1 - Jer

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Jer salió de casa de sus padres sacudiendo la cabeza enérgicamente, decidido a hacer lo que considerase más oportuno a pesar de la oposición de sus progenitores ante su cambio en el trabajo. ¿Qué les importaba a ellos si decidía ascender o no? A él le gustaba el puesto que tenía y no necesitaba más que eso para ser feliz.

Introdujo una mano en el bolsillo trasero de los vaqueros y sacó de éste las llaves del coche justo cuando casi estaba ya frente a la puerta del conductor. Eran manuales, pues el vehículo era ya viejo. Le quedaba poco para cambiarlo, pero no acababa de decidirse por otro y aquél le había servido con diligencia hasta la actualidad, incluso a pesar de las averías constantes que ya empezaba a sufrir seguía saliendo adelante. Era una maquina campeona, sin duda. Al menos, así lo veía Jer. Hacía exactamente diez años que estaban juntos, pero no lo compró nuevo, no. Al contrario, lo compró en un desguace cuando estaban a puntito de convertirlo en un cubo de metal. Lo vio y le gustó al instante, aunque no supo muy bien porqué. Se plantó ante el dueño del desguace y quiso saber qué pedían por el coche, cosa que pilló por sorpresa al empresario. «No vale nada», le dijo. Pero Jer insistió, observando las líneas rojas que cruzaban el automóvil allá donde debían estar las molduras, el cristal trasero casi inexistente, un lateral todo hundido seguramente por una colisión y múltiples arañazos desgarrando la pintura por doquier.

-Lo quiero -afirmó-. ¿Cuánto?

-No puedo vender semejante chatarra, es para desguazar.

-Me da igual. Lo quiero, ¿entiende?

-No puede circular, ¿qué es lo que no quiere usted comprender? -Se exasperó.

-Lo repararé yo mismo, véndamelo.

-¿Usted? -Inquirió sorprendido el otro hombre. Jer asintió con la cabeza, casi frenéticamente-. Supongo que puedo hacer una excepción y vendérselo, pero tendrá que venir a recogerlo con una grúa o algo, no puede andar por la carretera así. Es más, tiene las ruedas destrozadas.

Jer terminó por lograr su objetivo y se convirtió en dueño de aquel Ford Fiesta RS Turbo del 90, por el módico precio de ciento cincuenta euros. Y hasta ahora, no se habían separado. Diez años, nada menos. Le tenía cariño a ese coche, cosa que sus padres no entendían ni podían aceptar, pues odiaban que circulase por ahí con lo que ellos consideraban una birria rodante y dando gracias.

Pero él, de lo que sus progenitores opinasen, hacía poco caso porque, a ver, ¿llamar Jeremías a un hijo? Él comprendía que, en la época en que nació aún era un nombre al que se recurría pero es que no era sólo eso, sino que su nombre completo era Jeremías Manuel Vicente Muñoz Valenti. Eso, según Jer, es crueldad. Para él era casi como aquella mujer a la que sus progenitores le pusieron Dolores Fuertes de Barriga (*), o el hombre llamado Antonio Bragueta Suelta. Y era "casi" porque es que aquellas combinaciones de apellidos parecían hechas exclusivamente para humillar a los hijos, sobre todo el de Dolores porque, siendo sinceros, si se hubiese llamado Jimena, no hubiese sido lo mismo. Así que fue a propósito. ¡Por el amor de Dios! Crueldad, pura y dura. No hay otra explicación.

Jer se avergonzaba de su nombre, profundamente a decir verdad. Tanto, que no permitía que nadie lo llamase Jeremías y, mucho menos, Jeremías Manuel Vicente ni variación o combinación de ello posible.

Por el simple motivo de "cagarla" sus padres al ponerle nombre, ya no tenía en cuenta su opinión sobre ciertas cosas, siendo su vida personal una de ellas. Por eso, le importaba un comino que les molestase que no aceptase el ascenso, igual que sudaba de lo que tuviesen que decir de su coche.

Condujo con calma, olvidando lo molesto que estaba momentos atrás a raíz de la gran bulla que le había regalado su madre, diciéndole que era un inconsciente y que iba a desperdiciar su vida si se negaba a prosperar, cosa que él no compartía. La desperdiciaría en caso de aceptar aquel ascenso, porque se castigaría a sí mismo obligándose a no hacer más que papeleos en lugar de fotografiar, que es lo que le gustaba y le llenaba.

Amor 2.0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora