Mientras salía de la oficina y caminaba por las solitarias calles de San Isidro, recordé tus manos. Recordé lo suaves y cálidas que eran. Recordé lo perfeccionista que eras con ellas, tanto que las mantenías siempre impecables (con esa manía tuya de cortarte las uñas hasta el límite de tus dedos). Y mientras trataba de recordar cada detalle, me pregunté: ¿hace cuánto no caminábamos de la mano?
Luego de hacer unos cuantos cálculos, me di con la sorpresa de que ya había pasado un año, 366 días sin entrelazar tus dedos con los míos, 8784 horas de no caminar por las calles de esta Lima gris, compartiendo y cuestionando las trivialidades de la vida.
Tomé el bus de la ruta de siempre. Aún seguía pensando en ti y en tus manos. Me pregunté también cómo estabas, si aún seguías en Lima (evoqué una imagen tuya en mi mente, buscando días en el calendario que coincidieran con un fin de semana largo o un feriado para viajar y escaparte de la rutina). Decidí llamarte e inmediatamente recordé que, en un arranque de ira, borré tu número de mi modernísimo Nokia.
Estaba como a 21 minutos de llegar a casa cuando de pronto, como si todos los momentos posibles y probables se hubieran puesto de acuerdo cual orquesta sinfónica, te vi.
Mi corazón dio un salto al notar como tu silueta se alejaba del bus en el que yo iba. Mi corazón dio nuevamente un salto al notar que tus suaves y cálidas manos ya estaban acompañadas. Nunca más te volví a ver, así que ese preciado -o desdichado- momento fue recordado como una mera coincidencia.
Moraleja: No memorices el número de celular de personas con permanencia efímera en tu vida; te complicas y luego aparece esa expresión conocida como "Te extraño".