Estoy sentada, y no sé cómo empezar, me tomo mi tiempo, prendo el equipo viejo que nos regalaron en nuestro casamiento y pongo un poco de música, un tango, no voy a especificar cual, lo dejo para mí. Me ato el pelo que lo tengo todo despeinado y pajoso, con unas cuantas canas. Y si, los años no vienen solos. No me tiño hace añares. La ultima vez, ahorre peso por peso para comprarme la tintura color castaño y tuve que gastarlos en los remedios de Carlos, mi marido.
Nunca se enferma. ¡Justo que me quería teñir se viene a enfermar!
La casa esta oscura, como mi sonrisa y mi mirada. Solo veo un poco de luz cuando comienzan a sonar las primeras notas de mi tango favorito. Me decido por abrir las cortinas, pero no me animo, me vuelvo a sentar y miro la pared. Recuerdo que mi marido está en la carnicería, no tendría problema en abrirlas.
¡Dale Amelia vos podes!
Despacio y sin prisa, con algo de miedo pero con adrenalina corro mis viejas cortinas con flores amarillas. La luz del sol choca primero en un mueble viejo, luego el suelo y por último se posa en mi rostro. Miro de reojo la gente pasar desde lo alto de mi ventana, felices o eso parece, lo simulan muy bien, yo no puedo.
Son casi las doce, mi marido va a llegar en menos de media hora y no tengo preparado nada. Este miserable me dejó cien pesos sobre la mesa, no hago nada con esto, pero no tengo nada que prepararle. Me cubro con un poco de base en polvo, uno viejo que tengo por ahí escondido, caso mis lentes de sol, unos que compre en Santa Teresita hace más de quince años y salgo a la vida.
A Carlos nunca le gusto mi comida, siempre me repite que jamás superare la de su vieja, por eso me esmero en prepararle algo diferente, le gusta comer como rey. Le gusta las comidas suculentas, una sola vez me felicito por el menú, si supiera que no la prepare yo, que la compre en el supermercado. Ese día me sentí muy bien, algo bueno había hecho para hacerlo feliz.
Pobre de mi, si en eso encuentro felicidad, estoy en serios problemas.
Pongo en el canasto un vino tinto, queso fresco, salsa roja y una bolsa de polenta, el siempre lleva carne, así que le agregare a la polenta un poco de picada especial.
Tuve que dejar en los chinos, el queso fresco, no me alcanzo, me quiero morir. De vuelto dos caramelos duros, que supuestamente son blandos, casi me saco una muela.
Mientras camino por las calles de mi barrio del Abasto, escucho tango, no es raro escuchar tango en el barrio donde vivió Gardel, pero era mi canción favorita.
Me acerco a ver de donde provienen los sonidos, un tumulto de personas rodean a un dúo de bailarines. Ella, preciosa, con un vestido negro y de rojos labios y Él, con un traje negro y un sombrero, se pasean al ritmo del dos por cuatro por toda la esquina, dejándonos a todos boquiabiertos. Me dejo llevar por sus movimientos y por el ritmo, aplaudo con pasión, sin darme cuenta que tengo mis lentes viejos en mi mano. Terminan de bailar y hacen reverencia al público, el bello bailarín levanta la mirada me sonríe al verme, me sonrojo y cubro de nuevo mis ojos con estos feos lentes. Salgo despavorida entre la multitud mientras los jóvenes pasan la gorra.
Llego a casa, abro la puerta, el sol entra como nunca al salón, una piña me sorprende y me desploma al suelo.
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EL BAILARIN DE TANGO
RomanceEn ese momento, siento como crece su pene al rozar mi cuerpo tanguero. No me animo a tocarlo.