Llegada del Tercer Espectro

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Esta vez despertó mucho antes que sonara el despertador.

Eran las 11.45 de la tercera noche y su corazón sangraba del dolor que sentía. El último espectro vendría por él en cualquier momento al sonar el reloj nuevamente; sin embargo, no sabía que podría mostrarle y se puso a pensar en las opciones.

Si el primer espectro representaba al pasado y el segundo al presente. Entonces el siguiente debía ser quien le presentara el futuro. Un alivio cruzó su ser al saber que vería los cambios que estaba pensando hacer a su vida. Sobre todo con Rob, era incomprensible no saber nada de él ni porqué su sobrino no le dijo sobre el embarazo de su esposa.

Estaba pensando en lo que había visto cuando el sonido de su reloj lo trajo brusco a la realidad y sin esperar más, saltó de la cama como si hubiera sido expulsado por un resorte. Ansioso no esperó y fue a abrir la puerta de su habitación sin esperar nada. Al hacerlo tuvo que detenerse en seco al ver que tras la puerta solo se veía negrura y un silencio sepulcral que le erizó la piel.

De pronto, esa negrura comenzó a moverse como si un remolino comenzara a formarse y tuvo que dar dos pasos atrás mientras el remolino tomaba forma. Una forma que hizo que tragar fuerte mientras su piel se erizaba.

Delante de él, apareció un hombre muy alto con lo que calculaba eran dos metros de altura. Vestía una capa le cubría parte de la túnica y de la cara solo dejando ver únicamente la boca que tenía unos finos y delgados labios. Mientras el primer espectro era fresco y lo hacía sentir tranquilo, el segundo era todo intensidad y felicidad. Éste era muy distinto, tenía un aura negra y fría que al sonreír mostró unos dientes muy blancos dejando ver unos colmillos que sobresalieron como si fuera un vampiro.

No pudo moverse aunque su vida hubiera dependido de ello. Cuando tuvo la fuerza y valentía para hablar, lo hizo y notó que su voz le temblaba.

— ¿Representas al futuro, espectro? —preguntó lo obvio.

El espectro volvió a sonreír maliciosamente y asintió, luego le extendió una mano delgada y muy blanca. Cuando Ernest iba a sujetarla, éste la retiró y mostró el camino por la negrura. Solo le quedó al empresario respirar hondo, sujetarse de la capa del ente y dejarse llevar.


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Después del ya familiar mareo y desorientación, se vio nuevamente en la calle que daba a su oficina. Al llegar a la puerta cerrada se extrañó, deberían estar atendiendo. Sin prisa entraron encontrándose con que en todos lados había cajas como para una mudanza. Ernest pensó que debió haber alquilar otro lugar donde Rob posea su propio espacio cómodo para trabajar. Se avergonzó que nunca le diera una oficina a pesar de que la merecía. Justificó su actuar de no darle la oficina de James porque era un depósito y archivo a la vez.

La apariencia del lugar era lúgubre y más frio de lo normal. Parecía que nadie había ahí, pero por alguna razón el espectro no se movía así que decidió esperar.

Un suave llanto se escuchó a lo lejos, sin opción a preguntar o averiguar nada, el espectro caminó hacia la salida y Ernest no tuvo más remedio de salir con él sin saber de quién era el llanto. Ambos caminaron por la calle en dirección hacia donde su apartamento quedaba y antes de llegar al edificio voltearon a un lado de la calle, el espectro mantenía la mano alzada mostrando el camino hacia dónde debía ir.

Ahora seguían a dos personas que caminaban rápido hasta una de las tiendas de objetos empeñados, una tienda de mala muerte que traía muy mala reputación al arte de prestar dinero. Esas dos mujeres entraron y hablaron con el dependiente.

—Cuanto me da por esto. No son finas, pero algo deben costar —dijo la primera mujer.

—Yo quiero saber cuánto me da por este juego de té, sé que no es muy caro, pero también valdrá algo —añadió la segunda mujer.

Ernest no podía acercarse mucho, ya que temía soltar al espectro de la capa y no poder seguir viendo que sucedía.

—Así que por fin nos dejó —dijo el dependiente con una sonrisa malsana en la cara—. Ya era hora que ese muriera, les aseguro que nadie lo echará de menos.

Los tres rieron y a Ernest le indignó que rieran de alguien que hubiera muerto. El respeto por los muertos era algo que siempre tuvo presente, aunque su respeto era no pensar en ellos, jamás pensaría en burlarse de nadie que hubiera pasado a mejor vida. Quiso preguntar quién era el difunto, pero el espectro caminó rumbo a otro lugar.

Rápidamente llegaron a su apartamento un aire helado la atrapó y lo hizo temblar de pies a cabeza. En la entrada había un gran lazo negro, signo de duelo. Ernest tragó fuerte y cuando al fin pudo decir algo, su voz salió nerviosa y sonaba casi histérica.

—Querido espectro, por favor ¿por qué estamos aquí? ¿Es que alguien murió? ¿Era uno de los inquilinos de mi edificio?

Otra sonrisa maligna salió del espectro y caminó en dirección al interior del edificio. Subieron las escaleras mientras Ernest temblaba, al detenerse en la puerta que daba a sus habitaciones la puerta estaba abierta, logrando ver que su recamara que estaba casi vacía. No había nada, incluso las cortinas no estaban, solo vio su colchón en el suelo donde había un fardo con alguien envuelto en sábanas aparentemente sucias.

— ¡No! ¡Por qué me muestras esto! —gritó llorando Ernest, mientras el espectro seguía con su sonrisa de lado— No te daré el gusto. Ya había jurado cambiar, pero ahora lo haré mucho mejor de lo que había planeado. No permitiré que ese sea mi fin ¡No lo haré! Por favor querido espectro, dime si hay algo que fallé en mi intento de mejorar todo, te lo ruego ¡dímelo!

Cuando iba a soltarse, todo cambió.

Al abrir los ojos luego del mareo ya conocido, vio con horror que estaban caminando por un sendero, un sendero que sabía dónde dirigía. Ernest lloraba mientras era prácticamente arrastrado. Al entrar sortearon las tumbas hasta llegar frente a una en específico.

Esa era su lápida y para su desdicha leyó con lágrimas el epitafio.

Ernest Stroud

"Un hombre que no fue comprendido"

De pronto, una música sonó en el ambiente y cuando alzó la mirada pudo ver que había caído de rodillas ante su tumba. La mano que tenía libre estaba en puño sobre la tierra dónde bajo ella sabía que estaban sus restos. Observó al espectro con horror que estaba emitiendo una risa siniestra, casi era una carcajada en toda su medida mientras tocaba un violín que no sabía de dónde había salido; a su vez, éste se balanceaba lentamente al compás de la melodía.

Una melodía que conocía muy bien.

"Canción de Navidad de Nat king Cole"

Canción de NochebuenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora