Eran las ocho menos cuarto de la mañana. El día empezaba a clarear. Jorge preparaba una taza de té con limón y azúcar para su esposa, que estaba en la cama y con el termómetro bajo el brazo. Puso la taza en la bandeja, junto a un sobre de calmante antigripal, y unas galletitas, y se la llevó hacia la habitación.
–¿Cómo te sentís, mi amor? –dijo él suavemente, colocando la bandeja en la mesita de luz.
–Igual que anoche. –contestó ella con voz suave. –Me duele mucho la cabeza y la espalda, tengo chuchos de frío...
Se sacó el termómetro, y se lo dio a su esposo, que se acercó más al velador y miró el indicador de mercurio.
–Hum... Treinta y ocho, y piquito. Bueno tomate el tecito y el antigripal. Abrigate bien y no salgas. Cualquier cosa me llamás a la oficina, ¿eh? ¿Le digo a mamá que venga al mediodía? ¿O querés llamar a alguna de tus amigas? Así no te sentís sola.
Jorge sabía que Ángela tenía aprehensión a quedarse completamente sola, pero confió en que la compañía de su gato siamés Mozart sería suficiente por el momento. El felino ya se había acomodado en el lugar que él dejó vacío, con los ojos semi cerrados.Se puso el sweater y la campera, fue al comedor y subió un poco la temperatura de la estufa, luego agarró el tubo del teléfono inalámbrico para dejarlo en la mesa de luz, al alcance de Ángela. Se inclinó para abrazarla y despedirse cariñosamente de ella.
–Basta, mi amor, te vas a contagiar. –dijo ella riendo. –Voy a estar bien. Que tengas buen día.
–Cuidate, mi ángel. Veo si me puedo retirar más temprano.
Se volvieron a despedir cariñosamente y él salió de la casa rumbo a la oficina. Ángela se tomó el té con el calmante y comió un par de galletitas, mientras miraba el noticiero por la televisión. Veinte minutos más tarde apagó todo y se arropó para dormir y que el antigripal hiciera efecto. Mozart se acercó a ella ronroneando, y ésta le hizo un lugar dentro de la frazada. Lo abrazó como si fuera un oso de peluche y se quedó dormida enseguida.Se despertó cerca del mediodía. El dolor de cabeza se había mitigado bastante aunque no se sentía bien del todo. Se volvió a tomar la temperatura y el termómetro indicaba treinta y siete con seis décimas. Mientras se preparaba una sopa instantánea de pollo y un par de tostadas con queso habló por teléfono con Jorge, luego con su suegra y con su abuela.
Después del breve almuerzo, puso la pava al fuego para hacerse otro té con limón. Miró por la ventana a medio empañarse hacia la calle. Una llovizna fría danzaba movida por el caprichoso viento. El cielo era de un color gris plomizo y parecía que en cualquier momento caería una tormenta. No estaba acostumbrada a no hacer absolutamente nada, así que se fue a la biblioteca a elegir un par de libros para entretenerse.Ya se había tomado la segunda taza de té y estaba absorta en el libro que hablaba del origen de los dragones, cuando de pronto sonó el timbre.
–¿Hola? –contestó por el portero eléctrico.
Se hizo un silencio del otro lado.
–¿Hola? –dijo nuevamente. –Hable, por favor.
Se hizo otro silencio, y cuando se disponía a cortar, alguien carraspeó del otro lado.
–Ho... hola. –dijo una vocecita femenina con un extraño acento.
–Hola. Te escucho. –dijo Ángela, con curiosidad.
–Yo... quería saber si aquí vive Saibene... Georg... Jorge. –dijo, con cierta dificultad para pronunciar la jota.
–Sí, él vive aquí.
–¿Está en casa ahora?
–No, está en el trabajo. ¿Quién es?
Se hizo otro silencio y luego la vocecita continuó:
–¿Habla su madre?
–No, la esposa.
–Oh. Él... es casado.
–Así es.
Ángela estaba intrigadísima. La voz parecía provenir de una adolescente o una mujer joven. Reconoció en el tono de voz que la muchacha seguramente hablaba francés, y como su esposo tenía gran parte de su familia en Toulouse, la ciudad natal de su padre, bien podría tratarse de alguna parienta.
–Esperame unos mintutos que bajo, ¿si?
–Ok, bien.
Ángela se abrigó enseguida y espió la vereda a través de la cortina. Una joven rubia con el pelo recogido esperaba bajo la llovizna. Cuando tomó la llave, pensó de pronto que sería una imprudencia abrirle la puerta a una desconocida. Sin embargo, movida por algo más que la mera curiosidad, bajó las escaleras y abrió el postigo. Había una joven rubia, que la miró y le sonrió.
Ángela la miró atónita. Se parecía mucho, pero mucho, a la abuela de su esposo.
–Aló. Hola. –dijo la rubia al fin, con una sonrisa.
–Hola. –contestó Ángela, sin salir de su asombro.
–Bien... bueno, te va a parecer un poco raro todo esto. También es raro para mí. Mi nombre es Constance Larou.
–Ah, ¿no sos pariente? ¿por qué buscás a Jorge?
–Bueno, pasque... Yo... necesito hablarle en persona. –dijo la joven algo nerviosa.
La joven pestañeó varias veces, bajó la mirada y se mordió el labio. Continúo hablando con dificultad:
–Soy hija de André... Jorge y yo somos... hermanos.
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Constance
Short StoryUn hombre, dos historias de amor y dos hijos en distintos continentes unidos por un secreto. [De la serie "Desde algún lugar de Buenos Aires"] Foto de tapa: "Sister and brother" by artificialperception - Deviantart.com