Capítulo 5

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Entre los dos cerraron la puerta con traba, sin embargo, muchas arañas podían pasar por debajo de la puerta. A Jeremías no se le ocurrió mejor idea que pisarlas con furia, pero eran demasiadas; Matías observaba de atrás asustado pensando en alguna forma de liberarse de ellas.

Mirando a su alrededor, Matías encontró un viejo mantel sobre una mesa; lo tomó con rapidez y le quitó el encendedor a Jeremías, quién no se dio cuenta al estar ocupado pisando las arañas. Matías prendió el encendedor y lo colocó cerca del mantel provocando que éste arda en llamas. Rápidamente puso la tela incendiada bajo la puerta y, en cuestión de segundos, las arañas ardían y caían muertas. La puerta también se quemó un poco.

Los muchachos se miraron y respiraron profundamente.

—¡Hay que salir de acá! ... ¡No entiendo nada!— Le gritó con fuerza Matías a Jeremías, quien asintió rápidamente con la cabeza. —¡Todo esto me parece una estupidez! ¡Estoy seguro de que esto es un sueño!

—Te puedo asegurar que no lo es— Le contestó Jeremías con serenidad. —Todas esas "estupideces" que ignoran vos y tu familia no son tan "estúpidas" después de todo.— Matías lo miró enojado.

—¡Estamos acá por tu culpa! ¡No sé para qué fuí a alejarte de la puerta! ¡Debí haberme ido y dejarte...!— Una respiración larga, profunda y sucia interrumpió las quejas de Matías. Ambos muchachos giraron la cabeza lentamente hacia la habitación en donde estaban (parecía un comedor, pero no tiene importancia) asustados. Entonces, pudieron ver entre la oscuridad un cuerpo. Tenía un vestido blanco y su pelo (también blanco) cubría su rostro. Los chicos quedaron duros, con su preocupada expresión grabada en sus rostros. Era una mujer anciana, ella había emitido esa respiración aterradora. Segundos después lo hizo de nuevo, parecía un llanto fuerte. Jeremías y Matías respiraron, a ambos les agarró ese horrible dolor de estómago.

—Jeremías... ¡¿Ves... eso?!— Le preguntó Matías. Jeremías no lo miró, estaba inmóvil, pero pudo notar que su voz era temblorosa.

—...Sí...— Contestó en un susurro tan pequeño que casi ni se oyó.

Enseguida la mujer levantó la cabeza. Los chicos quedaron boquiabiertos. La señora tenía la piel pálida y sus ojos eran completamente blancos; los muchachos los veían brillar. Pero lo que más asustó a Jeremías era que de su boca brotaba ese líquido negro tan extraño que había visto en la sala anterior.

—¡¿Qué hacemos?!— Murmuró Matías cuando la mujer empezó a caminar hacia ellos lentamente y rengueando, con sus ojos sin expresión sin dejar de mirarlos.

Jeremías aún estaba paralizado. Matías le movía el brazo y le gritaba.

Cuando la mujer estaba a unos cinco pasos de ellos, Jeremías agarró a Matías del brazo y corrió hasta una mesa. Ambos se agacharon y se escondieron. Ya no había señales de la vieja. Todo era silencio. Matías había perdido el encendedor, así que tenían que conformarse con la luz (que no se sabía de dónde provenía) de la casa.

Estuvieron escondidos varios minutos, no se animaban a salir. No dijeron ni una palabra durante todo ese tiempo. En el silencio se escuchaban pequeños sonidos. Los chicos pensaron que eran más arañas.

—¡No podemos estar acá todo el día!— Dijo Matías.

—Busquemos otro camino.

Ambos muchachos miraron hacia otro camino por el cual no habían pasado nunca (aún seguían agachados bajo la mesa).

—Podemos ir por ahí— Dijo Jeremías señalando el lugar.

—Bueno...- Respondió Matías dudoso. Había visto algo entre las sombras. Los chicos gatearon unos metros acercándose hacía el pasillo "inexplorado". Sin embargo, los dos pararon de golpe. En la oscuridad había algo gateando. Algo grande avanzaba lentamente. Matías pensó que era una araña gigante y casi grita, pero Jeremías le tapó la boca. La "cosa" se acercaba lentamente hacía ellos pero no se movieron. El miedo los invadía.

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⏰ Last updated: Jan 11, 2017 ⏰

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La Historia De Elisabeth - Elba GalloWhere stories live. Discover now