Éramos Sol y Luna.

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|0. Prólogo.

»Seattle, Downtown. |Once años antes- sábado veinte de septiembre.

El día estaba completamente hermoso, el cielo celeste se encontraba despejado, a lo alto de las montañas del otro lado un sol brillante le sonreía al paisaje, y una pequeña brisa movía las hojas de los arboles.

Una pequeña niña se encontraba llorando, entre medio de un campo de flores silvestres. Estaba tumbada sobre el césped y las hermosas flores de colores brillantes se encontraban a su alrededor, envolviéndola por completo.

De todos colores, no había ni un solo color que el campo vivaz no tuviera.

Unos cuantos pájaros pasaron por el cielo y ella los observó volar hasta que salieron de su campo de vista. Algunas lágrimas aún bajaban por sus ojos azules, y un puchero se formaba automáticamente con sus labios sonrosados.

Oyó el mover de las hojas y se estremeció. Asustada volteó hacia el ruido y se alivió al no encontrar nada más que flores y flores.

Sacudió su pequeña cabeza y volvió a tumbarse boca arriba, intentando detener sus lágrimas y tumbándose de costado, apoyada por uno de sus codos.

De repente volvió a oír el mismo ruido movedizo y de un salto se sentó como una india, mirando alarmada hacia todos lados.

Entonces vió unos ojos verdes destacar entre flores rojas y altas y miró con más detenimiento.

El dueño, porque según había visto ella es un niño, de los ojos verdes, se aproximó y salió de su escondite, dejando a un niño de aproximadamente su edad a su vista.

Se acercó aún más y se arrodilló ante ella, mirándola con curiosidad.

Él repentinamente sonrió y la niña se echo hacia atrás, sin saber porqué el niño sonreía.

— ¿Eres un ángel? –preguntó, ladeando la cabeza y mirándola detenidamente.

Su ceja arqueada le hizo sonreír a la niña, quien se acerco a él y quedó a centímetros de su cuerpo.

—No soy un ángel, soy una niña. –respondió, con su melódica y alegre vocecita. 

—Pero, ¿desde cuándo las niñas son tan bonitas? –Cuestionó él, sorprendido.- ¿Desde cuándo parecen ángeles?

Ella soltó una carcajada y enseguida tapó su boca.

—No soy bonita. –reclamó ella, obteniendo un ligero rubor en sus mejillas.

—Es verdad. –Concordó, asintiendo- eres hermosa, no bonita. 

Ella sonrió y él se sentó a su lado, rozando sus piernas y fijando su vista en sus ojos azulados.

— ¿Cómo te llamas? –preguntó, y sin dejarle responder, volvió a preguntar:- ¿Cuántos años tienes?

—Me llamo Autumn, y tengo seis años. –Respondió, sonriéndole vagamente- ¿Qué hay de ti?

—Autumn… -murmuró el pequeño, probando su nombre entre sus labios- lindo nombre, como su dueña. Yo soy Zayn, y también tengo seis años.

Luego quedó pensativo y ella no sabía que decir, por lo que se levantó y miró hacia todos lados, como si estuviera buscando algo.

— ¿Dónde vives? –le preguntó, parándose junto a ella e inspeccionando sus muecas extrañas.

—En… en la calle, um… –dudó la niña, intentando recordar el lugar- Prings Wall, eso, numero veintiuno.

El niño exhaló sorprendido y se apartó unos centímetros de ella.

—Wow, eres mi nueva vecina, podremos jugar todos los días, si quieres.

En ella cruzó un destello impertinente en sus ojos y le sonrió, asintió frenéticamente y tomó su mano para caminar hacia su casa. 

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