Capítulo 3

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Isaiah había decidido, desde el primer día que me conoció, que mi vida sería suya. Cada cosa que hiciera o quisiera hacer tendría que depender de él. Si no me daba el visto bueno, se me prohibía siquiera volver a preguntarle. Era una mujer con carácter, sí, pero en el fondo sabía que a su lado no era más que una marioneta. Y él movía los hilos como y cuando se le venía en gana. Fue el primer chico que me puso un dedo encima pero no mi primera relación violenta. Ryan, el chico anterior a él, se la pasaba diciéndome lo inútil que era y lo poco que valía. Me recordaba una y otra vez que debía estar agradecida por tener a alguien como él a mi lado y se reía cuando intentaba valerme por mí misma. Siempre diré que su maltrato era más doloroso que los golpes de Isaiah.

Un puñetazo es dolor físico, algo superficial. Pero levantarte todos los días con alguien a tu lado que no para de hacerte sentir que no vales nada, eso se te mete en la cabeza y está contigo por el resto de tu vida.

— Estoy trabajando —contesté tajante olvidando por completo que dos segundos atrás me sentí casi feliz. O eso pareció. Ya no sabía lo que era la felicidad.

Ni siquiera voltee a verlo. Me puse en marcha y me dirigí al centro de la barra dispuesta a trabajar e ignorar al imbécil de mi novio. No me importaba a quién tuviese que presentarme, no me importaba nada de lo que me dijera. Sólo quería trabajar y que el alboroto del bar me hiciera olvidar la vida de mierda que me había tocado.

— Lo hiciste enojar —murmuró Jenn cuando llegó a mi lado para tomar una botella de vodka de la alacena a mis espaldas. Tampoco la miré. Seguí enfocada en mis manos sacudiendo la coctelera y en el sonido de los hielos golpeando el metal dentro de la misma—. Sabes que puedes venir a mi casa cuando quieras, Liz...

— Métete en tus asuntos, Jenn.

Me alejé de ella y seguí en lo mío. Sabía que iba a tener que tragarme mis palabras más tarde frente a Isaiah, nunca me dejaba que lo tratara así pero mi temperamento era más fuerte. Por alguna razón ese día me sentía más intensa de lo normal, el cosquilleo en mis manos empezaba a molestarme y quería gritar con todas mis fuerzas para ver si así sacaba toda la rabia que se me había acumulado en el cuerpo desde los doce años.

Las horas se escurrieron entre mis dedos como arena y antes de darme cuenta mi turno había terminado. Tracy y Lily habían llegado para cubrirnos a Jenn y a mí hasta las once cuando empezaba mi turno nocturno. Fui hasta la parte trasera del bar, tomé mi bolso y mi chaqueta y salí disparada sabiendo que Isaiah estaría esperándome afuera. Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho por la anticipación y mis manos temblaban. No de miedo. De ansias. Quería encontrarlo para que pueda gritarme. Quería gritarle de vuelta y empujarlo. Quería que me golpeara para calmar mis emociones que ese día estaban al límite.

Él era como mi droga. Sus golpes eran mi heroína.

Lo divisé apoyado contra la puerta de acompañante de su coche fumándose un cigarrillo y al verme se enderezó enseguida. Tiró el cigarro a medio fumar a un lado y empezó a caminar hacia mi encuentro. Tal vez alguien que nos veía desde otra perspectiva creería que éramos una pareja a punto de reencontrarnos luego de días de estar separados. Que caminábamos así, tan rápido y tan inquietos por el deseo de estar en los brazos del otro. Pero en lo único que podía pensar era en golpearlo.

— Maldita zorra.

La adrenalina corría por mis venas y sentía una excitación irracional. Una emoción parecida a la que tiene alguien que está por saltar en parapente o un drogadicto cuando ve su alivio en una pequeña bolsa plástica. Ese cosquilleo en el estómago que le da a un niño cuando está bajando las escaleras la mañana de Navidad y sabe que abajo están esperándolo sus regalos. La adrenalina que sientes cuando aceleras el coche y te pasas una señal en rojo o cuando sabes que estás en peligro y se te da por correr.

better than he can | h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora