Capítulo uno. Los Wardebroke

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Los Wardebroke, una familia aparentemente normal y tranquila.
Con sus más y sus menos como en cualquier otra.
Vivían en un pequeño pueblo del centro de Irlanda, Mullingar, en una zona pequeña y pintoresca, con casas de cuento de hadas y un pequeño río pasando algo lejos de las casas, alejado de estas había un valle por donde el río pasaba haciendo eses, sobre el cual había un pequeño puente de hierro forjado que unía la total tranquilidad del campo con el ligero alboroto del pueblo.
Los cinco miembros de aquella familia vivían en una casa de dos plantas, con paredes color blanco roto adornadas con enredadera que subían desde los jardines delantero y trasero, el tejado azul, que alguna vez se confundía con el cielo despejado.
En tranquilidad de esa casa se oyó un grito que despertó a todos.


--¡A desayunar!-avisó Petra Wardebroke, la madre de la familia.


Era una tranquila ama de casa. Era de baja estatura, con el pelo largo, castaño claro y totalmente liso. Ojos grandes, color miel, nariz respingona, que se arrugaba cuando presentía que la ocultaban algo voz dulce y amable aunque autoritaria cuando era preciso.


--¿Cuántas veces te he dicho que no te levantes tan temprano?-regañó amable su marido, William, antes de besarla con dulzura.


Trabajaba en una oficina de venta de objetos para el hogar y muebles de cocina. Él llevaba a cabo los impresos de venta, la recaudación y el papeleo, quizás el trabajo más aburrido del mundo, pero él era feliz al llegar cada mañana a su cubículo y atender llamadas de gente no siempre amable.
Tenía el pelo corto, castaño rojizo, ondulado, ojos azules, aunque no en su totalidad, también tenían matices verdosos. Al contrario que su mujer, él era muy alto, con voz grave y aduladora.


--Ya queda un día menos para mi cumpleaños-dijo entusiasmado mientras bajaba por las escaleras el hermano mayor de la familia Wardebroke, Matthew.


Apodado Matt, tenía casi dieciocho años y ese 'casi´ era lo que le fastidiaba, estaba apunto de la mayoría de edad, casi rozaba con la punta de los dedos su libertad.
Tenía el pelo corto, pelirrojo y alborotado, de estatura baja, demasiado para su edad. Tez muy pálida, adornada con pecas que caían sobre el tabique nasal y los pómulos de forma graciosa (por esas descripciones su hermana menor le llamaba, para molestarle más que por otra cosa, leprechaun).
Tocaba la guitarra, componía y cantaba canciones realmente bellas, era su pasión, siempre y cuando no estuviese enamorado, cosa que estaba actualmente, enamorado perdidamente de una chica de su clase, Alyssia Hudson, la típica niña rica, pija, rubia con ojos azules, pero al contrario de los prototipos sobre las rubias, ella era realmente inteligente. Poseía lo poco conocido como odio a primera vista, sí, sí, odio hacia la hermana de Matt, Elizabeth, quien bajaba malhumorada como todas las mañanas, con sus auriculares puestos y una coleta mal hecha.


Era la mediana de los tres hermanos, con quince años. Pelo castaño, largo hasta la mitad de la espalda, ondulado como su madre, tez morena que contrastaba notablemente con sus ojos verdes, iguales a los de su hermano y parecidos a los de su padre. No se podía saber con claridad qué rondaba por su cabeza, su cara era totalmente inexpresiva, cosa que a veces asustaba un poco.
En el instituto no sobresalía, ni por inteligencia, creatividad, relación con los demás o belleza. La realidad era que no sobresalía porque no mucha gente sabía de su existencia, un par de años atrás era "La popular", jefa el equipo de animadoras, tenía a todo el instituto comiendo de la palma de su mano, ahora sola, sin un amigo, ya que todo lo que ella tenía ahora era propiedad de su antigua mejor amiga Amber Steward quien la sustituyó en el equipo.
Si de ella dependiera viviría en la piscina del instituto, la relajaba y se la daba bastante bien, cuando no estaba allí dentro paseaba con un libro y los cascos puestos '¿Quién necesita un amigo teniendo un buen libro o música´ pensaba para sentirse mejor, aunque no solía conseguirlo. Era una chica que definitivamente no destacaba, tampoco la importaba, en realidad nadie de los que se encontraban en su instituto le importaba, salvo Jake Thomson, su amor platónico desde cuarto curso, cuando era animadora habría tenido alguna posibilidad con el capitán del equipo de fútbol; listo, guapo, atlético, todas las chicas babeando tras él y total e increíblemente fuera de las posibilidades de Elizabeth.

--Buenos días-le dijo su padre desde el otro extremo de la mesa.


Ella no respondió, solo seguía el ritmo de la música con el pie mientras desayunaba.


--Ya sabes que no te escucha, está inmersa en la música-dijo Petra antes de dar un suspiro cansado-¿Dónde está James?-preguntó mirando hacia lo alto de las escaleras.
--Estoy aquí, mamá-dijo con voz aguda el pequeño de la familia Wardebroke-soy pequeño, pero no tanto-dijo divertido antes de sentarse en su silla a desayunar.
--Lo siento James, no te había visto-se disculpó su madre con humor antes de darle un beso en la mejilla.


Su pelo rubio, corto y liso relucía como el oro, tenía ojos expectantes y llenos de curiosidad de color azul celeste, su piel era justo del color intermedio entre el transparente de su hermano y el moreno de su hermana.
Con tan solo cinco años ya revolucionaba la clase, todas las niñas querían estar junto a él, aunque a James solo le interesaba su mejor amiga, Mary Anderson.
El pequeño siempre estaba lleno de vitalidad, saltaba, jugaba, reía y se divertía a todas horas, era amable y educado con todo el mundo, mostrando esa sonrisa a la que le faltaba algún diente.
Siempre andaba luchando con dragones y salvando princesas imaginarias, quizás no tan imaginarios...

La magia de los Wardebroke (PARADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora