Nunca lo sabría

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Desperté y ya sentí su ausencia. Echaba de menos ese tacto de su pierna sobre la mía, esa sensación de tranquilidad que la postura me transmitía, esa calma, esa confianza...


Estos dos días con ella fueron maravillosos. Me ofreció todo lo que necesitaba: comprensión, ternura, ánimos, y mucho amor, amor del bueno, del que da una amiga a la que se lo has contado todo y a la que le has abierto hasta tu alma.

El problema es que yo le abriría otra cosa y, siendo sincera, creo que ella también. Ninguna daba ese pasito adelante. Podría ser por respeto o, tal vez, por miedo a romper esa armonía casi perfecta que teníamos.

Giré hacia su lado de la cama. Quería sentirla, oler su inconfundible esencia. Me encantaba el aroma que desprendía. Era tranquilizador pero, al mismo tiempo, morboso, excitante, placentero. No me sentía cómoda teniendo estos sentimientos, pero no podía controlarlos. Nunca me atrevería a confesárselos, no quería estropearlo todo. Admito que tonteábamos, eso sí, pero porque nos divierte, nos hace olvidar nuestros problemas durante un rato.

Mi mente divagaba, deleitándome con la fragancia que quedaba impregnada en las sábanas. Ni me percaté de que mi mano se había deslizado hacia mi sexo. Estaba muy excitada. Solo con imaginármela entre mis piernas, me humedecí.

Fantaseé viéndola encima de mí, sintiendo todo su cuerpo en mi piel. Cómo descendía desde mi boca, hasta mis pechos, perfilándolos con su lengua, con la yema de sus dedos. La pensé atrapándome uno de los pezones con sus dientes, estirándolo mientras estudiaba mis gestos por si aquello me gustaba o no.

Mis dedos resbalaban entre mis pliegues ahogados en mi humedad. Me notaba mojadísima. Estaba tocándome pensando en ella...

Mi torturado clítoris gritaba por ser atendido y mis dedos, obedientes, fueron hacia él. Lo rozaba haciendo círculos, presionándolo levemente.


Deseaba tenerla allí, donde mis dedos, pero que fuera su lengua. Que me torturara horas y horas, me saboreara lentamente, y se excitara viéndome disfrutar con lo que me hacía, mientras lograba llevarme a lo más alto.

Me penetré imaginando que era ella la que me hacía suya, a quien sentía dentro de mí, la que me llenaba por completo con sus caricias, con sus besos...


Con el pulgar fui rozándome el clítoris, más rápido, con más necesidad de ella. Mi respiración era agitada, mis gemidos ahogados, y toda mi mente deseándola.

Quería explotar en mil placeres solo para ella. Mis dedos salieron de mi interior, esparciendo toda mi humedad por mi sexo, y se dedicaron a mi excitado clítoris inflamado. No eran mis dedos, era ella, era su boca atrapándolo, succionándolo, era la punta de su lengua acariciándolo de un lado a otro, de arriba a abajo...


Mi cuerpo se arqueó sintiendo como el orgasmo me hacía temblar de placer de pies a cabeza. Mis caderas se alzaron pidiendo más presión, más roce.

Recuerdo que grité su nombre al sentir todo ese torbellino de sensaciones. Ella me llevó al clímax, me regaló ese orgasmo.

La amaba pero eso nunca lo sabría. 

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