Parte única

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Hace muchísimos años había un pequeño pueblo llamado Hahoe, situado en Andong, provincia de Gyeongsang del Norte, Corea. Son muy pocos los que se atreven a contar lo que una vez pasó en aquel lugar.

—Fue terrible. Aún sigo sin saber cómo salí viva de allí —comento, con ojos viejos y cansados que guardan una inmensa tristeza.

—Cuando usted quiera, tómese el tiempo que necesite. Trate de pensar en esto no como una entrevista sino como una charla amistosa —la periodista me da ánimos con una amplia sonrisa.

(1*)—Todo comenzó con Jeongmyeong, una niña que por ese entonces tendría alrededor 8 o 9 años...

Nuestro pueblo era acogedor y seguro, éramos como una gran familia. Era un día de verano como cualquier otro, los niños jugábamos en el patio de mi casa mientras los mayores conversaban dentro de casa. El sonido de muchos caballos nos alertó, y corrimos a avisar a los adultos de que alguien había llegado. Todos estábamos nerviosos. (2*)Casi nunca pasaba nadie por allí, quizás alguien perdido buscando el camino de vuelta a Hanyang, pero aquellos jinetes vestían trajes costosos. Y a primera vista se notaba que eran gente importante y con poder. De los 10 jinetes que estaban allí, sólo uno bajó de su caballo, seguida de una niña de mi edad.

—Busco a la familia de... —aquel hombre tenía aspecto de mensajero al desplegar el pergamino— Kim Jae Bum.

—Aquí estoy, señor —mi padre avanzó al frente, sin mostrar ni un ápice de miedo o preocupación—. ¿Qué se le ofrece? ¿Quiere pasar y tomar té?

A la casa entraron sólo ellos dos. Todos nos quedamos afuera esperando, expectantes, incluyendo a la pequeña chica y sus fornidos guardianes. Al cabo de un rato salieron, y el hombre se dirigió hacia la niña y mi padre se reunió conmigo y con mi madre. Nos trató de explicar que aquel señor era Choi Sangwoo, el mensajero del Rey Seonjo de Joseon. Y que la niña era la Princesa Jeongmyeong. Era realmente guapa, sólo mirarla me hacía pensar que los dioses no me habían dotado demasiado de un físico bonito. Un paso tras otro se aproximó a nosotros, alentada por sus guardias y el mensajero.

—Tratadla como si de porcelana fuese —decía Choi Sangwoo mientras volvía a subirse en su caballo.

—Como si de nuestra propia hija se tratase. Crecerá sana, fuerte, valiente y hermosa, con todo el amor que esta familia pueda proporcionarle —prometió mi padre. Tras eso, los inesperados visitantes se marcharon y volvió a reinar un ambiente relajado con una pizca de incomodidad.

Todos se fueron a sus respectivas casas. La llegada de esa niña había sido tan repentina que sentían la necesidad de dejarle espacio como muestra de respeto, al fin y al cabo seguía siendo la Princesa. Ya tendrían tiempo de preguntarle cosas.

—Yo soy Kim Yoona, la madre de Haneul. Haneul, cariño, no creo que la Princesa Jeongmyeong quiera dormir en el sótano, tendrás que compartir tu cuarto, ¿vale?

—Llámeme Jeonie, por favor —dijo tímidamente mientras sus manos jugaban con la tela de vestido—. No me importa dormir en el sótano, no quiero ser una molestia.

—¡Vamos te enseñaré mi cuarto! —la cogí de la mano y corrimos hasta mi habitación— No es muy grande pero es cálida y bonita.

(3*)Desde ese momento nos convertimos en las mejores amigas, éramos hermanas. Jugábamos con la tierra, salíamos a mojarnos con la lluvia, hacíamos muñecos de nieve e íbamos a la escuela juntas. La escuela era proporcional al pueblo, unos pocos profesores enseñaban distintos niveles hasta que los chicos era lo suficientemente mayores como para decidir qué hacer con su vida.

—"Me gustas mucho, ven un día a comer ramen, Jeonie -Jun Ahn" —había recibido una carta, no para mí claro, yo sólo era la paloma mensajera entre mi hermana y los chicos de la escuela.

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