Crónica de una resaca anunciada

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Que extraño mambo que es ese, este, en donde te das cuenta que mañana va a ser un bravo despertar, porque da señales muy alejadas la una de la otra. Mucho alcohol en sangre, dulce amargo veneno, luego describo, como para asegurar una buena cuota de pesar para el día siguiente, pero no tanto como para perderse en sus encantos y terminar, con suerte y si quiere la noche, desplomado en tu cama y con la llave puesta en su lugar (todo un tema gigantesco, esto de la llave).

Mitos urbanos hablan de la mezcla, esa que te mata, cuando combinas bebidas, primero usualmente la cerveza, de la cual soy cultor, y el desvarío posterior varía tanto con la situación que ni vale la pena detallarlo. Hace tiempo me convencí de que es puro palabrerío (aunque elijo seguir firme a la idea de que la Quilmes me mata, guiño dirigido a quien corresponda), las mentiras que uno se dice para no aceptar que nos pasamos por 1, 5 o 10 vasos de la cuenta que lleva el cuerpecito.

Oda a la ebriedad, se debería llamar este escrito, pero es que también tengo sentimientos encontrados sobre la materia. Reconozco, es debilidad de mí ser, vicio maldito, llamado así por la mayoría y grabado a fuego ahora, después de tanto escucharlo en mi cabeza. Pero, ¿Cuánta culpa tiene la burbujeante cerveza de sus efectos secundarios a mediano plazo? Lo veo como un amor, un amor desgraciado, indebido, al amargo sabor, las caricias de las burbujas, y el dulce aturdimiento que por unos ratos nos aleja de los porqués.

Amor o vicio, pago el precio, esta noche y la que sigue seguramente al chequear el calendario, si me deja la billetera claro, que los bartenders no viven del amor, en eso tenía razón Fito.


Palabras ahogadas en vasos de cervezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora