Al día siguiente Jorge llegó un poco tarde a la oficina, y Miriam lo llamó a la sala de reuniones. Cerró la puerta y le dijo con los ojos rojos de furia.
–Vos sos un hijodeputa, eh. ¡No sé cómo pudiste!
–¿Qué estás hablando, Mími? –dijo Jorge, confundido.
–No te hagás el tarado conmigo. –dijo, y lo acusó con su dedo índice. –Decime, ¿qué hacías ayer a los besos con una rubia en San Juan y Tacuarí? ¡Decí que iba arriba del bondi y no me podía bajar, que sino...!
–¿Me viste? –dijo Jorge.
–Claaaah, ¡mientras la pobre Ángela está en casa enferma, volando de fiebre, el señor se va de piratita con una rubia berreta! ¡Pero dejate de joder!
Jorge no pudo contenerse y se empezó a reír a carcajadas. Miriam lo tomó de los hombros y lo empezó a sacudir mientras lo puteaba de arriba para abajo. Cuando éste se calmó un poco, trató de aclarar las cosas.
–Mími... ¡esperá un poco! ¡Yo no estaba a los besos, le di un abrazo nada más! ¡No tenés ni idea de quien es esa chica!
–¡No! ¡No tengo idea!
–Mirá, si te lo cuento yo, no me vas a creer, y encima me va a cagar a patadas... Llamala a Ángela y que ella te diga.
–¿Ella lo sabe? –exclamó Mimí con los ojos muy abiertos.
–Lo sabe todo. Preguntale, que ella te cuente.
Miriam lo miró con la nariz arrugada. Ahora ella estaba confundida. Hizo lo que Jorge le dijo, llamó enseguida a Ángela y ésta, riendo, le contó toda la historia que había pasado el día anterior. Pero a Miriam no se le fue la bronca, al contrario. Le costaba creer que a su Jorge adorado desde la infancia, de pronto se le apareciera con la noticia que tenía una hermana. Y encima una hermana ilegítima. No le dirigió la palabra en todo el día, ni fueron juntos a almorzar. Al día siguiente Jorge la encaró bien temprano a la mañana.
–¿Tomamos un café en la terraza? Te compré galletitas que no engordan. –le dijo dulcemente.
–No gracias. –respondió ella sin siquiera mirarlo.
–Mími, a ver mujer, mirame y decime, ¿qué te molesta de todo esto?
–Nada. No me molesta nada, al contrario. Me alegra que estés contento.
–Nah, nah, no te alegra nada. Yo no puedo mentirte, ni vos podés mentirme a mí. Vamos allá arriba y hablemos, dale.
Miriam bufó y se puso de pie. Fueron juntos a la cocina por café y salieron a la terraza. Se sentaron en el banco en completo silencio a mirar el comienzo del día laboral en los edificios contiguos. Se quedaron callados, un largo rato, y de pronto Miriam rompió el pesado silencio.
–¿Vos me vas a seguir queriendo igual, nene? –dijo de repente, con ansiedad.
–¿Qué decís?
–O sea, ahora tenés una hermana de verdad, hija de tu papá, y yo no soy nada...
Jorge se rió, dejó su taza en un costado y le dio un fuerte abrazo.
–¡Ay Mími! Celosa de mierda, ¡vos siempre vas a ser mi hermana del alma! Pasamos las mil y una juntos, de chicos y de grandes, ¿cómo pensás que te voy a dejar de lado? ¿Y a mis tres sobrinos hermosos y a mi cuñadito? ¡Tonta, retonta!
–Andá a cagar... –dijo ella, abrazándolo y lagrimeando. De pronto lo miró y dijo: –Che, ¿y Nora? ¿Se lo contaste?
–No, no sabe nada. Le vamos a decir mañana con Ángela, cuando vayamos a cenar. No sé cómo va a reaccionar, te juro...–Yo sabía... –dijo Nora, meneando la cabeza, luego de escuchar atentamente a su hijo. –Sabía que el cretino de André andaba en algo...
