"¿Tienes problemas de audición o qué?"
— ¡Atención, clase! —llama el entrenador—. Acérquense.
Caminamos hacia él.
— ¿Y ahora qué cosa se le ocurrirá al viejo este? —dice Mabel y rueda los ojos.
El entrenador vuelve a gritar: —Quiero que todos tomen su ritmo cardiaco durante quince segundos. Entonces, ¿saben lo que sigue, no? Lo multiplican por… ¿Cuánto?
— Poor cuaatroo. —se escucha el coro de la clase.
—¿Qué piensa? ¿Que somos de preescolar? —Mabel murmura de nuevo—. Y luego estos estúpidos contestan como idiotas.
—Muy bien. Empecemos… ¡Ya!
El entrenador inicia un cronometro y nosotros tomamos nuestro pulso.
—Uno, dos, tres —cuenta Mabel en voz alta—, cuatro, cinco…
—Guarda silencio. —le exige una chica rubia llamada Lynn Tanner. Es bastante popular, pero me cae bien porque no es la típica rubia hueca. Ella es inteligente y no trata mal a las personas. Tampoco es la capitana de las porristas porque le da flojera. Es amiga de nosotras.
—Ay —dice Mabel molesta—. Me hiciste perder la cuenta. —y la fulmina con la mirada.
— ¿Enserio? Lo siento tanto. —le responde Lynn, fingiendo arrepentimiento.
A veces, Lynn trata de hacerse la villana. Está claro que no le sale porque al final termina riendo.
— ¡Bien! —grita el entrenador—. ¡20 vueltas a la cancha! ¡Corriendo!
Toda la clase se queja y varios gritan “NOOOO”
— ¡25! —hace sonar su silbato.
Mabel murmura una serie de obscenidades.
—Definitivo. Odio a este profesor. No entiendo porque nos hace hacer toda esta porquería.
—Bueno, es gimnasia —respondo—. Le pagan por hacernos hacer toda esta “porquería”.
—Como sea.
Después de haber hecho las 25 vuelta, volvemos a tomar nuestro pulso. El entrenador nos hace comparar nuestro ritmo cardiaco anterior con este y nos explica todo ese rollo. Nada que en décimo grado no nos hayan enseñado. Y por fin, la clase termina.
Hoy es viernes y eso solo significa una cosa—no, no es irnos de fiesta y emborracharnos hasta perder la conciencia—. Como casi siempre estoy en casa con Eithan y no con Mabel, ella y yo acordamos reunirnos cada viernes y conversar de cosas que tal vez no pudimos decirnos los días anteriores. Y para nuestra suerte ese día no trabajo.
Salgo al estacionamiento donde mi auto está aparcado. Mabel se iría conmigo, pero ella trae su propio auto. Cuando llego al mío, abro el bolso donde llevo las llaves y las saco, pero estas se me resbalan y caen. Estoy a punto de levantarlas, pero alguien se me adelanta y lo hace por mí. Alzo la vista y lo veo con una sonrisa y jugueteando con el llavero entre sus dedos.
—Darwin —digo—, no te vi llegar.
—Lo supuse por tu cara. —tiene una expresión de diversión.
— ¿Mi cara?
—Sí. Es como de sorpresa. Pero ¿Quién no se sorprende al verme? —señala su cara.
Ruedo los ojos mentalmente.
—Bueno, ya me puedes entregar mis llaves. —intento quitarlas de su mano, pero él las aparta.
—De hecho, venía a decirte algo.
— ¿A mí? —pregunto sospechosa. ¿Qué no fue él el que dijo que no estaba interesado?
—Sí. A ti —responde—. Ocupo de tu ayuda. Desde que entre a esta escuela no puedo mejorar mis calificaciones en el francés. Tú sabes que mis notas son muy altas y no quiero que un estúpido idioma lo arruine.
No. De hecho no lo sabía.
— ¿Ocupas que yo te ayude?
—Sí —responde irritado—. Eso fue lo que dije. ¿Tienes problemas de audición? —señaló los oídos.
—Olvídalo. Continua. —yo igual comienzo a molestarme.
—Bueno, te decía que soy un estudiante con muy buenas notas y…
—Eso no —lo corto bruscamente—. Lo otro.
—Oh. Escuché que eres muy buena en… bueno, en todas las materias.
—Excepto en trigonometría. —aclaro.
—Nadie es bueno en trigonometría. El viejo ni enseña.
Asiento.
— ¿Y quiénes te dijeron que vinieras conmigo?
—Amy, todos sabemos que eres la mejor de la clase. Lo sería yo, pero una jodida materia lo impide.
—Mi nombre no es Amy. —le digo de una manera fría.
—Lo que sea. ¿Me vas a ayudar?
Coloco mi dedo índice sobre mi labio inferior dando leves golpecitos, como si lo estuviera pensando.
—No.
— ¿No?
—No. ¿Tienes problemas de audición o qué? —me burlo.
— ¿Por qué no? —pregunta, claramente ignorando lo último.
—Porque trabajo.
— ¿Y a qué hora sales?
—Eso no importa. Entrégame mis llaves. —vuelvo a intentar quitárselas pero fallo.
—No.
— ¿No? —me rio sin humor.
—No hasta que me digas que sí.
—No te diré que sí hasta que me des mis llaves
—No te daré tus llaves hasta que me digas que sí. —dice Darwin en el mismo tono que yo.
— ¡Pues no me des las llaves! ¡Puedo caminar!
Doy media vuelta y me alejo caminando hacia la dirección de mi casa. Solo llevo unos cien metros cuando me doy cuenta que no viene tras de mí. Me regreso corriendo y veo que sigue en el mismo lugar, mirándome y riendo.
—Está bien. Está bien, tú ganas, ¿vale? —le digo tomando una gran bocanada de aire—. Voy a… ayudarte con francés, al salir del trabajo, a las siete y media… en mi casa.
—Muy bien. ¿Ves? No tenías que haberlo hecho tan difícil.
Imbécil.
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Deceive
Roman pour AdolescentsAmber Wade es una chica de 17 años lo suficientemente perspicaz como para mezclarse con personas problemáticas. Tiene buenas notas, mejores que las del resto de sus compañeros. Tiene buenos modales y es amable. Una chica bien. Esto cambia cuando con...