadora, que había colocado con mucho cuidado sobre la mesa, entre los platos y los aperitivos. Suspiró resignada.
Si bien el festejo había congregado a la mayoría de sus hijos, en el fondo Pendejis no podía dejar de notar las ausencias. Calientagays, por ejemplo, que seguía sin aparecer. Pensar en ello le había dado una puntada en el estómago. Tampoco estaba Enano, lo cual era extraño porque se lo había cruzado al bajar. ¿Dónde se había metido? Lo peor de todo, quizá, era que Thetomlinsonway también faltaba allí. No le sorprendía. A la chica no le gustaba mezclarse con los ''mortales'' y sabía que esa reticencia a formar parte de la familia solo le complicaría las cosas a la hora de ir a hablar con ella. Pero era su última opción, recordó. Solo le faltaba encontrar el momento adecuado para abandonar la mesa sin llamar demasiado la atención.
Miro a su lado. Chicatenedor y Habloconharry hablaban animadamente. La silla vacía entre las dos era el lugar de Harry, dedujo. Mientras las observaba y aportaba algún que otro comentario a la conversación vio el momento exacto en el que Chicatenedor estiró su brazo para alcanzar la fuente de frutillas. Craso error. Frente a ella, estaba el propietario oficial de aquellos frutos a los que no le perdía el rastro, y en cuanto la muchacha se acercó al recipiente él se lo impidió. — ¿Qué haces?
— Voy a comer frutillas. ¿No me ves?
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Transición a la desviación
HumorLa historia de Pendejis, la matriarca de la familia CuCat, y sus hijos adoptivos que poco a poco comienzan a transitar por el arduo camino hacia la demencia eminente.