4.

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  Estaba harto, llevaba pocas horas mostrándose de tal forma y ya estaba cansado. La ropa, el maquillaje, los comentarios con doble sentido, pesaban. Sus contenidas ganas de hacer y decir lo que realmente quería, actuar como realmente era lo asfixiaron al punto de estallar antes de ahogarse en sí mismo. Utilizó de excusa el rompimiento de la ley de un club nocturno e hizo lo que tanto había estado deseando hacer desde que se admitió a sí mismo que JaeBum le gustaba. Más que un viejo amigo, más que un recuerdo removido, mucho más.

Todo aquello había sido en vano, sin embargo, porque aun luciendo como esperaba que le agradara, JaeBum no había hecho otra cosa que sólo mirarlo y mirarlo intercambiando pocas palabras en diálogos grupales. Y lo peor de todo es que aun portando lo que su primo YuGyeom eligió para él esa noche, ni siquiera así, JaeBum se atrevió a mirarle con deseo.

Ese era el problema, esperar toda la noche para que al final siguiera viéndolo como cuando tenía doce años.

Quizá fuese la única posibilidad que tenía de hacerlo y sentir qué era besar a la persona de la cual cayó perdido viendo tan sólo fotos en un teléfono y recordando su infancia junto a él, y no la desaprovecharía. Le besó con hambre, con deseo contenido en un toque duro y fuerte, sin brusquedad de movimientos pero sí logrando que sus labios dolieran por la presión. Sólo quería sentirlo.

–YoungJae... ¿qué fue eso? –el murmullo proveniente de JaeBum fue suave y sorprendido, sus palabras demostrando su actual estado. No tenía nada qué decir, ni tiempo de pensar le dio el menor, mucho menos recordó el porqué de estar fuera del recinto. Contrario a éste, YoungJae negó con su cabeza frunciendo sus labios, decepcionado–. YoungJae...

–Regresa con los demás –le ordenó el menor imperativo. Quitó la chaqueta que llevaba aun encima y se la entregó en un golpe seco sobre su pecho– Yo me voy.

A JaeBum le pareció como si sus pies de pronto se volvieran de brea y se adhirieran al suelo de cemento porque se sintió pesado e inmóvil, a pesar de ver el cuerpo de YoungJae alejarse de a poco por la misma vereda del club. No tambaleaba, no gruñía por lo bajo, sólo caminaba bajo las luces de los faroles amarillentos que bordean las calles volviéndolo todo antiguo. Tragó el sabor del beso al relamerse los labios. Dulce; granadina. Amargo; nostalgia.

Agridulce.

Miró todavía con nitidez los brazos expuestos de YoungJae bajo la camiseta manga corta que llevaba puesta. Era muy enfermizo cuando era pequeño, niño, hasta su propia madre le abrigaba cuando se reunían en su casa a jugar con los muñecos súper héroes que tanto adoraba. Hubo una vez en que YoungJae cayó engripado en cama por días y JaeBum de todas formas fue a visitarle, se divirtieron a pesar del cansancio corporal del menor y sus constantes estornudos, y por supuesto JaeBum luego de dos días cayó en cama igual que su amigo.

Es que verle tan descubierto bajo la fría manta de aire de la madrugada le hizo volver el tiempo, donde sin importar qué –y sin pensar sus consecuencias– él le protegía. Quizá al inicio fue porque no quería quedarse sin su compañero de juegos por una semana entera, pero luego aquello pasó a tener otro significado; le protegía porque no quería que nada lo lastimase, si él podía evitarlo, entonces lo haría.

Y YoungJae seguía alejándose, frotando uno de sus brazos con el otro.

Y poco a poco JaeBum fue armando en su interior lo que a tanto le daba vueltas. YoungJae jamás fue un amigo pasajero, jamás fue una simple diversión para perder tiempo lejos de sus madres y de lavar sus medias. Porque de serlo así, ¿por qué seguía pensando en él y recordándole de la forma que lo hacía? Porque de lo contrario, YoungJae simplemente hubiera quedado en su memoria con un cartel en la frente que lo identificara y que probablemente jamás volviese a traerlo a la vida.

Creciste [2Jae]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora