Tres meses atrás
Parecía como si la tormenta y su tormento hubieran decidido confabularse en su contra. Con cada embate del ventanal, con cada ola que se estrellaba contra el casco de la nave, a Trinidad le crecían los dolores. La primera punzada la había sentido horas atrás, hacia las ocho de la mañana, pero entonces prefirió ignorarla. Era menester aprovechar que Lucila, su ama, había amanecido ese día con un nuevo achaque de lo que ella misma llamaba su mala salud de hierro, y eso le permitía hablar a solas con Juan. Intercambiaron inteligencia durante el desayuno. Una mirada, un simple gesto les había bastado siempre para entenderse.<<cerca del castillo de popa, igual que ayer>>, así decían sus ojos. Nadie vio ni sospechó Ni las dos beatas de camagüey con las que sus amos compartían mesa en el comedor durante la travesía, ni tampoco aquel matrimonio tan estirado que embarcó con ellos en el puerto de la Habana. Aunque ahora que Trinidad hacía memoria, ella -una mujer de mediana edad y un pelo de un rojo demasiado violento para latitudes cubanas -sí había un pequeño comentario la noche anterior. ¿Qué fue exactamente?. Algo así como: "díganme, señor García, Trinidad, la mulata joven que viaja con ustedes, es de esas esclavas que crían en casa, no diga que no". Como si supiera. Como si adivinaría que Juan y ella tenían un vinculo que les unía desde la cuna. La madre de Juan había muerto de puerperales dos semanas después del parto y a la de Trinidad, que acabada de tenerla a ella un par de días antes, le tocó alimentar a los dos dias. mas tarde vinieron juegos infantiles, baños en el rio, siestas en los platanares, hasta que un día, sin que ninguno supiera muy bien cómo, tanta libertad clandestina se les había vuelto amos. << Se equivoca, señora- mintió Juan como tantas otras veces-. No sé de qué me habla>>.Eran ya demasiadas las historias abusos que se contaban con las esclavas e hijos del amo como protagonista como para dejar que aquella mujer pensara que la de ellos era una más.
Tampoco había visto juan la necesidad de contarle nada a su futura mujer cuando con diecisiete años él, treinta ella, a punto de quedarse para vestir santos, los casaron. Lucila era la heredera de la mayor plantación de matanzas y él pertenecía a la más vieja (y arruinada) familia del lugar. La alianza ideal para que un día uno de sus hijos heredara posición y también fortuna. El destino quiso, sin embargo, que, once años más tarde, el único hijo engendrado por Juan creciese ahora en el vientre de Trinidad. ¿De cuánto tiempo estaría? Difícil saberlo. Nunca había sido regular en esas cosas, y luego, con los trajines de la partida, ni siquiera reparó en las sucesivas faltas. Tampoco más adelante, cuando otros indicios obvios empezaron a alertarla, su cuerpo pareció deformarse demasiado, de modo que para qué contarle a nadie, ni siquiera a su madre, un secreto que solo Juan conocía. Bastaba con ponerse ropa más holgada (al fin y al cabo, nadie repara en cómo viste una esclava) hasta llegar al otro lado del océano. Con sus esclavas y frecuentes tormentas, un viaje como aquél, le había explicado juan, podía durar hasta cincuenta días. Entonces decidirían qué hacer, sería todo más fácil una vez llegados a Cádiz.
<<Sólo una cosa te pido- le había dicho ella aquella misma mañana cuando se encontraron en el castillo de proa después del desayuno-. Que nuestro hijo sea libre>>. Él se lo había prometido y ella se creyó. ¿Por qué no? Juan no era el primero ni desde luego sería el ultimo amo que daba libertad a uno de su sangre. Existían, Trinidad lo sabía, varios precedentes, tres incluso en plantaciones cercanas a la de los García.
Parecía todo tan fácil allí, solos los dos en cubierta, riendo con el viento a favor y la primavera línea de la isla de Cabo Verde dibujándose ya en el horizonte, que a Trinidad le dio por soñar. Era gratis y, además, ella rara vez perdía la sonrisa.Pero había una razón adicional para hacerlo ahora.
Poco antes de partir, había oído, al descuido, una conversación entre el hermano Pedro, el capellán de los García, y uno de los dos capataces ingleses que trabajan para la familia. Robin, que así se llamaba el hombre, se burlaba de cierto suculento chisme que corría por los alrededores. Contaban que el viejo Eufrasio, uno de los ricos del lugar, al enviudar, no sólo había dado la libertad a un hijo habido con una de sus esclavas, sino que, por su setenta cumpleaños, planteaba casarse con ella. << Vaya chochera- rio Robin-. En Jamaica, en Barbaros, en Carolinas del Norte o cualquiera de nuestras colonias ese viejo pasaría la noche de bodas bebiendo agua con gusanos en la cárcel>>.
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La hija de cayetana
Historical FictionCayetana de alba, una de las mujeres mas poderosas de finales del siglo XVIII y principios del XIX,, con un carisma legendario que ha llegado hasta nuestros días, adoptó como su hija a una niña de raza negra.....