Todo empezaba en una calle oscura y una voz ronca que susurraba:
—Uno, dos, cuatro, cinco.
Justo al terminar una luz se acercaba muy deprisa, era como un destello que deja un rayo al caer, muy blanco, tanto que te obligaba a cerrar los ojos por tanta luz que desprendía, tanta que te quemaba las retinas.
Yo estaba en un rincón, agachado, temblando del frio que tenía. No podía quitarme esos números de la cabeza, y una y otra vez me preguntaba el porqué de esos números, por qué nunca decía el tres, ¿qué estaba contando? Parecía como si intentara contar, como si le faltara algo.
De repente, la luz se apagó. Me levanté rápidamente intentando observar mi alrededor, quizá alguien la había apagado. Pero estaba demasiado oscuro, no podía ver nada. Intenté dar un paso pequeño, luego otro más, dirigiéndome donde antes se encontraba ese destello. La voz se seguía repitiendo en mi cabeza, los mismos números una y otra vez, era como la típica resaca mañanera que te da al despertar después de una fiesta un sábado noche.
La luz apareció de nuevo, esta vez en dirección a la pared, agrietada y mugrienta. Al dirigir mi mirada hacia allí lo vi. Alguien había dibujado un tres enorme con algo que parecía sangre. Me quedé mirándolo fijamente, cuando de repente una mano fría me tocó la espalda. Yo me giré rápidamente pero el destello apareció delante de mis ojos como si la mano fuera suya. No me dejó ver nada.
Me desperté en el suelo, no recordaba nada, una mujer estaba en lo que parecía mi cama, me levanté con un dolor de cabeza descomunal y miré a la mujer que estaba en la cama, estaba estirada ocupándola toda, creo que por culpa suya acabé en el suelo.
Estaba desnudo, así que supuse que ella también lo estaba. Me dirigí hacia mi móvil que estaba encima de la mesita de noche, mientras me preguntaba:
—¿Si se llama mesita de noche, por el día qué es?
Con mis 28 años de vida todavía tenía muchas preguntas trascendentales como esa. La verdad es que la gente me decía que era una persona muy filosófica, que ni yo mismo me entendía. Quizá tienen razón, la verdad es que no lo sé. No sé nada.
Al coger el móvil vi que tenía tres llamadas perdidas de mi madre y tres de Judit, mi novia. Al ver la pantalla mis ojos miraron a la chica que estaba en la cama para ver si la conocía de algo, su cara me resultaba familiar, pero no conseguía recordar quien era. Me puse la camiseta y los pantalones, que estaban bien doblados en el sillón de la esquina de la habitación.
Fui hacia la puerta, pero antes de salir me miré en el espejo que había encima de mi escritorio. Estaba demacrado, tenía unas ojeras enormes y los ojos demasiado rojos. Además tenía la boca llena de restos de pintalabios, supongo que de la chica que estaba en mi cama. Abrí la puerta de la habitación y me dirigí al salón. Ahí estaba Judit de espaldas, me estaba haciendo el desayuno. La llamé, pero no obtuve respuesta. Volví a hacerlo, esta vez dirigiéndome a ella mientras le preguntaba:
—¿Qué haces aquí, Judit?
Llegué a su espalda sin que me respondiera, así que se la toqué para que se girara, pero de nuevo no hizo ni una mueca, así que fui yo el que se puso delante de ella. Pero no tenía rostro.
De repente la chica que estaba en mi cama apareció por la puerta del salón susurrando lo mismo una y otra vez:
—Uno, dos, tres, cinco.
¿Que pasaba aquí? ¿Por qué estaba contando? Me quedé atónito, ¿por qué había evitado el cuatro? ¿Qué estaba contando? De repente un dolor de cabeza vino a mí, ese dolor superaba al anterior, era mucho peor, era como si me estuvieron perforando el cráneo. El dolor era tan arduo que me caí en el suelo, sin fuerzas para mantenerme de pie.
Justo en ese momento me vi en la cama, envuelto en mis sábanas de Los Vengadores. Mi madre entró en la habitación chillando y abrió las cortinas.
—¡Hijo, que son las 2 del mediodía, hostia! ¡A ver si haces algo ya, que me tienes harta!
Cuando salió me levanté y me miré al espejo. No veía nada, así que me puse las gafas que tenía en la mesita. Eran redondas y de pasta, se conjuntaban con mi cara redonda llena de marcas de la ya pasada pubertad. Llevaba el pijama de Batman, me fui abajo para poder desayunar. Sí, desayunar a las 2 porque seguramente nadie me habría hecho la comida. Vi los restos que parecían ser de pasta y un plato por la mesa, supuse que era de mi madre. Me dirigí a coger un bol para los cereales, pero no quedaban, así que agarré los cereales, introduje mi mano en la bolsa y me los comí hasta quedarme sin hambre.
Volví a la habitación y me vestí. Me puse la sudadera de Superman y me fui a trabajar.
Por el camino, como cada día, aproveché para jugar un rato al nuevo juego de Pokémon. Encontré un zubat, qué bien... Sabía que eso significaba que iba a tener un día de mierda.
Al llegar a la oficina me senté en mi sitio al lado de la basura, donde los que tendrían que ser mis compañeros trataban de encestar los papeles arrugados, pero muchas veces me daban a mí, no sabía si se alegraban más cuando encestaban o cuando me daban. Cada día era igual, solo tenía una alegría, Judit, ella era la chica más preciosa que jamás había visto, era la única que me hablaba de manera amable, era la única amiga que tenía allí, supongo que porque nos conocíamos de hacía muchos años, fuimos juntos a primaria y parecía que ella fuera "el hombre" ya que me protegía de los abusones de clase y siempre me apoyaba cuando lloraba porque no me salía el cromo que me faltaba. Quizá era por eso que allí me odiaran todos, porque era el único a quien Judit sonreía.
Como todos los días ella llegó a las 4 en punto, con un escote muy pronunciado y el pelo recogido. Se dirigió hacia mí y entonces los papeles dejaron de sobrevolar mi mesa, todo el mundo me miraba con rabia porque sabían lo que iba a pasar.
Judit me abrazó como todos los días mientras me preguntaba cómo estaba, y yo, con un hilo de voz suave y miedosa respondía que bien. Eso era lo único que conseguía que me levantara de la cama y no me quedara todos los días durmiendo. Era horrible tener el horario de tardes pero no me quejaba ya que así por lo menos podía ver a Judit.
Me puse manos a la faena, programaba el nuevo software de la empresa y así pase todo el día, no me di ni cuenta de la hora que era. Todo el mundo se había ido, estaba yo solo. Finalmente Judit vino y me dijo:
—¿Vamos para casa?
El camino hacia casa se me pasó volando hablando con Judit, discutiendo sobre los viejos tiempos. Al llegar a mi casa me despedí de ella y me dirigí a cenar algo. Abrí la despensa y solo quedaba un Yatekomo ya que mi madre no había ido a comprar. Me calenté el agua y después de echarlo en el producto fui hacia mi habitación para cenar viendo un documental de delfines hambrientos.
La verdad es que vi eso porque no teníamos tele por cable, y no encontraba el mando para cambiar de canal, y claro, yo no me iba a levantar para cambiarlo, así que vi eso.
Finalmente me quedé dormido a la mitad, o creo que era la mitad ya que no me enteraba de nada.
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Quiéreteme
RandomQuiéreteme es una historia brillante sobre autosuperación y aceptación. Narra la vida de George, soñoliento y un tanto despreocupado, que no sabe diferenciar la realidad de la ficción. Su vida te fascinará en todos los aspectos gracias a su fuerza i...