Decidieron respirar un poco y seguir caminando hacia otro lugar de la casa para poder salir. Jeremías encontró un encendedor en el suelo; estaba lleno de hormigas muertas. Lo usó para iluminar mínimamente el camino. Matías lo agarró del hombro para no perderse y empezaron a caminar muy despacio entre la oscuridad y el silencio total, pudiendo observar únicamente la pequeña llamarada del encendedor.
Caminaron mucho tiempo, pero avanzaron poco ya que no podían ver nada. Era todo silencio hasta que Matías lo rompió en un susurro:
—Jeremías... Cuando vos estabas escuchando por la puerta... Eh... Yo juraría haber visto una mano en una de las ventanas... pero... ¡¿Cómo?!— Jeremías no lo miró, sólo lo escuchó; estaba muy concentrado en el camino.
—Yo creo que hay cosas en este pueblo... cosas que nadie se ha atrevido a comentar por alguna razón...— Hubo silencio unos segundos, nada más se oían sus pasos.
—Pero... ¡No es lógico!... ¡¿Cómo es que pudimos entrar y cuando queríamos salir la puerta estaba cerrada?! ... Esto... ¡No tiene sentido!— Le dijo Matías, esta vez Jeremías se detuvo y lo miró.
—... No todo tiene sentido como vos pensás, Matías...— Jeremías volvió a darse vuelta y siguió caminando. Matías lo miró un instante, luego se acercó rápido hacia él para no perderse.
Todo iba tranquilo hasta que se oyó un golpe.
—¡Ay!— Exclamó Jeremías. —¡Me choqué contra algo!— Jeremías iluminó la causa de su golpe; era otra puerta.
—Se ve que les gustaban las puertas— Dijo Matías casi en susurro, Jeremías no le prestó atención y la abrió. En su interior había una habitación, o por lo menos eso creían. Jeremías (con lo poco que alumbraba el encendedor) pudo notar que había una cama, una gran cama; podía ver sus patas brillantes que se iluminaban con el fuego, pero no pudo ver la tela que la cubría. Pensó que seguramente iba a estar sucia como el resto de las cosas.
—¡Mirá! ¡¿No podemos salir por ahí?!— Susurró Matías señalando una pequeña puerta que estaba a unos pocos pasos de la cama.
—¡No seas tonto! ¡Eso es un armario!— Le contestó Jeremías dejando los susurros de lado.
—Vale la pena tratar— Susurró Matías. Jeremías alumbró el armario y caminó lentamente hacia él. Matías lo observaba de atrás.
Jeremías movió el encendedor para buscar algún picaporte. Cuando lo encontró abrió suavemente la puerta, la cual hacía un ruido insoportable. Pero ambos muchachos se llevaron la sorpresa de que en aquel armario, además de ropa vieja, había un cuerpo colgado del cuello con un cinturón agarrado de una percha. Matías hizo un grito corto y tomó a Jeremías del brazo.
—Es mi abuela Martina... había desaparecido hace meces...— Dijo Jeremías con muchísima tristeza. Matías lo miró aterrado y confundido. Se hizo un silencio.
El cuerpo estaba putrefacto, largaba un olor asqueroso. Sus ojos estaban fuera de lugar, todos manchados de sangre. Su piel estaba extremadamente pálida (era casi verde) y tenía muy poco cabello.
—¡No sé quién o qué viva acá, pero es asesino y nadie lo sabe!— Dijo Matías con los ojos llorosos.
—¡Salgan de mi casa!— Un grito espantoso y desesperado los sobresaltó. La voz era áspera y aguda, y la forma en la que había gritado tan aterradoramente fue lenta; mientras gritaba, los muchachos no sabían qué hacer, estaban desesperados. Esa voz empezaba a aturdir. Jeremías sintió un fuerte dolor en el estómago y comenzó a retorcerse.
—¡¿Qué te pasa?! ¡No me dejes!— Gritó desesperadamente Matías mientras unas lágrimas le brotaban en su aterrado rostro y Jeremías caía sobre la sucia cama dolorido.
Al caer, un polvo color blanco salió de la cama, era mugre. A Jeremías le había parado un poco el dolor. Sin embargo, para él era extraño estar tirado ahí; a parte de la suciedad, había algo que no le caía bien.
—¡Estoy bien! ¡No te asustes, tarado!— Le gritó a Matías, quién se ofendió pero a la vez sintió un gran alivio.
Jeremías estuvo en la cama varios segundos inmóvil hasta que recordó que se le había caído el encendedor por algún lugar de la cama. Estiró la mano y la movió (ya que estaban a oscuras) para buscarlo. De pronto una desagradable sensación recorrió su cuerpo cuando tocó algo líquido sobre la almohada. Era algo grande, del tamaño de una cabeza. Jeremías levantó las manos y se raspó con algo que parecían dientes. Empezó a respirar rápido por el miedo al darse cuenta que estaba tocando la cara de algo, algo que estaba vivo y respiraba.
—Matías...no te muevas...—Dijo susurrando lo más bajo que pudo mientras agarraba el encendedor que estaba al lado de ese extraño rostro. Matías se aterró, pero no se movía y no soltó ningún grito. Mientras traía el encendedor hacia él, se le ocurrió prenderlo para descubrir qué era aquello que poseía esa cara arrugada. Pero al aparecer una pequeña llamarada en la punta del aparato, se iluminó el cuerpo blanco con manchas negras todo arrugado con los ojos sangrientos y baba negra que parecía petróleo que yacía junto a él. Los muchachos se asustaron, pero poco comparado con el susto que se dieron cuando la vieja empezó a gritar, dejando salir su asquerosa baba salpicando toda la habitación. Jeremías gritaba mientras se bajaba de la cama y corría hasta Matías, quién también gritaba como loco.
La vieja no paraba de gritar, los muchachos tampoco. Intentaban taparse los oídos, pero el horrible grito y las salpicaduras de líquido negro se los impedía. De pronto, como por arte de magia, todas las arañas que estaban en el suelo, o en sus telarañas completamente quietas, se pusieron de pie, como si el grito de la señora las controlara y, en un abrir y cerrar de ojos, las arañas empezaron a correr hacia ellos. Matías agarró a Jeremías de la mano y corrió fuera de la habitación llevándolo a los tirones.
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La Historia De Elisabeth - Elba Gallo
HororJeremías y Matías solamente querían buscar a un amigo, Julian. Pero terminaron hallando un misterio muy extraño en la casa de al lado. Una aventura que pondrá a prueba a los amigos con una pregunta; ¿Existe lo "paranormal"? Auto...