21 de diciembre

35 4 0
                                    

21 de diciembre

Todo comenzó con el escandaloso ruido de los cristales contra el suelo. Gritos, llantos y suplicas. No era la primera vez que sucedía esto en casa, que mis padres discutían era un hecho, parte de la rutina. La noche era lluviosa y abrumada por la niebla, las farolas alumbraban tintineantes la pequeña avenida, y los gritos en el piso de abajo no hacían más que recordarme lo corriente que era mi vida.

Sin embargo, esta vez era diferente, las voces cesaron. Oí un portazo, y la voz de mi depresivo e inestable padre gritando su nombre, Mónica. A través del cristal vislumbré a mi madre por el camino de piedra, las luces del todoterreno parpadearon y ella se subió cojeando. Arrancó el motor e instantes después despareció entre la neblina.

Me tumbe sobre la cama con los ojos muy abiertos, era la primera vez que ocurría, aunque era comprensible que con el paso de los años su relación con mi padre hubiese llegado a tal punto, era difícil mantener a toda una familia sin ayuda y tener que cuidar de mi padre y sus trastornos. No es que él la maltratase, pero era experto en sacar de quicio a cualquiera, pasaba los días maldiciéndose y viviendo de antidepresivos y otras pastillas semejantes, criticando a todo y a todos.

Mi dormitorio estaba pintado de azul oscuro, con posters y varios dibujos que había ido colgando con el paso de los años, en uno de ellos se leía con letra de niño de preescolar, Lara y Álvaro, y dos monigotes cogidos de la mano. Lo hizo mi hermana antes de convertirse en la loca quinceañera fan de cualquier ídolo comercial para adolescentes con exceso de hormonas y sin gusto para la música que es ahora. El resto del dormitorio se componía por el escritorio, la cómoda y el armario empotrado, teniendo en cuenta también los numerosos posters de diversos grupos de rock del siglo pasado.

Me dormí esperando despertar con mi madre decorando el árbol de navidad con su tradición familiar; mi hermana pequeña encerrada probándose pintalabios de doscientas gamas diferentes y mi padre haciendo lo único que le gustaba, cocinar. Sin embargo nunca habría pensado que ese árbol nunca se alzaría con aspecto navideño ese año, que mi hermana no volvería a pintarse los labios y que nunca nadie más tocaría esa cocina.


El Puente De La Media NocheWhere stories live. Discover now