Se habían reunido en su casa el sábado a la tarde. Ángela estaba en la cocina ayudando a su suegro a preparar las pastas para la cena, mientras Jorge hablaba a solas con su madre sobre la aparición de su hermana Constance.
Jorge le tomó la mano y dijo:
–¿Te acordás esa vez que llamaron a casa? Que me dijiste que a lo mejor era una broma...
–Sí, mi amor. Fue ahí donde se me confirmó la sospecha. Pero no quería que eso nos afectara a nosotros. ¡Ah! Ya lo decía mi tía abuela: no hay peor sordo que el que se quiere ir. Me imaginé que había un motivo más por el que André se quería rajar a París. Pero viste como era él, cuando no quería hablar de algo, no le ibas a sacar una palabra ni a palos. Entonces, ¿qué podía hacer yo? Se estaba muriendo, y si quería cerrar sus asuntos pendientes, yo no iba a ponerle palos en la rueda. Mi madre siempre me decía, a los que se están por morir no les podés perjudicar sus últimos deseos, porque es de mala suerte. Me dolió el alma entera en ese momento, traté de hacerlo entrar en razón, cómo se iba a hacer semejante viaje, y... para mí fue como que le hablaba a un desconocido. Como que mi esposo, mi André, ese hombre alegre y cariñoso que había vivido conmigo durante quince años, se había muerto hacía tiempo. Me repetía una y otra vez: "yo los amo, pero hay asuntos de familia que tengo que cerrar allá". Sabía bien que iba a morirse y no me dijo nada. Típico, fui la última boluda que se enteró... –y esbozó una risa sarcástica.
Jorge miró a su madre. No había en su rostro rastro alguno de disgusto o rencor. Era como si se estuviesen contando una vieja película.
Nora suspiró y de pronto dijo:
–¿Y cómo es la piba?
Jorge levantó la vista y pestañeó, luego contestó:
–Es igual a Madame Rigor, pero joven y linda, obvio.
Nora sonrió al recordar ese apodo con el que ella y su hijo solían nombrar a la abuela francesa, siempre a espaldas de su padre.
–Bueno, pero lo más importante acá no es que yo me entere de las pirateadas de tu padre, porque hace años que está muerto, y que en paz descanse. El tema es qué vas a hacer vos, ahora que sabés esto...
Jorge suspiró y juntó las manos.
–Yo voy a seguir adelante. Pero vos...
–¿Yo qué?
–Vos... ¿no estás enojada?
–¿Por qué? Ay hijo, si me tuviese que enojar con alguien aquí y ahora, sería con tu padre. Flor de patada en los huevos le hubiese dado, por pollerudo. Pero con la piba no, ¡pobrecita! se hizo un viaje tan largo para encontrarte a vos... Es más, si querés decile que venga a almorzar, ¿eh? Me imagino que no come nada en ese hostel de hippie mochilero.Ese mismo lunes los dos hermanos se presentaron en la Embajada Francesa para informarse cómo proceder para que ambos presentaran su solicitud a la justicia francesa. Les dieron instrucciones, y éstos las cumplieron al pie de la letra. Como los trámites demoraron más de lo previsto, Constance se quedó cinco días más en la ciudad, en casa de su hermano.
Meses después la joven le anunciaba a Jorge por mail que los tribunales franceses le reconocieron la solicitud de filiación, y ya podía portar oficialmente el apellido Saibene. Al año siguiente, Jorge y su esposa viajaron a Francia para pasar las vacaciones, reencontrarse con ella y el resto de la familia de su padre. También visitaron juntos la bóveda familiar, donde estaban los restos de André, y dejaron juntos una placa recordatoria:
"À la mémoire de notre père
André Paul Saibenne,
ses fils George et Constance,
Août 1997".
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Constance
Short StoryUn hombre, dos historias de amor y dos hijos en distintos continentes unidos por un secreto. [De la serie "Desde algún lugar de Buenos Aires"] Foto de tapa: "Sister and brother" by artificialperception - Deviantart.com